15 de marzo de 2014     Número 78

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Chiapas

Café con trabajo de mujer


ILUSTRACIÓN: Rafael Tufiño

Cristina Reyes y Alma Liz Vargas

Reconocer la labor de las mujeres cafetaleras es un acto elemental de justicia que empieza a construirse en uno de los sectores de la producción rural más importante de México, y en especial de Chiapas. A pesar de que alrededor de un millón de mujeres y hombres de la entidad participan directamente en la actividad, la toma de decisiones, la organización y el mercado han estado en manos masculinas: los ejidatarios, dueños de la tierra, son quienes se auto-adjudican también el valor del aromático fruto. Un negocio que en Chiapas anualmente genera 300 millones de dólares por concepto de la venta al exterior.

En 1989, la crisis en el sector, derivada de la ruptura del convenio de la Organización Internacional del Café, provocó la privatización del comercio en los países productores. En condiciones de libre mercado, instituciones como el Instituto Mexicano del Café (Inmecafé) perdieron su razón de ser. Ante ello, la respuesta de las productoras y los productores fue organizarse, primero para vender el grano de manera conjunta y luego, para diversificar el mercado por medio de la certificación orgánica y/o de comercio justo.

A pesar de su indiscutible participación, las mujeres cafetaleras parecían invisibles. Incluso cuando ya se estaba presentando una transformación del papel de esposa o hijas a socias directas, sólo cinco por ciento había llegado a ocupar un cargo directivo en las organizaciones. Esto a pesar de que hoy día las socias representan entre diez y 40 por ciento del total de los asociados con derechos.

En este contexto, desde el 2010 el Instituto para el Desarrollo Sustentable en Mesoamérica, AC (Idesmac) inició un esquema alternativo de trabajo con organizaciones de la Sierra Madre de Chiapas (Comon Yaj Noptic, Indígenas y Campesinos Ecológicos de Ángel Albino Corzo, Organización de Productores de Café de Ángel Albino Corzo, Flor de Café Sustentable, Nubes de Oro y Finca Triunfo Verde), para cambiar las cosas, visibilizando y reconociendo la aportación que las mujeres realizan dentro del cafetal.

Un primer paso fue analizar en conjunto, mujeres y hombres, la situación, condición y posición de género. Las principales conclusiones que se alcanzaron refieren que dentro de las organizaciones las mujeres no son tomadas en cuenta por el colectivo social masculino. En respuesta, las mujeres se organizan de manera autónoma en pequeños grupos para la ejecución de proyectos productivos y, aquellas mujeres jóvenes que han logrado culminar sus estudios buscan incorporarse como asesoras técnicas dentro de las organizaciones.

El concepto de “Café con trabajo de mujer” surge orientado a la justicia de género, que reconoce el trabajo integral que las mujeres hacen en el proceso productivo del café, en el establecimiento del vivero, la siembra, la cosecha y la comercialización, ya sea aportando mano de obra y/o atendiendo a las y los trabajadores en el cafetal y en la casa.


FOTO: Guadalupe Cárdenas

Muchos cambios se están construyendo para poder lograr este objetivo. Unos tienen que ver con el mercado, como es la promoción para que las y los consumidores paguen un sobreprecio; otros tienen que ver con la implementación de esquemas de formación dirigida a mujeres y hombres, para institucionalizar los mecanismos que permitan a las socias tener acceso a las mismas oportunidades, sin la mediación masculina.

Se debe reconocer que, a diferencia de lo que ocurre en otros sectores y territorios rurales, las organizaciones cafetaleras que cuentan con una certificación orgánica y justa han avanzado en cambios significativos en la situación de género. Para que éstos se fortalezcan, se están tomado acuerdos en las estructuras internas que promueven un sistema de certificación con perspectiva de género, orientado al ejercicio de los derechos de las mujeres en relación con el acceso a la formación y al acompañamiento técnico y social, la capitalización e infraestructura productiva, la organización y representación, la autogestión en iniciativas, el uso el dinero, el empleo y a una vida sin violencia.

Los primeros logros de las mujeres cafetaleras empiezan a orientarse en la dirección que ellas proponen, con sus tiempos y modalidades, fortaleciendo la estructura organizativa, comunitaria y familiar por medio del diálogo, el ejemplo y los acuerdos. Ello incrementa el interés de las mujeres por hacer crecer el concepto de “Café con trabajo de mujer” en acciones de largo plazo: algunas tienen ya sus propias marcas de café tostado y molido, otras colocaron en el mercado europeo los primeros contenedores por los que se pagó un sobreprecio, incluso mujeres que no son socias directas han acordado con sus familias la comercialización de ocho quintales de café al año como reconocimiento a su trabajo no remunerado.

La ruta que significa este trabajo representa un enorme reto para las cafetaleras y cafetaleros. Pero también para las y los consumidores, las organizaciones civiles y todos quienes estamos intentando transitar hacia una sociedad justa, incluyente, equitativa y sustentable. Sirvan estas letras para reconocer a las compañeras de las organizaciones de la Sierra Madre de Chiapas, en especial a la compañera Luz María Rodríguez Sáenz, pionera de esta iniciativa, como una manera de enviarle un abrazo todas nosotras.


