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Viaje al pasado
S

e ha anunciado ya el despojo final que intentará la actual administración: cambiar el régimen de propiedad de la tierra del país, que es aún ejidal y comunal, para hacerla privada.

Esta pretensión no es novedosa. Se reflejó desde la propia Constitución, que fue una fórmula de compromiso. Se trataba de que los ejércitos campesinos e indígenas que rodeaban a los constituyentes creyeran que habían sido escuchados. No se buscaba dar al país la forma que la mayoría de sus habitantes impulsó mediante la revolución, sino de hacerles concesiones que pudiesen revertirse más adelante, cuando resultase posible ponerlos al servicio de otro proyecto, de otro tipo de país.

El aliento revolucionario de campesinos e indígenas, encarnado en Zapata y Villa, apuntaba en una dirección indigerible para quienes estaban tomando en sus manos la dirección del país tras el fin de la dictadura de Díaz. Sabían que era indispensable hacer concesiones a los pueblos, pero no tantas como para que tuvieran lo que querían. Desde 1912 Luis Cabrera apuntaba el problema: por no tener ejidos, la población rural se ve obligada a vivir seis meses del jornal y los otros seis meses toma el rifle y es zapatista. Había que darle ejidos para que cambiaran el fusil por el arado. Con esa mentalidad el propio Cabrera formuló la ley agraria de Carranza, promulgada el 6 de enero de 1915, que no logró su propósito: arrebatar a Zapata la bandera agraria. Era necesario hacer más concesiones. Como sabían que no podían gobernar sin el zapatismo ni contra él, buscaron un compromiso más aceptable para campesinos e indígenas que se plasmó en la Constitución de 1917.

Durante los siguientes años se pospuso cuanto fue posible el reparto de tierras y se intentó de mil maneras frenar el impulso agrarista. A finales de los años treinta se creyó que las condiciones habían cambiado. Las diversas facciones revolucionarias se habían aglutinado en el Partido Nacional Revolucionario, primera encarnación del PRI, que podía procesar desde arriba sus tensiones y contradicciones. Parecía posible dar por terminada la ilusión comunitaria de campesinos e indígenas y su noción de nación para lanzarse abiertamente a la estructuración de la producción capitalista en la agricultura. Calles se animó a expresarlo explícitamente:

“Si queremos ser sinceros con nosotros mismos, tenemos la obligación de confesar, los hijos de la Revolución, que el agrarismo tal como lo hemos entendido y practicado hasta ahora es un fracaso. La felicidad de los hombres del campo no consiste en entregarles un pedazo de tierra… Antes bien, por ese camino los llevamos al desastre, porque les creamos pretensiones y fomentamos la holgazanería… Hasta ahora hemos venido dando tierras a diestro y siniestra, sin que éstas produzcan nada sino crear a la nación un compromiso pavoroso… Es necesario poner un hasta aquí a nuestros fracasos. Es necesario que cada uno de los gobiernos de los estados fije un término más o menos corto dentro del cual los pueblos que conforme a la ley tengan derecho todavía puedan pedir sus tierras; pero para ese término ni una palabra más sobre el particular. Entonces dar garantías a todo el mundo, pequeños y grandes agricultores, para que surja la iniciativa y el crédito público”.

El reparto a diestro y siniestro no había existido. En su mayoría, campesinos e indígenas seguían careciendo de tierra. Aunque se habían mostrado pacientes, su inquietud latente se despertó bruscamente ante la definición de Calles y se pusieron de nuevo en movimiento. Al terminar la siguiente década la mitad de la tierra arable del país estaba en sus manos.

La coalición de mafias en que se ha convertido el PRI y cree gobernar el país parece convencida de que la correlación actual de fuerzas, cuando los campesinos ya sólo representan la tercera parte de la población y sus organizaciones están debilitadas, permitirán no sólo materializar el sueño de Calles, sino revertir por completo las expresiones de la Revolución de 1910 que aún persisten y siguen siendo obstáculo para el dominio pleno del capital. Quieren hacer al fin realidad lo que sus antecesores intentaron de mil maneras sin lograrlo: limpiar al país de todo zapatismo, de toda posibilidad de una opción propia, autónoma, con raíces en la tierra y el territorio. Pronto se desengañarán.

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