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¿La Fiesta en Paz?

La explicable doble moral de las figuras importadas

Preguntitas

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Las figuras importadas: profesionalismo y pundonor en España y Francia; abusos y cachondeo desvergonzado aquíFoto Archivo
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uadalupe Loera, inteligente aficionada hija de Manuel Loera, quien fuera un novillero mexicano triunfador en cosos europeos a principios de los años 50, comenta: “Morante ha bordado el toreo en la plaza de Valencia. ¿Por qué allá sí y en México no? Porque el público mexicano ha ido relajando su autoridad como tal ante los toreros en general y los importados en particular. Que si los toros no embisten, que si el torero tuvo duende ese día o no, que si esto o aquello.

“¡Nada! Vemos las ferias españolas, vemos los toros que salen allá y nos emocionamos con las faenas y los toreros. Llega la temporada mexicana, se anuncian los carteles, aumenta la expectación y sale el toro… entonces todo es decepción. Excepto Juan José Padilla, ¿por qué razón van a arriesgarse en México los toreros españoles? Y subrayo México y no digo América, porque Manzanares y otros espadas destacados estuvieron el fin de año en Colombia y a México ni voltearon.

“La fiesta importante está en España. ¿Por qué? Porque en México el grueso del público ni entiende ni exige el toro con edad ni le importa, y las figuras importadas de todas maneras cobran. En México, incorregible tierra de conquista por propios y extraños, todos hacen de las suyas, los empresarios, los apoderados, los toreros, los ganaderos en su mayoría, el púbico manipulado hasta el hartazgo, un público al que lo único que le importa es tomarse la foto con los toreros, socializar con los amigos o emborracharse.

“¿Por qué arriesgar entonces ante un público que no se quiere involucrar, o simplemente lo han engañado todo el tiempo? Para eso está la crónica taurina oficial encabezada por Heriberto Murrieta y subalternos. Si la última palabra la tiene la empresa y la autoridad coludida con ella, los toreros y todos los demás sólo se van plegando a la red de corruptelas y de falsedad.

Estoy segura que al verdadero público de toros en México le encantaría que la fiesta recuperara los tiempos en que el matador era respetado desde su fundamento. ¿Qué pasaría si en una corrida se protestaran uno a uno los astados que salen del chiquero y no se permitiera su lidia? ¿Qué pasaría si no se toleraran los recursos tramposos que muchos toreros tienen y nos echamos sobre ellos? ¿Qué pasaría si comenzamos a obligar a todos los mencionados a presentar un espectáculo digno de la tauromaquia? Querida afición, o hacemos valer nuestra presencia en la plaza y obligamos a que el rito sea respetado en su esencia o la tauromaquia se irá diluyendo poco a poco, advierte indignada y preocupada Guadalupe Loera.

Ahora bien, esta doble moral exhibida en ruedos mexicanos por las figuras importadas –profesionalismo y pundonor en España y Francia; abusos y cachondeo desvergonzado aquí– debe atribuirse en primer término al estado de las cosas taurinas de México, país sumido hace décadas en la más desbocada corrupción y en el que todo, absolutamente todo, se volvió negocio o es negociable, gracias al desplazamiento de la ley para ser sustituida por el dinero. Si ese es un rasgo generalizado en el resto de los países, el desafío concreto sigue siendo de cada uno y de sus métodos para disminuirlo o reforzarlo.

Al sometimiento centenario de los latinoamericanos acaudalados ante lo extranjero en general y lo español en particular, hay que añadir –con un público desinformado y ocasional y unas autoridades coludidas–, las nefastas políticas de las empresas taurinas, grandes y chicas, hace décadas sin intención de echar por toriles al toro bravo con edad y trapío ni de sacar nuevos diestros taquilleros a partir de confrontaciones y rivalidades con verdad y grandeza. Los jóvenes mexicanos que recién han destacado en ruedos europeos –Joselito Adame, Arturo Saldívar, Juan Pablo Sánchez, Diego Silveti y Sergio Flores– en su país apenas han tenido el ambiente, los carteles, la promoción y los estímulos para repetir sus hazañas, gracias a las actitudes antojadizas y al voluntarismo de un empresariado tan poderoso como autorregulado, sin inventiva ni mercadotecnia y sistemáticamente de espaldas a la afición.

Alguien pensante observa: Si ponen imágenes de muerte en paquetes de cigarrillos para que dejemos de fumar, ¿por qué no ponen fotos de niños obesos en envolturas de comida chatarra? ¿Por qué no muestran imágenes de animales torturados en productos cosméticos? ¿Por qué no incluyen fotos de atropellados por conductores ebrios en las botellas de licor? y, como remate espectacular de la doble moral de un sistema social esencialmente hipócrita, ¿por qué no exhiben fotos de los políticos sinvergüenzas y ladrones, disfrutando de lo que se robaron, en los formularios de declaraciones de impuestos?. Y aléguenle, conciliadores a sueldo.