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A 50 años del golpe en Brasil
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El palacio de Planalto, ubicado en Brasilia. En 1960, la urbe fue declarada capital de BrasilFoto Xinhua
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rasil, 1964. Fin de una época, inicio de una era

Ubicado en Flamengo, otrora barrio señorial de Río de Janeiro, el Palacio de Catete fue sede del Poder Ejecutivo hasta su traslado al de Planalto (Brasilia, 1960). Allí funciona hoy el Museo de la República, donde muchos juran que en sus pasillos y salones, a ciertas horas de la noche, retumba el pistoletazo que el presidente Getulio Vargas se dio el 24 de agosto de 1954.

Cien millones de brasileños quedaron estremecidos y dolidos con la carta-testamento que Vargas escribió poco antes del fin. Documento que para sus seguidores seguiría vigente, como expresión acabada del pensamiento político del fundador del Partido Trabalhista Brasileño (PTB).

Transcribimos algunas frases: “Una vez más, las fuerzas organizadas de los intereses contrarios al pueblo se desencadenan contra mí… Necesitan ahogar mi voz para que yo no siga defendiendo al pueblo, como siempre lo he hecho, y principalmente a los humildes… Si las aves de rapiña quieren la sangre de alguien, si quieren explotar al pueblo brasileño, ofrezco mi vida en holocausto. Escojo este medio para estar siempre con vosotros”.

El suicidio del estadista, que en el siglo pasado cambió la historia de Brasil, fue seguido por un breve periodo de luchas facciosas y amenazas militares. El vicepresidente Café Filho tomó posesión, y tras él Carlos Luz y Nereu Ramos en calidad de interinos. Luego, con apenas 3 millones de votos, Jubelino Kubistchek y Joao Goulart ganaron la presidencia y la vicepresidencia (octubre de 1955).

Cincuenta en cinco (1956-60)

Kubistchek y Goulart tomaron las riendas en los años dorados de Brasil. Una época de auge económico que se caracterizó por las palabras de moda importadas de Estados Unidos (desarrollo, desarrollismo, progreso): grandes empresas estatales (Petrobras, Petroquímica); la ciudad del acero de Volta Redonda; industria automotriz, de alimentación; vestuario, equipos electrodomésticos, y empresas de capital estatal y extranjero.

La cultura tuvo grandes momentos: inicios del movimiento musical de la bossa nova y de la extraordinaria experiencia del cinema novo (1955); celebración de la gran Conferencia de Obispos de Río de Janeiro, en la que empezaron a circular las premisas de la teología de la liberación; aparición de la novela Gran sertón: veredas, de Guimaraes Rosa (1956); inicios de la construcción de la nueva capital (Brasilia), y publicación de Geopolítica del hambre, de Josué de Castro, y Gabriela, clavo y canela, de Jorge Amado (1957); inauguración del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro (1958), y puesta en escena de Revolución en América del Sur, de Augusto Boal (1959).

Al final del periodo, el optimismo del Plan Metas (50 años de progreso en cinco de gobierno) tocó techo. Influidas por el keynesianismo y la Cepal, las ideas económicas de Kubistchek chocaban con la desigual asociación entre monopolios extranjeros y la gran burguesía brasileña: desnacionalización creciente, irrestricta exportación de ganancias de los capitales extranjeros, inflación desbocada y constante aumento de impuestos federales, estatales y municipales.

Quadros y Goulart: algo más que futbol y carnaval (1961-64)

A principios de 1961, Janio Quadros ganó los comicios presidenciales, llevando nuevamente a Goulart como vicepresidente. Personaje rarísimo, Quadros renunció intempestivamente siete meses después, tras defender el derecho a la determinación de los pueblos, viajar a Cuba revolucionaria y condecorar al Che Guevara con la más alta distinción de Brasil. Con gran resistencia de las derechas, Goulart ocupó el cargo vacante.

Líder histórico del PTB, Goulart había sido ex ministro de Trabajo de Vargas (1953-54), años en los que analizó con atención las leyes que en la Argentina de Perón se gestaban en el campo del derecho laboral. Tras negociar con las fuerzas armadas y la oposición derechista, Goulart renunció a diversos poderes. Pero al año siguiente, con el apoyo de parte de la dirigencia sindical y una corriente nacionalista con centro en el poderoso Tercer Ejército (Río Grande do Sul), convocó a un plebiscito, con el fin de revocar las restricciones pactadas. El presidente ganó la consulta y retomó el régimen presidencialista.

