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Conversaciones
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uando corrían los últimos meses de los años cincuenta del siglo XX, un joven artista francés, veinteañero, hizo un viaje a México para conocer la obra mural de José Clemente Orozco en el Hospicio Cabañas. Cuenta que al estar frente a obra plástica tan subversiva no pudo moverse más. No recuerda nada de Guadalajara pues de ella no conoció sino las calles que lo separaban de la pequeña habitación donde dormía y la entrada del magnífico edificio que diseñó Manuel Tolsá y que se comenzó a construir en 1805. Caminó y caminó frente a cada pared pintada, el tiempo se detuvo y, conmovido, sólo pensaba en los enigmas sobre el hombre y el espacio que Orozco despertaba en todos sus sentidos. Algún día, se dijo, podré regresar y, acaso, conversar con esta obra que tantos rumbos me abre.

Esta visión hacía renacer en el joven artista un linaje que Octavio Paz reconoció en José Clemente Orozco y que, sembrada en el robusto árbol del paisaje de ensueños de su tierra, en la grandeza de su obra plástica late una estirpe que lo emparentaba con El Greco de El entierro del conde de Orgaz, con el Miguel Ángel de La expulsión del paraíso, con Tomasso di Ser Giovanni di Simone, conocido como Masaccio, con Piero de la Francesca creando El sueño de Constantino, con Antonio Allegri da Correggio creando La ascensión de Cristo y con la obra del Giotto que tanta honra le otorga a Florencia. Con este árbol genealógico en sus manos Orozco nos regala en los muros del Hospicio Cabañas la visión encendida de iconos en continua combustión. Con la intensidad de su mirada y con la trágica energía de sus creaciones nos incendia, nos hace renacer, nos renueva en la fantasía de su fulgurante interrogación.

A ese joven artista francés lo podemos ver hoy trajinar en los patios del Hospicio Cabañas. Es Daniel Buren. Con sus 76 años prepara una intervención plástica en doce de los patios del magno hospicio de Tolsá en los que apuesta con poder conversar con José Clemente Orozco; el artista que tanto lo marcó. Regresa más de medio siglo después para honrarlo, retrazarlo, para mover nuestras visiones y regalarnos de él una novísima dimensión desde la plástica del siglo XXI. Quizá por eso cada vez que lo miramos una sonrisa ilumina su rostro.

El joven artista Daniel Buren nació en 1938 y regresa al Hospicio Cabañas con poco más de 1,700 exposiciones. Es uno de los artistas vivos más importantes de la plástica contemporánea internacional y uno de los más activos maestros de su generación. Su visión gira y se pregunta siempre sobre el papel que tiene la obra de arte en un espacio y frente al hombre y la mujer que la ven. Comenzó a tener notoriedad en la década de los sesenta del siglo pasado promoviendo un movimiento anti institucional en el que cuestionó a los espacios cerrados como entidades sacralizadoras de las obras de arte, pues al venerarlas entre cuatro paredes las hacían inaccesibles para el público. Durante esa época de grandes revoluciones sociales, Buren pugnó por democratizar el arte al llevarlo al espacio público. Hoy su obra figura en los museos más importantes del mundo y en las colecciones internacionales más señaladas por significativas. Nos invita siempre a remirar lo mirado.

Buren desarrolló un lenguaje visual muy característico a partir de líneas rectas que, colmadas de una personalidad cromática crean un sistema propio para intervenir con sus trazos cargados de color, de espejos, de sonrisas, paisajes y espacios arquitectónicos. Así, crea composiciones que hacen que el que mira cambie de forma significativa la apreciación que tiene por el ámbito en el que se ha caminado. Cuando uno respira y vive en sus espacios todo es nuevo.

Así ha intervenido el Palais-Royal de París, la Ciudad Prohibida de Pekín, el paisaje en Baden-Baden, el Grand Palais de París, jardines en Japón, museos en Alemania y en Italia, ríos, calles en todos los rumbos de la rosa de los vientos del mundo. Hoy está en México, transformando en los instantes de un parpadeo la percepción del Hospicio Cabañas y componiendo partituras de nuevas conversaciones con José Clemente Orozco, gracias a la gestión y el impulso de la Fundación Iberoamericana para el Arte y la Cultura. A partir del próximo jueves 13 de marzo su mirada invita a mirar para cambiar los sentidos del alma. Realiza aquellos asertos de Siri Hustvedt, escritora, cuando nos sugiere creer que “miro y a veces veo… miro también puede significar entiendo”.

La obra in situ, nos dice Daniel Buren, permite tomar en cuenta todos los elementos que ya existen y colocar a la obra en un nuevo diapasón. Así se puede dialogar con el pasado, con la memoria, con la historia del espacio. La obra in situ puede introducir en su seno una comprensión de los movimientos que se pueden dar en el futuro. Una obra así, abre los volúmenes a una posible y efímera transformación. Ella permanece en la memoria del espacio.

Vayamos todos. La intervención en el Hospicio Cabañas es una acrobacia del renacimiento. Con los trazos de color, la línea recta y los reflejos, Daniel Buren crea nuevos universos. Ellos ofrecen hospedar, como en todo Caravansary del antiguo oriente, mil y un nuevas conversaciones: con el arte de Manuel Tolsá, con las ensoñaciones de José Clemente Orozco, con nuestros sueños, con los que fuimos, con los que seremos.

Twitter: @cesar_moheno