Opinión
Ver día anteriorViernes 28 de marzo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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EU: migración e hipocresía
E

n un encuentro sostenido ayer en el Vaticano entre el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el papa Francisco, ambos jefes de Estado abordaron el tema de la política migratoria del vecino país del norte e hicieron un llamado a erradicar el tráfico de seres humanos en el mundo, a trabajar para que el derecho internacional y humanitario sea respetado en las zonas de conflicto, y a buscar soluciones negociadas.

Si se tiene en mente el recrudecimiento de la persecución de inmigrantes indocumentados y de las consecuentes violaciones a los derechos humanos durante la administración Obama, tales pronunciamientos constituyen, en su voz, un acto de hipocresía. En efecto, debe recordarse que el actual mandatario estadunidense no sólo ha mostrado resistencia a abandonar las tradicionales políticas persecutorias y violatorias de los derechos humanos de su país en materia migratoria, sino las ha recrudecido e intensificado. Muestra de ello es el hecho de que su gobierno ha deportado a más de 2 millones de indocumentados –cerca de 140 mil en lo que va del año–, la mayor cifra registrada, detrás de la cual se esconden otras tantas historias de sufrimiento personal y familiar.

La tasa frenética de deportaciones registrada durante la administración Obama no es, como ha manifestado el propio mandatario, culpa del Congreso de ese país por no aprobar una reforma migratoria, ni se desprende de la aplicación estricta de un mandato de ley: de ser así, no se explicaría por qué sus antecesores en el cargo, quienes se condujeron bajo el mismo marco normativo en esta materia, concluyeron sus respectivas gestiones con un número significativamente menor de deportaciones.

Antes al contrario, como han denunciado organizaciones defensoras de migrantes y académicos en el vecino país y en México, la política de persecución de migrantes indocumentados del presente gobierno es consecuencia no de una consideración legal, sino de decisiones políticas y económicas, toda vez que las deportaciones masivas de inmigrantes sin papeles han permitido modular el mercado de mano de obra en la economía estadunidense, la cual ha atravesado en años recientes por fases de recesión que se iniciaron prácticamente al mismo tiempo que el arribo de Obama a la Oficina Oval.

Por otro lado, el llamado del mandatario estadunidense a erradicar el tráfico de seres humanos ignora la relación causal entre las regulaciones al flujo migratorio, la intensificación de los patrullajes fronterizos, la construcción de muros y fronteras inteligentes –lo cual genera un marco de extremado desamparo legal para los migrantes indocumentados– y la explotación de los viajeros por parte de las mafias dedicadas al trasiego ilegal de personas.

Queda claro, en suma, que Washington carece de la calidad moral necesaria para erigirse en ejemplo en materia migratoria y de respeto a los derechos humanos, y que difícilmente podrá remontar ese déficit en tanto persistan ejercicios de simulación como los que han caracterizado al actual ocupante de la Casa Blanca.