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Nosotros ya no somos los mismos

Un año turbulento para la UNAM

El movimiento universitario

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Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma de MéxicoFoto José Carlo González
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il novecientos cuarenta y cuatro fue, para la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), un año turbulento. La renovación de un amplio grupo de directores de las escuelas universitarias (se religieron 10 y se eligieron tres más) provocó un amplísimo movimiento de protesta, en el que intervinieron tanto maestros como alumnos. En aquellos tiempos el concepto de víctimas directas y daños colaterales no era tan laxo como durante el fúnebre sexenio de Felipe de Jesús: bastó la muerte de un joven para que el rector Rodulfo Brito Foucher presentara su renuncia el 28 de julio de 1944. Brito, de origen tabasqueño, había sido director de la Escuela de Jurisprudencia en 1932 y arribó a la rectoría en 1942.

Como casi todos los que estudiaban derecho en aquellos tiempos, Brito era un abogado eminente. No dio la menor prueba de ser mínimamente liberal o progresista. Sí, en cambio, dejó ver alguna simpatía por los perdedores, al año siguiente, de la conflagración mundial.

El movimiento universitario fue encabezado por un directorio. Los nombres de sus miembros son, por sí mismos, demostraciones palpables del nivel académico y moral que permitió a los universitarios ser los creadores intelectuales de su estructura jurídica y, por supuesto, de su cuerpo doctrinario: Manuel Güal Vidal, Agustín Yáñez, Raoul Fournier, Medellín Ostos, Trueba Urbina, Manuel Calvillo. El consejo de ex rectores que seleccionó al sucesor de Brito estaba, a su vez, conformado por mexicanos de diversas concepciones ideológicas, pero a los que amalgamaba su acendrado patriotismo y su entrega a nuestra casa común: Ignacio García Téllez, Mario de la Cueva, Manuel Gómez Morín, Gustavo Baz, Fernando Ocaranza, Chico Goerne. (En 1938, éste encabeza una manifestación de universitarios en apoyo a la expropiación. El presidente Cárdenas, al descubrirlo entre la multitud, lo invita al balcón de palacio donde ondea, junto con la nacional, la bandera de la UNAM. Perdón, ¿quién dijo: nosotros los de entonces?). El escogido fue Alfonso Caso, perteneciente a la generación brillantísima conocida como la de los siete sabios (Gómez Morín, Castro Leal, Moreno Baca, Olea y Leyva, Vázquez del Mercado, Lombardo Toledano). El nuevo gobierno destituyó a los directores y encomendó las escuelas al decano de cada una. También a los consejos técnicos y al Consejo Universitario, y convocó a un consejo universitario constituyente. Del seno de este órgano colegiado surgió el documento fundamental de la vida de la universidad: el proyecto de ley orgánica, elaborado por juristas tan prestigiados como Antonio Carrillo Flores, Lucio Mendieta, Eduardo García Máynes y Antonio Martínez Báez. Estoy convencido de que jamás, en nuestro país, se ha dado un caso como éste, en el que la formulación de la normatividad jurídica que deba regir la vida de una comunidad pública le sea encomendada a los propios miembros que la conforman. Aprobado el proyecto por el consejo universitario constituyente, con el propósito de dar cumplimiento a lo estipulado en el artículo 71 constitucional, el presidente Manuel Ávila Camacho lo asumió como propio, lo signó y lo envió al Congreso, donde el 30 de diciembre de 1944 fue aprobado con sólo dos agregados: el otorgamiento a la institución de franquicias de telégrafos y correos, y la instrucción de que las sociedades de alumnos deberían ser independientes de las autoridades. La Ley Orgánica (aún vigente) fue publicada el 6 de enero de 1945. El 9 de marzo de ese año, el consejo universitario constituyente aprobó el Estatuto General de la universidad. Alfonso Caso anunció su retiro. Su rectoría duró escasos siete meses, pero el empeño y entrega de esos universitarios de excepción marcaron el rumbo de esta nuestra casa, una de las universidades señeras del continente latinoamericano.

