Sociedad y Justicia
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Estudiantes de las primeras generaciones hablan del cambio a la sede del Pedregal

Cumplió 60 años la sede emblemática de la UNAM, Ciudad Universitaria

En 2007 fue declarada por la Unesco patrimonio cultural de la humanidad

 
Periódico La Jornada
Lunes 24 de marzo de 2014, p. 38

Fue el lunes 22 de marzo de 1954 cuando se oficializó el inicio de las actividades académicas de la Ciudad Universitaria (CU) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). La ceremonia oficial se efectuó en la sala del Consejo Universitario en la torre de Rectoría, donde el entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines inauguró los primeros cursos que se impartieron en ese campus y, en nombre del Estado mexicano, hizo entrega de sus instalaciones tras cuatro años de construcción. Aunque las clases había comenzado días antes: el 5 de ese mismo mes.

Enclavado en el Pedregal de San Ángel, en el sur de la ciudad de México, este campus es, a 60 años de distancia, una de las sedes más emblemáticas de la casa de estudios. En 2007 fue declarado por la Unesco patrimonio cultural de la humanidad.

Sin embargo, en aquellos años el traslado de la comunidad universitaria a la nueva sede no fue sencillo. Fallas en la logística, quejas de quienes estaban muy adaptados a la vida del Barro Universitario en el Centro Histórico de la capital del país, que muchos edificios no se habían concluido y hasta la distancia fueron algunas de las complicaciones. Así lo confesaron algunos de los estudiantes de las primeras generaciones que acudieron a clases a CU, consultados por La Jornada.

Las facultades de Filosofía y Ciencias fueron las entidades que pudieron recibir a todos sus alumnos ese primer año; los otros cinco inmuebles (Economía, Derecho, Comercio y Administración, Arquitectura e Ingeniería) entraron en funcionamiento de manera parcial.

Josefa Sacristán ingresó a la Facultad de Filosofía en 1953, un año antes de la mudanza a CU, por lo que su primer año en licenciatura lo cursó en la antigua sede de esa entidad académica: el edificio de Mascarones, ubicado en la Ribera de San Cosme, en Santa María la Ribera.

Fue complicado adaptarse a la vida en CU, pues la gente estaba muy acostumbrada al Centro Histórico, ahí pasaba y estaba todo: si querías comprar unos zapatos, un vestido o ir al cine. El sur estaba lejísimos, mencionó, pues en aquella época vivía en la colonia Cuauhtémoc.

Poco a poco nos fuimos adaptando y con el paso del tiempo la estancia en CU se hizo más agradable por la amplitud de espacios y la convivencia con los compañeros de otras carreras.

El arquitecto Enrique García-Formentí también ingresó en 1953 a la Escuela Nacional de Arquitectura, que se alojaba en el antiguo edificio de la Academia de San Carlos. En 1954 nos informaron que debíamos irnos a CU y al llegar nos encontramos con una universidad distinta, con ambientes espaciales maravillosos y una superficie gigante.

Habitante de la colonia Condesa, García-Formentí recordó que para ir al Pedregal tenía que llegar en transporte público hasta cerca del hospital 20 de Noviembre y de ahí “salían los gorriones (autobuses para estudiantes) que nos llevaban a la universidad; les decíamos así porque eran gratis, de gorra”.

La vida académica en CU fue fundamental para su formación: Representaba un muestrario de la arquitectura moderna para quienes estudiábamos esa disciplina. El campus central era una joya. En esa época funcionaban los espejos de agua y la fuentes, se podían ver con mucha claridad los murales y los edificios. Como estudiante de arquitectura fue parte de mi formación.

Ciudad Universitaria es uno de los grandes proyectos arquitectónicos del siglo XX. Fue el presidente Manuel Ávila Camacho quien hizo el compromiso del gobierno federal para la construcción, y en 1950 su sucesor, Miguel Alemán, inició las obras que inauguró dos años después, con 90 por ciento de avance, en una ceremonia denominada Dedicación de la Ciudad Universitaria.

El proyecto estuvo a cargo de los arquitectos Mario Pani y Enrique del Moral, quienes coordinaron a 60 proyectistas, 200 residentes, contratistas y supervisores y a 10 mil obreros. También participaron los muralistas más influyentes de la época como Juan O’Gorman, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Chávez Morado y Francisco Eppens.