Chiapas

Las empleadas del hogar indígenas:
entre la explotación y el racismo

María Josefa Díaz Martínez y Norma Iris Cacho Niño Integrante y colaboradora externa del Colectivo de Empleadas Domésticas de los Altos de Chiapas

Sirvientas, criadas, chachas, gatas, muchachas, son términos empleados popularmente para referirse a las empleadas del hogar en México. Mujeres que por diversas circunstancias se emplean en casas ajenas para realizar servicios de limpieza, comida, atención y cuidado.

En Chiapas, la mayoría de las empleadas del hogar son migrantes de comunidades indígenas y campesinas. Las condiciones de pobreza en sus lugares de origen las han expulsado a las ciudades, donde el servicio doméstico se vuelve una de sus pocas opciones de sobrevivencia económica. Se estima que en Chiapas es la principal ocupación, junto con el comercio, de las mujeres jóvenes provenientes del medio rural.

Muchas de ellas han sido trabajadoras en casas ajenas desde la infancia. Cubren jornadas extensas por salarios muy bajos y en condiciones de semi esclavitud. El racismo, la discriminación y la explotación han sido las características de las relaciones laborales establecidas por sus empleadores. En muchos casos ni siquiera se les reconoce como trabajadoras, sino como prestadoras de una ayuda en casa ajena. Se les ofrece techo y comida como pago a su trabajo. El manejo deficiente del español y la poca o nula educación básica favorecen aún más la explotación y las mantienen aisladas en un contexto desfavorable que no les reconoce los mínimos derechos humanos y laborales.

Aunque en los años recientes se ha percibido una ligera mejora en las condiciones de trabajo, las circunstancias en las que numerosas mujeres ejercen el empleo del hogar mantienen ciertas características: discriminación social, jornadas laborales extenuantes, salarios míseros y un total desconocimiento de los derechos humanos laborales básicos que amparan su trabajo. A la mayoría de las empleadas domésticas no se les respetan los días feriados, ni el día de descanso semanal estipulado por la ley. No se digan vacaciones pagadas, aguinaldos, pago de horas extras y seguridad social. Son derechos que siguen siendo negados.

En San Cristóbal de las Casas existen mujeres que perciben menos de un salario mínimo por jornadas que sobrepasan las ocho horas. 50 pesos por día, 800 o mil pesos al mes, son salarios que todavía son una realidad para buena parte de las empleadas del hogar en esta ciudad, que en su mayoría son jefas de hogar.

Las empleadas de “planta”, es decir, que viven en las casas donde trabajan, manifiestan no tener horarios de trabajo ni responsabilidades definidas, por lo que están a disposición casi completa de los empleadores, incluso los fines de semana. Esto significa que no disponen de tiempo libre para estudiar, diversificar su trabajo o para actividades de esparcimiento. En su mayoría, las empleadas que trabajan en esta modalidad son migrantes que no cuentan con redes familiares o sociales en las ciudades, lo que ocasiona que permitan malas condiciones de trabajo e incluso maltratos, por no perder la única opción laboral que tienen y el único espacio para vivir con que cuentan.

Más de una empleada del hogar relata el aislamiento y el ambiente hostil y discriminador que experimentan por su condición de indígenas migrantes. También son frecuentes los testimonios sobre las maneras en que les son separados utensilios de cocina, limpieza y otros enseres; baños y otros espacios dentro de la casa, etcétera. Además son obligadas a laborar en trabajos extras de los mismos empleadores, por ejemplo: atender un negocio, lavar ropa de cama de hoteles de los cuales son propietarios, preparar comida para su venta… Todo por el mismo salario.


FOTO: Norma Cacho

Las empleadas del hogar indígenas describen numerosas discriminaciones, tanto por su apariencia, como por el uso de su lengua nativa. Es frecuente que los insultos hacia ellas hagan referencia a su condición étnica, su origen rural, su situación de pobreza o su color de piel. Así, la experiencia racista se vuelve contundente en el contexto laboral y de vida de las empleadas del hogar de origen campesino e indígena, además de que las somete a violencias específicas marcadas por el racismo estructural como mecanismo de dominación.

De esta manera, queda claro que el empleo doméstico, al ser realizado por mujeres indígenas, de origen rural y por mujeres urbanas empobrecidas, se reconoce explícitamente como un trabajo de menor valía. Un trabajo al que sólo acceden las mujeres más marginadas y que por tanto justifica las condiciones de explotación en que se lleva a cabo. Las condiciones de racismo y marginación a las que se enfrentan las mujeres que se emplean en hogares ajenos se relacionan con ser un trabajo desvalorado socialmente y que realizan las mujeres por considerarse labores de mujeres, por ser empobrecidas, por ser indígenas y por ser migrantes, en un claro continuo de racialización de la división sexual del trabajo. El racismo que las mujeres indígenas empleadas del hogar enfrentan todos los días está muy lejos de ser reminiscencia del pasado.

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