Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de marzo de 2014 Num: 994

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una vez más
Rolando Hinojosa

Ricardo Bada

Polonia cultural:
esbozos de un panorama

Fernando Villagómez

Dos poetas

Dos cuentos
Slawomir Mrozek

Polonia, letra y cultura
Ewa Agata Bałazinska

Los mentados
hermanos Limas

Julio Astillero

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Alonso Arreola
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India. Brocados en el aire (I DE II)

Visitar el Dargah Sharif de Ajmer, ciudad del Rajasthan, es un convite a los sentidos. Se trata del oratorio musulmán más sagrado de India. Por la recta bulliciosa del bazar que lo precede, menos que reptando, varios hombres poliomielíticos o amputados tras la lepra se convierten en arañas, cantan y se lamentan empanizados por un polvo fino cuyo olor difiere del sándalo. Siendo justos, también así podrían comenzar la crónica de un viaje sonoro por el norte  de India, donde más de mil millones de personas coexisten divididas en numerosas castas, culturas y religiones, donde la mayoría se queja –¡cuándo no!– de la corrupción de sus políticos.

Dejamos fuera nuestro calzado, ingresamos al templo en que yace el santo sufí Khwaja Moinuddin Chishti. Nos disolvemos en fervores que arrastran a un ahogo inevitable. Flores y sudarios bordados, collares y billetes. Todo colorea violentamente al ojo, al oído que ya percibe el rezo de un Imán concentrado en la lectura que no para nunca. De pie frente a la tumba se aprietan hombres, no mujeres. Apenas notan un comportamiento fuera de protocolo. Así de entregados se hallan, a diferencia de quienes cuidan el santuario desde sus cuidadas barbas, confirmando algo con un gesto sin gesto: lo observan todo.

También podríamos presentar este cuadro. Sucede en la fiesta del Mahashivratri (nupcias entre los dioses Shiva y Parvati) en Benarés, Varanasi o Kashi, como llaman a esta ciudad quienes resisten diariamente sus embates. Esencial para los indios, se compara con La Meca, Jerusalén o El Vaticano. “A la derecha vaca y a la izquierda caca”, dice quien nos lleva por callejones que apenas permiten el tránsito de un sol distinto. Entre monos y perros famélicos que hurgan en la basura, surge de pronto el más sagrado néctar de India, su Ganga milenaria, el río en que se bañan y rezan los vivos, en que se disuelven las cenizas de los muertos.

Atardece. Comienza el Aarti, ceremonia de alimento al torrente que se ha vuelto espectáculo en el Ghat Dashashwamedh (una de las escalinatas principales del Ganges). Antes de acercarnos a los músicos que ya bordan el aire, tomamos té, pensamos en los niños, embarazadas y enfermos que, al morir, no son quemados con leña sino hundidos con piedras en el río. Tragamos. Las canciones que nos arropan son extraordinarias. Armonio, voz, tabla y campanas enmarcan la coreografía de siete sacerdotes jóvenes, diestros en la restauración de una deidad líquida que pacientemente aguarda al monzón para limpiarse la frente. A lo lejos, cuando la música para su largo trance, suenan los quejidos de un perro moribundo al que nadie ayuda. Mañana veremos a otro comiéndose a su semejante, a otros más buscando restos en el crematorio Manikarnika. Porque aquí la vida fluye con el río, pero no se impulsa. Es la linga de Shiva, el amado destructor.

Otra estampa fiel de lo que suena en India sucedería en el cuarto de cualquier hotel. La televisión está encendida. ¿Canales? Eliminemos los que no sean nacionales. Todavía quedan bastantes. Podemos clasificarlos burdamente: unos pocos de entretenimiento y ventas por teléfono, otros religiosos (muchos) y sí, los que muestran videoclips de cintas de Bollywood, la Hollywood de Mumbai. Una más bella que la otra, las estrellas femeninas del cine indio bailan sensualmente, lejos de la vulgaridad. Vestidas vaporosamente, sus rasgos revelan influencias exteriores pero nunca abandonan esos ojos profundos, esa cabellera negra, esos labios carnosos. Poderosas, coquetean con musculosos galanes que no saben el significado de la palabra pena. Bailan como ellas desde hace siglos. Así lo muestra Ganesh, el dios cabeza de elefante, en la piedra milenaria de Khajuraho. Así lo muestran viejos extractos de películas que se combinan sin parar con los éxitos del día. Balada y pop son los géneros. De calidad variopinta, es más que interesante.

Con todo, son las transmisiones religiosas las que ofrecen la mejor música clásica de India si no se tiene suerte de asistir a un festival que la provoque. De rato en rato aparecen grupos de alabanza que ponen la piel eriza. Y es que no es fácil, querida lectora, lector, que los instrumentos nos asalten por la calle. Fuera de los encantadores de serpientes y de los vendedores de suvenires, del rezo de las mujeres y santones, del radio ahogado por un claxon interminable, cuesta toparse con intérpretes avezados, de esos que enaltecen la reputación del subcontinente como uno de los más sofisticados. Pero los hay y pudimos escucharlos. Lo contaremos en siete días. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

(Continuará)