Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 30 de marzo de 2014 Num: 995

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cartier-Bresson en
el Centro Pompidou

Vilma Fuentes

El laberinto de la soledad: monólogo, delirio y diálogo
Antonio Valle

La era no canónica
de Octavio Paz

Gustavo Ogarrio

Octavio Paz: libertad y palabra, realidad y deseo
Juan Domingo Argüelles

Las cartas perdidas
de Paz

Edgar Aguilar

Diez aspectos de la
poesía de Octavio Paz

Hugo Gutiérrez Vega

Vitos y Alií
Katerina Anguelaki-Rouk

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Columnas:
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Felipe Garrido
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Javier Sicilia

El poeta en la época del ruido

Si algo caracteriza a nuestra época es el ruido, cuya expresión más brutal es la violencia. Ruido y violencia van de la mano. Son el anverso y el reverso del caos y de la pérdida de los significados. El ruido, al igual que la violencia, está en todas partes, incluso en las palabras. Llenos de ellas, que brotan como de un drenaje fracturado –nada es más viejo que el twitter de hace cinco segundos–, no tenemos tiempo de guardar silencio para sopesar sus significados. Quizá por eso la poesía, que es el lugar de la revelación, vive una profunda crisis.

Los poetas, como nos lo muestra Alberto Blanco al analizar el sentido de la poesía a través de la hermosa y triste biografía de Black Elk –“un guerrero […] de la tribu Oglala Sioux”– son seres de visión. A ellos se les concede no sólo ver algo del sentido profundo de la vida, sino, una vez en posesión de esa visión, llevarla a la práctica del decir para que “la gente pueda [también] ver”. Sin embargo, antes de la visión hay algo sin lo cual, dice Blanco, el poeta no puede despertar “para recibir la visión”: “el llamado”.

Aunque el llamado está allí, la única forma de escucharlo es, vuelvo a Blanco, dentro de un “espacio de profundo silencio que permita comprender eso que lo desconocido quiere decir […] Sin ese espacio de recogimiento y atención es imposible escuchar nada que no sea el ruido de la mente y del mundo. Imposible captar las señales que, por más que se encuentren disponibles aquí y ahora, requieren para ser entendidas de la disposición correcta, de la más sincera receptividad”.

Sin embargo, en una época donde a causa del ruido y del parloteo sin fin, el silencio es visto como una realidad negativa, ¿es posible encontrar un lugar para esa “disposición correcta”?

Siempre he creído que para que la ética –el silencio forma parte de ella– pueda adquirir realidad, es necesario un lugar, un suelo. Un monje, por ejemplo, puede preservar su castidad porque vive dentro de un lugar –el monasterio–que le da las condiciones para vivirla. Si a ese monje lo trasplantáramos al centro de una orgía, su disposición interior para la castidad quedaría distorsionada, imposibilitándolo casi para vivirla.

Al poeta le sucede lo mismo. Sin un suelo que le permita el silencio, es difícil que el llamado a la visión se cumpla plenamente. No quiero decir con ello que la visión no se dé, quiero apuntar simplemente que esa visión no es ya tan prístina como la que señala Black Elk o como a la que podían acceder los poetas en épocas menos ruidosas. Imposibilitado a fuerza del ruido de los coches, de la radio, de la televisión, de la prensa, de los celulares o del ruido silencioso de los twitters, de internet, del Facebook y sus ausencias de vacíos –formas gráficas del silencio; rodeado de una violencia brutal, el poeta sólo puede mirar o escuchar la revelación de manera distorsionada, como un miope al que se le hubieran roto los lentes o como un buzo al que le llegara la señal del exterior a través de un radio lleno de estática.

Quizá, por eso, el lenguaje de los poetas se va haciendo cada vez más oscuro, más reducido a guetos privados, menos dotado para tocar a un mundo incapaz de silencio. Distorsionada la visión, a fuerza de ruido, las palabras del poeta van perdiendo también su poder de revelación, su capacidad para hacer que los otros vean. “En comparación –dice Georges Steiner– con las realidades de guerra y opresión que nos rodean, las más sombrías fantasías de los poetas –yo diría, las más claras de sus revelaciones– quedan reducidas a una escala de terror –o de revelación– privado o artificial. En Las troyanas [una época en donde aún había silencio] Eurípides poseía la autoridad poética para comunicar al público ateniense la injusticia del saqueo de Melos, para comunicarlo y reprocharlo.” Aún había una proporción entre la realidad, la visión y la palabra.

Me pregunto si todavía el poeta podrá algún día encontrar el lugar, el suelo, que le permita encontrar el silencio donde la visión pueda aclararse y encontrar de nuevo la palabra.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.