Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de marzo de 2014 Num: 994

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una vez más
Rolando Hinojosa

Ricardo Bada

Polonia cultural:
esbozos de un panorama

Fernando Villagómez

Dos poetas

Dos cuentos
Slawomir Mrozek

Polonia, letra y cultura
Ewa Agata Bałazinska

Los mentados
hermanos Limas

Julio Astillero

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Hugo Gutiérrez Vega

Tomóchic y los milenarismos (III DE VI)


Tomóchic en la prensa de la época

Heriberto Frías Alcocer nació en Querétaro en 1870, hijo de un militar retirado y de una aristócrata local. Creció, tímido y callado, en su ciudad natal, y se aficionó muy pronto a la lectura. Participó en una pequeña tertulia dirigida por poetas postrománticos. En 1884 la familia se trasladó a Ciudad de México y Heriberto ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria que vivía las glorias del positivismo. La muerte del padre hundió a la familia en la pobreza. La madre regresó a Querétaro pero Heriberto se quedó en la capital para seguir estudiando. Desempeñó todos los oficios imaginables para costearse los estudios. Los trabajos excesivos dañaron su visión y debilitaron su fuerza vital. Su juventud es la de poeta romántico y de político jacobino. Su situación empeoró, pero siguió leyendo infatigablemente: Victor Hugo, Lamartine, los románticos alemanes. La necesidad lo llevó a cometer un robo de famélico y pasó en la cárcel de Belén casi un año, compartiendo celda y patio con rateros y asesinos de distintos rumbos de la ciudad. Pronto se convirtió en consejero de sus compañeros de cárcel, que le dieron el cariñoso mote de el Roto Tuerto. Al salir de la cárcel desempeñó, en medio de la pobreza, sus oficios. A pesar de sus problemas de salud, encontró que su único camino eran los estudios en la academia militar. Ingresó a esa institución y llegó a obtener el grado de subteniente. Su vida está llena de arrestos y de tensiones. Visitó en varias ocasiones la prisión militar de Santiago Tlatelolco. Por esa época publicó algunos poemas en revistas de la capital.

El 3 de octubre de 1892 participó en el sitio, toma y destrucción de Tomóchic. La masacre le abrió los menguados ojos y se puso a escribir para dar testimonio de la horrenda injusticia y de la crueldad sin límites del régimen de Díaz. Ya en Chihuahua y en calidad de teniente, Frías se hundió en la depresión y en la bebida, empeñó espada y uniforme de gala y se convirtió en mendigo. La protección de una amiga, Concepción Montejo, le permitió recuperar en parte su dignidad. Disgustado por la forma en que el gobierno federal, a través de periodistas incondicionales, trató la masacre de Tomóchic, Frías escribió un primer manuscrito testimonial y lo mandó a Joaquín Clausell, director de El Demócrata. En este periódico y por entregas fue publicando su novela testimonial. La respuesta de Díaz fue otra vez clásica: directores a la cárcel y periódico cerrado. La novela se publicó sin firma, pero todo hacía sospechar que el autor era el teniente Frías, quien fue hecho prisionero y fue amenazado con el fusilamiento. No pudieron probar su “culpabilidad”, pero su carácter de sospechoso se acrecentó. Estuvo bajo incomunicación cuatro meses y por fin fue acusado de divulgación de secretos militares. Clausell, amigo generoso, se declaró autor de la novela, mientras que otro amigo logró localizar y destruir el manuscrito original. Esta novela de misterio termina con la liberación de Frías y con su baja en el ejército. En ese momento se inició el vagabundeo por las calles de Chihuahua buscando trabajo. Fue expulsado de Chihuahua y regresó a México.

La segunda edición de Tomóchic llevaba ya el nombre de su autor, que adquirió una rápida celebridad. La bebida siguió dañando al escritor. Sin embargo, su trabajo siguió adelante y sus novelas Naufragio y El último duelo tuvieron un éxito modesto.

Trabajó en El Imparcial y publicó poemas y cuentos en distintas revistas. Esta fue su época de mayor actividad y, poco a poco, se fue deteriorando su salud. Ya recuperado se casó con Antonia Figueroa, renunció al vicio de la morfina y siguió escribiendo sus artículos para el diario y sus cuentos y narraciones cortas. Sus obligaciones conyugales lo forzaron a disminuir su actitud crítica y a publicar sus Episodios militares mexicanos, en los cuales alaba al hermano del dictador y al general Bernardo Reyes, ministro de Guerra.

(Continuará)

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