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¿La Fiesta en Paz?

Héctor Obregón o el arte de saber lidiar con la propia vida

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El matador Héctor Obregón: La falta de casta en los toros, de empresarios con sensibilidad y de apoderados profesionales nos tiene sin figurasFoto Botello
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ntre los problemas de nuestro país está su desmemoria, incluso en lo taurino, por lo que en esta columna periódicamente dedicamos espacio a recoger los pensares y sentires de actores de una fiesta de toros hoy desvirtuada, entre otras causas por olvidadiza e ingenua al suponer, protagonistas y afición, que los dueños del dinero son sus inventores y los propietarios e intérpretes de sus reglas.

Héctor Obregón, apodado El Tatay y también don Cachondino por su carácter bromista, es un matador nacido en Celaya, estado de Guanajuato, tierra de toros y toreros buenos, el 23 de diciembre de 1933. Tras presentarse en Guadalajara, Monterrey y Ciudad Juárez, debutó en la Plaza México el 5 de junio de 1955, alternando con El Callao y novillos de Piedras Negras. Su segundo, Picudo, le dio una grave y espectacular cornada de tres trayectorias en el muslo derecho. Tomó la alternativa el primero de mayo de 1960 en el Toreo de Cuatro Caminos, de manos del leonés Antonio Velázquez, y de testigo el colombiano Pepe Cáceres, con el toro Gamito, de Santacilia. En mayo de 1962 marchó a España, donde debutó en Barcelona el 21 de agosto, al lado de Julio Aparicio y Diego Puerta.

Esa tarde no estuve mal, pero tampoco suficientemente bien, recuerda Héctor, de esbelta y erguida figura, poblada cabellera blanca, lozano rostro, hablar pausado, dicción perfecta, memoria de lujo y ademanes enérgicos, tocado con la clásica gorra de los toreros, que maneja su coche a Vallarta, a México o a donde sea y quien hace meses todavía le pegó varias tandas a una becerra. Cuando alguien le dice maestro, Obregón ataja: “Decía Fermín Rivera que maestro, lo que se dice maestro, sólo había dos en México: Rodolfo Gaona y Fermín Espinosa Armillita”.

“La falta de empresarios con visión y sensibilidad y la añeja ausencia de apoderados profesionales es lo que nos tiene sin figuras. Toros bravos y toreros buenos hay, pero no han sabido o no han querido combinarlos ni motivarlos. ¿Que qué hacemos con lo que va quedando de la fiesta? Hacer que vuelva a las plazas el toro con casta, no con exceso de kilos sino con trapío y transmisión. La casta es estirpe de sangre brava que se traduce en embestidas codiciosas y emocionantes, pero eso es lo que no quieren los toreros. De ahí la maldición gitana: ‘Dios quiera que te salga un toro bravo’, y no, ya casi no salen por toriles. Urgen pues la casta y los empresarios que sepan dar novilladas, promoverlas y motivar a los muchachos. Si no...

“El toro actual de México –prosigue Obregón sin descuidar su caballito– ya no permite doblarse con él pues le faltan fuerza y bravura. La última ganadería que vi con verdadera casta fue San Antonio de Triana, de don Manuel Ibargüengoitia Llaguno, sobrino de don Julián y suegro de Manolo Martínez. Me jacto de haber sido de los mejores tentadores que hubo en México en mi época. Me invitaba don Julián a tentar, sólo con el picador, unos vacones con edad, poca fuerza y mucha bravura. ‘A ver, labregón, me gritaba, a citar de largo y con la izquierda’.

“Cuando don Manuel me vio tentar con don Julián, no dudó en llevarme a las tientas de San Antonio de Triana. ¡Ah qué vacas más bravas! Recuerdo una novillada de este hierro en Tlaltenango, Zacatecas, en la que cada novillo tomó cinco puyazos y a ninguno le pudieron poner el tercer par. Incluso don Manuel fue a la ganadería de Piedras Negras y se trajo a padrear al toro número 59, que ya en la tercera cruza dio sensacional. Después, en lugar de que los toreros mejoraran la técnica, los ganaderos optaron por bajar la casta. Ha sido una decisión desastrosa.

“Antes, el torero mexicano le podía al toro español por la escuela española que llevaba y por lo encastado del ganado mexicano. Por extrañas razones o por alguna condición genética, en banderillas nadie ha superado a los mexicanos para hacer las suertes con precisión, gozo y estética. Sólo recuerdo a los españoles Morenito de Talavera y Rafael Llorente parear a la mexicana, sin llevar el par hecho. Afortunadamente algunos de nuestros jóvenes, que han madurado taurinamente en España, muestran cualidades para consolidarse, pero tienen que regresar a la guerra y no quedarse aquí, donde lo del toro está demasiado en paz.

Nací con el don del temple natural, que no es sólo saber templar sino llevar la embestida a la distancia natural y si es preciso atenuarla. Ahora la mayoría se adapta a la embestida del toro en vez de imponerle un ritmo propio. A mí me faltó disciplina y carácter, no sólo apoderado. Por cierto, una vez Chafic fue mi mozo de espadas y me llevó del Hotel del Bosque al Toreo de Cuatro Caminos. Esa tarde, mi segundo novillo de San Mateo me dio una cornada en la cabeza del nervio ciático dolorosísima, incluso más que la del piedrasnegras, pero hoy es más fácil que salga un torero con acento que un toro con temperamento, remata Héctor Obregón.