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Ver día anteriorLunes 24 de marzo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Todo está perdido
T

odo está perdido, excepto el alma y el cuerpo, o lo que aún queda de ellos. Este es el texto del mensaje en el frasco que un hombre desesperado lanza al mar cuando siente inminente el hundimiento total del pequeño yate que conducía en solitario. Luego de esta primera imagen, da inicio en Todo está perdido (All ist lost), segundo largometraje del estadounidense J.C. Chandor (El precio de la codicia/Margin call, 2011), la crónica de los ocho días precedentes, desde el momento en que el navegante (Robert Redford) despierta en altamar con el impacto de un contenedor perdido que abre un boquete en su embarcación, hasta esas escenas culminantes en las que, habiendo perdido toda esperanza, se enfrenta a una posible salvación o a un naufragio definitivo.

Lo que abarca la semana fatídica que la cinta describe minuciosamente son las faenas del marinero para sobreponerse a la adversidad sin perder un ápice de su aplomo y estoicismo. Repara con plástico y pegamento el boquete impidiendo una filtración que parecía incontrolable, imagina un sistema de desagüe con una palanca rudimentaria, y se las ingenia para reparar momentáneamente el sistema de transmisión que es su contacto único con el resto del mundo.

Hasta este instante el relato semeja el elogio convencional del ingenio y laboriosidad de un hombre recio y saludable capaz de burlar la adversidad con las herramientas del mundo civilizado. El mérito se antoja todavía mayor tratándose de un hombre anciano al que comúnmente esa misma civilización suele marginar y declarar incompetente. Podría el espectador imaginar la misma cinta interpretada 50 años atrás por un Robert Redford en toda su plenitud física. El combate reviste ahora, sin embargo, una significación muy diferente. Nuestro hombre, como lo identifican los créditos de la cinta, es un ser común enfrentado a eventos extraordinarios, y el más perturbador de todos ellos es tal vez el que, a su edad, siente de modo natural más próxima, su propia muerte.

Frente a ese desenlace ineluctable, que muchos cineastas notables han descrito de modo sereno e implacable, sin acudir a la conmiseración o a la palabra edificante (un caso emblemático, la película Amor, del austriaco Michael Haneke), el cine comercial, y de modo especial el llamado cine de catástrofes, elige lanzar mensajes positivos, ya sea desde el espacio sideral o desde la soledad inmensa de los mares, trátese de Contacto o de Náufrago, dos cintas características del estadunidense Robert Zemeckis. ¿Cómo enfrentar en situaciones límite el aislamiento y la desesperanza? ¿Cómo iniciar después, de ser posible, una nueva vida?, y, sobre todo, reflexión esencial en esas cintas, ¿cómo aquilatar mejor al día siguiente de la catástrofe el valor sentimental de los seres cercanos, en particular de la familia, del hijo olvidado o de la esposa desdeñada, o de todas aquellas víctimas inocentes de nuestro estrés y nuestros empeños egoístas? Novedosamente en el cine estadunidense, Todo está perdido no propone nada de eso.

La alusión al mundo familiar de nuestro hombre es mínima, como también toda expresión verbal, que aquí se limita a esporádicas exclamaciones de desesperación, un God! seguido de un Fuck!, para luego ceder la plaza a una banda sonora omnipresente que registra magistralmente la furia de los elementos desatados, esa tormenta interminable que tiene como eco y complemento a esa tempestad en el interior de un cráneo, según la imagen que brinda Víctor Hugo en Los miserables y en Los trabajadores del mar para sugerir la desesperación y la sensación de soledad y desesperanza absoluta de un hombre que piensa haberlo perdido todo.

No hay en Todo está perdido un interlocutor posible, ninguna compañía fetiche como la pelota en Náufrago, ningún copiloto/confidente real o imaginado como en Gravedad, ningún monólogo interior, tam- poco un oído atento a los lamentos y auto recriminaciones del hombre industrioso reducido a minúscula partícula del mundo natural que le circunda y avasalla. La soledad es aquí absoluta y los alcances del desasosiego se dibujan de modo inmejorable en el rostro curtido y ya gastado de un Robert Redford capaz de los registros dramáticos más contrastantes, especialmente en las esce- nas, una diurna, otra nocturna, en que ve pasar impotente a esos grandes buques que no advierten su presencia. No estamos frente al heroísmo recompensado de un Capitán Phillips (Paul Greengrass, 2013), interpretado por Tom Hanks y basado en hechos reales, sino al heroísmo derrotado del hombre laborioso y suficiente que ve menguadas sus fuerzas y también absolutamente sordo el mundo de sus semejantes, como suele suceder en ese cataclismo silencioso que es el crepúsculo de muchas vidas. De todo ello habla la cinta de J.C. Chandor a lo largo de casi dos horas y con la interpretación de un solo hombre silencioso. El resultado es, como la naturaleza retratada, portentoso.