Opinión
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4 androides en 3D
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Con una carga emblemática de nostalgia, Kraftwerk ofreció lo mejor de sus cuatro décadas en El Plaza CondesaFoto Óscar Villanueva Dorantes
M

ás humano que lo humano, es nuestro lema.

Dr. Eldon Tyrell.

No pude resistir. Allá por los años 70 cuando comencé a interesarme en algunas manifestaciones de la música electrónica de concierto, me llamaron también la atención algunos de los grupos pioneros del sonido eléctrico en el ámbito del pop, rock y sus ramificaciones diversas. Y en aquel entonces fui uno de los muchos melómanos tocados de una u otra manera por los extraños sonidos y las bizarras imágenes del grupo alemán Kraftwerk, ensamble seminal en esto de darle duro al circuito integrado y el transistor como generadores de música. (No importa que cuando ellos empezaron trabajaran con bulbos, cosa ciertamente más poética). Así que, no pude resistir, y me acerqué a El Plaza Condesa para sumergirme en el tecno-pop alemán que Kraftwerk ha estado produciendo por 44 años.

En la entrada y alrededores del recinto, un personal numeroso, variado y mayoritariamente extraño: desde licenciados pulcramente ataviados en sus trajes grises y corbatas descoordinadas hasta representantes puros del neo-punk, pasando por el grunge, los darketos, los inconfundibles ciudadanos de la Condesa y un cierto número de emos muy circunspectos… vaya, hasta me encontré ahí a algunos de mis alumnos del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC). Me quedé con la mortificada impresión de ser el individuo más rústico en varias millas a la redonda.

Muy al estilo provocador que siempre lo ha caracterizado, Kraftwerk abrió la sesión con un largo, por momentos exasperante preludio de música grabada (una especie de electro-lounge adelgazado y parsimonioso) complementado con pixeladas imágenes de cuatro humanoides, sustitutos virtuales de los cuatro músicos. Cuando finalmente aparecieron en el escenario comandados por su fundador y único sobreviviente de la alineación original, Ralf Hütter, cambié de percepción: no, yo no era el más vetusto de la concurrencia. De inmediato, cada uno a su consola, y a darse vuelo con el show audiovisual, realizado casi todo (excepto algunas imágenes de stock) en 3D.

Si la parte musical fue tan homogénea como puede esperarse de Kraftwerk, en la componente visual hubo de todo. Lo mejor, sin duda, gracias a su carga emblemática de nostalgia, las imágenes de los cuatro muñecos-androides-replicantes en su improbable e inolvidable atuendo de camisa roja, corbata negra, pantalón gris y cabello muy relamido. Por lo demás, lo visual incluyó números (muchos números), abstracciones arquitectónicas, desfiles de modas, la Tour de France, viajes espaciales, y alguna iconografía mexicanista colmilludamente incrustada entre todo ello.

Sacando del disco duro de la memoria de cuatro décadas el recuerdo de aquel sonido Kraftwerk original, vale decir que el grupo ha estado trabajando en una temeraria cuerda floja conceptual, tratando de conservar ese sonido característico y, al mismo tiempo actualizarlo con las novedades tecnológicas, que han sido muchas en ese lapso.

Después de The Robots, Computer World y varios otros clásicos de Kraftwerk, tenía que llegar la autopista, y la concurrencia se alborotó apropiadamente con esta actualizada versión de Autobahn, poblada iconográficamente con Volkswagens y Mercedes Benz portadores de la misma placa: D-KR-70, representación alfanumérica fundacional del grupo: Düsseldorf, Kraftwerk, 1970.

A reserva de lo que opinen aquellos que sí saben mucho de tecno pop, creo que la mejor alineación de Kraftwerk es aquella en la que Ralf Hütter estuvo secundado por los cyborgs Florian Schneider, Karl Bartos y Wolfgang Flür. Me queda claro que la ácida sátira contra la tecnología que ha sido un sello característico de Kraftwerk desde su fundación, se conecta directamente con los millones de adolescentes (y no pocos adultos) de mirada vidriosa y ansia de conexión que hoy viven, ajenos al mundo real que los rodea, en apretada simbiosis con sus dispositivos móviles, y están en proceso de transformarse en biomecanoides salidos directamente de la febril fantasía de H.R. Giger.

Tengo la impresión de que Kraftwerk vio antes que nadie la escritura en la pared. Y he aquí que la escritura no eran letras sino números. Kling Klang.