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Aniversario 25 del Centro Fray Bartolomé de las Casas
L

a tarea no era sencilla: defender los derechos de los indígenas en un contexto de desprecio y depredación. A fines de los años ochenta la sociedad miraba con fascinación la propuesta de modernización y reformas estructurales formulada por Salinas de Gortari. La debacle del socialismo real favorecía la soberbia y la tiranía de la tecnocracia priísta mexicana que aspiraba a convertir a México, en poco tiempo, en un país rico y desarrollado a cualquier costo. El Centro Fray Bartolomé de las Casas fue fundado en 1989 bajo la iniciativa del obispo Samuel Ruiz García. Una organización sin fines de lucro cuya misión básica era la defensa y la promoción de los derechos humanos de los indígenas en el estado de Chiapas. El Frayba nace en medio de dos inviernos, el social y el eclesial. El contexto político del 89 estaba enrarecido por el arribo más que dudoso de Salinas al poder y portador de un rabioso liberalismo tecnocrático. Por otro lado, un pontificado mediático y conservador de Juan Pablo II que no sólo inhibía la pluralidad en la Iglesia, sino que acosaba el progresismo católico latinoamericano. Don Samuel Ruiz es sujeto de persecución y hostigamiento de Roma, teniendo como principal fustigador al nuncio Girolamo Prigione.

A 25 años de distancia, el Frayba celebró la semana pasada su aniversario con un foro internacional titulado De la memoria a la esperanza. Con el transcurrir de los años, el centro se convirtió en referencia obligada para la defensa de los derechos humanos, no sólo a escala local, sino nacional e internacional. Sus abogados, activistas, agentes de pastoral, fundadores, recordaron la razón de ser del centro: lograr que grupos indígenas de esta entidad aprendan a organizarse y a asumir la defensa de sus derechos individuales y colectivos. Lograr labrar el rostro de la dignidad y el reconocimiento de su integralidad como sujetos activos. Portadores de su propia historia frente a la permanente amenaza del abuso de la autoridad y de intereses económicos devastadores. La experiencia del Frayba no sólo es política, sino eclesial.

Hans Kung nos recuerda que todas las grandes religiones son portadoras de un código ético y de valores que fortalecen la dignidad. Todas predican la libertad humana, la equidad y la justicia. En la Biblia el gran código ético y social que aporta el cristianismo está centrado en las tablas de la ley mosaica, conocido popularmente como los 10 mandamientos, y la unidad de la dignidad del género humano, retomada por León XIII y Pío XI a finales del siglo XIX y principios del XX. Pero la creación secular de los derechos humanos se da en 1789 en Francia. En ese momento, el verdadero problema no era ni Dios ni la metafísica o la teología, sino la transformación de los súbditos del rey en ciudadanos de una nación. Sin embargo, parte de la revolución francesa se embarcó en el terror y la persecución. Se enfrentaron los derechos de Dios y los derechos del hombre secular. La concepción triunfante de los derechos humanos ha sido la liberal-secular, mientras la Iglesia ha sostenido su concepción religiosa de los derechos, es decir, una interpretación católica, que se opone en varias aristas. Por ejemplo, el divorcio, que puede ser considerado como un derecho elemental de todo individuo, es inadmisible para la Iglesia. Lamentablemente, en 1948, la Declaración Universal de Derechos Humanos pasó casi desapercibida y tuvo escasa difusión. Con el tiempo ha ganado una considerable relevancia y se ha convertido en referencia social infranqueable. Juan Pablo II fue sin duda uno de los hombres públicos que estaban más en favor de los derechos humanos, acentuando la concepción e interpretación católica de estos derechos. El derecho a la vida y el rechazo a la interrupción del embarazo, embrión, la eutanasia, las nuevas parejas, la bioética, etcétera. De tal suerte que su agenda moral, o concepción de los derechos humanos desde la perspectiva doctrinal, choca contra las demandas de ensanchamientos de las libertades y derechos en las actuales sociedades seculares.

El Frayba no entra en este debate, pero tampoco escapa. Su objetivo es básico e ineludible: defender la dignidad de los indígenas. Don Samuel Ruiz fue una referencia obligada. Los festejos de 25 años fueron casi un homenaje al Tatic como un ícono de un pastor que se entregó a su pueblo y asumió como propias sus causas y reivindicaciones. Como obispo, don Samuel acompañó los primeros 10 años del centro, después lo apoyó desde su retiro y encontró respaldo en los dominicos, especialmente en Gonzalo Ituarte, también fundador, y en Raúl Vera. Los derechos humanos en la diócesis de Samuel Ruiz eran parte integral del trabajo pastoral. Su promoción era parte del anuncio evangélico. El centro ha sembrado desde su creación un acompañamiento a los procesos populares y la promoción por el derecho a la libre determinación y a la autonomía de los pueblos indígenas desde sus derechos a la tierra, territorio y agua, así como a sistemas de justicia propios y ejercicio de gobierno.

Tuve la suerte de acompañar este aniversario, pues en este contexto se presentó en San Cristóbal el libro El evangelio social del obispo Raúl Vera. Los testimonios, intervenciones, evaluaciones que escuché fueron de indígenas, activistas y agentes de pastoral. En verdad fueron conmovedores. Eran palabras sin desperdicio, sencillas pero profundas; palabras llenas de sabiduría y contundencia casi poética, elaboradas con humildad. Palabras que eran experiencias, muchas veces dolorosas, formuladas sin reproches ni ánimos de revancha. Eran en la más pura experiencia bíblica, la palabra hecha verbo.