Y dijo el maestro Villoro: como ven, su actitud protestataria y sus afanes renovadores no sólo son legítimos, sino tienen antecedentes, historia. El embrollo (y dale con) surge porque ustedes escogieron un atajo para alcanzar un objetivo cuya trascendencia exige mucho más tiempo para el estudio, la reflexión, el trabajo teórico y el activismo político. Su manifiesto es emotivo, hace afirmaciones que pueden ser compartidas, pero… (y que se vienen los peros) ignoran antecedentes: la Ley Orgánica que quieren echar abajo hizo lo mismo con la de 1933, que sostenía algunas de las demandas que ustedes, 30 años después, quieren reivindicar. Les faltan, además, propuestas concretas y, por supuesto, la representatividad suficiente para pretender iniciar la transformación que propoexigen. El sólo hecho de ser universitarios conlleva, implica, el derecho a la libre expresión de sus ideas y a la participación crítica y activa en la vida de la institución, pero arrogarse la facultad de transformarla a troche y moche, y además ejerciendo violencia, es del todo incompatible con sus razones y proyecto. Elaboren una propuesta acabada y seria, y convoquen a su lectura y discusión. Bueno, ni siquiera eso. Expongan los temas que consideran fundamentales y sobre los cuales la comunidad debe expresarse. Organicen foros, debates, certámenes, publicaciones. Escuchen e incorporen a todos los sectores, formen las comisiones de estudio, divulgación y propaganda necesarias. Y antes que nada, denle organización y estructura a su movimiento. Como me enseñara la inolvidable María Luisa Puga: quedé flabbergasted, astonished. ¿El filósofo queriendo contar la aparición de la virgen a Juan Diego? Agregó: Estoy autorizado a comprometer la voluntad de las autoridades para dar todas las facilidades necesarias a fin de que ustedes puedan desarrollar, en las mejores condiciones, su proyecto reformista. Las exigencias de reciprocidad son obvias: respeto absoluto a las ideas contrarias y a quienes las sustenten, y cabal cumplimiento tanto de la legislación universitaria como del orden común. Obviamente, la entrega de las instalaciones era la condición previa a todo trato.

Tomar la rectoría es mucho más fácil que regresarla. Para lo primero, el entusiasmo colectivo es unánime y suficiente. Para lo segundo, cada cabeza es un mundo, es decir, inacabables horas de teorías, a cual más de descabelladas. Y, por supuesto, enfrentarte a los ocupa de a como no. No he terminado, pero no puedo seguir. Un asunto de gran interés científico-político me reclama una opinión. Seguiré el próximo lunes, Dios mediante, con el pleistoceno universitario.

En 1901, el doctor Sigmund Freud introdujo el concepto de fehlleistung para explicar el origen de aquellas involuntarias, equivocaciones, como son los olvidos, los extravíos y los errores verbales o de lectoescritura.

Fehlleistung es una palabra alemana de la que se apropió el doctor Freud para calificar el dicho de una persona que usa una expresión no sólo ajena a su propósito discursivo, sino en ocasiones totalmente opuesta a la intención consciente que deseaba transmitir. Se trata de algo más que una equivocación de conductas motoras. Este cortocircuito entre la conducta externa y lo que quiere surgir desde lo interno evidencia un deseo o cadena de pensamientos inconscientes. Son actos fallidos que, según la definición freudiana, constituyen una formación de compromiso o transaccional entre la voluntad consciente del sujeto y el deseo inconsciente reprimido. Los llamados lapsus o parapraxis pueden ser calami, mamoriae, clavis, linguae, pero nunca, como alegó el académico Fox, después de uno de sus cotidianos atropellos al idioma (a los idiomas), un lapsus bilingüe. El acto fallido, en síntesis, es una especie de traición del inconsciente que hace que el sujeto diga lo que conscientemente no quería decir o haga lo que no quería hacer, revelando así una intención o deseo reprimido. El yo siempre puede disculparse tras un acto fallido diciendo que no era eso lo que quería, pero siempre alguna verdad ha quedado revelada allí.

Noticia de última hora: el tantas veces candidato fallido Ernesto Cordero, ante la evidencia de su gafe, cuando expresó su vehemente deseo de ser presidente del PRI, se disculpó como actricita de telenovela o señora de Bosques: ¡Dios nos libre, Dios nos libre! Y mientras golpeaba la mesa con sus finos y manicureados deditos, exclamó: ¡Toco Madero, toco Madero!

Es costumbre de esta columneta no hacer referencia a las preferencias de todo ciudadano: ¡El respeto al toque ajeno –consensuado– es la paz!

De las lecciones del maestro Villoro nos falta un resto.

Twitter: @ortiztejeda