Con el apoyo del brillante economista Celso Furtado, el gobierno de Goulart repartió tierras agrícolas no utilizadas (Estatuto del Trabajador Rural, 1963), aumentó el impuesto a la renta, exigió a las multinacionales invertir en el país sus ganancias y nacionalizó una subsidiaria de la ITT. Medidas que, por un lado, incrementaron su enorme popularidad entre los trabajadores y, por otro, la hostilidad de las clases media, alta y de Washington, que cortó la ayuda financiera.

Los infortunios en el frente económico y el duro programa de estabilización acordado tras el retorno del FMI (marzo de 1962) contrastaron con la riqueza cultural y deportiva en acción. Imposible olvidar al tremendo Amarildo, del Botafogo, cuando, cubriendo con gran eficacia la baja del lesionado rey Pelé, en el Mundial de Chile, convalidó frente a Checoslovaquia (3-1) el título ganado por Brasil cuatro años antes (Suecia, 1958).

En Pernambuco, el pedagogo Paulo Freire fue electo para ocupar el cargo de director del Departamento de Educación y Cultura del Estado, donde por vez primera demostró la viabilidad de su método de alfabetización: 300 trabajadores de la caña aprendieron a leer en 45 días. Mientras, en la flamante Universidad de Brasilia el rector Darcy Ribeiro, intelectual non de Brasil (y éste sí olvidado por las izquierdas a la carta), convocó a las mentes más brillantes de las ciencias políticas y sociales del país.

En Cannes, el cinema novo recibió la Palma de Oro con El pagador de promesas (1962); Nelson Pereira dos Santos filmó Vidas secas (1963); el poeta Ferreira Gullar publicó Cultura puesta en cuestión, y el cineasta Glauber Rocha, a los 26 años, retrató el alma del país-continente en Dios y el diablo en la tierra del sol (1964), película que hizo historia.

Insurgencia democrática de masas

Sin embargo, las portentosas energías de la referida dinámica cultural hubieran sido de menor alcance sin el auge de las luchas obreras, gremiales, campesinas y estudiantiles. Convertida en poderoso instrumento político de tendencias revolucionarias, la Unión Nacional de Estudiantes (órgano máximo de los estudiantes brasileños) acompañó las crecientes rebeldías de cabos, sargentos, marinos y oficiales de las fuerzas armadas.

En el influyente Club Militar el general Stillac Leal, nacionalista de izquierda, perdió por la mínima diferencia las elecciones frente al candidato pro yanqui Canrobert Pereira da Costa (1960). En tanto, en el explosivo noreste del país (donde Francisco Juliao había fundado las ligas campesinas) estallaba la gran huelga de 200 mil campesinos de Palmares, mientras otra de similar importancia tenía lugar en Santos, el puerto más importante del Atlántico (1962).

En marzo de 1964, comandados por el legendario cabo Anselmo, 2 mil marineros se alzaron en Guanabara, en demanda de aumento salarial. El ministro de la Armada, Silvio Mota, envió a los fusileros navales, quienes terminaron uniéndose a los rebeldes. En tanto, 700 mil obreros de Sao Paulo se declaraban en huelga y 30 mil campesinos que se manifestaban en Recife para exigir la reforma agraria eran violentamente reprimidos por el ejército.

Goulart radicalizó el proceso político. Tras expedir la ley de remesa de lucros al exterior, convocó a la gran asamblea del 13 de marzo, celebrada en Río de Janeiro, al lado de la estación central de ferrocarril. Allí, frente a 150 mil personas, firmó el decreto de expropiación de las refinerías de petróleo privadas, junto con otras reformas de base.

En respuesta, la oposición llamó a la gran Marcha de la familia, con Dios y la libertad, financiada por la CIA. De su lado, con análisis inobjetables, las izquierdas declaraban que el presidente Goulart estaba realizando “…sólo un gobierno de interés exclusivo de las clases conservadoras (sic)”. Algo que meses más tarde seguirían discutiendo en los centros de tortura, penales y campos de concentración abiertos por la dictadura militar, donde agentes de la CIA, como Dan Mitrione, entrenaban a los futuros integrantes del Escuadrón de la Muerte.

Tiburón al acecho

El aliento de la revolución cubana (1959) y la derrota del imperio en playa Girón (1961) habían encendido el corazón de las juventudes patrióticas de Brasil y América Latina. En Uruguay y Venezuela (1962) surgieron el Movimiento de Liberación Nacional (MLN, tupamaros), en Venezuela las Fuerzas Armadas de Liberación (FALN) y el año siguiente el ejército y la CIA derribaron en Guatemala a un títere inepto de la oligarquía, Miguel Ydígoras Fuentes, con el pretexto de salvar la nación del peligro inminente del comunismo. Golpe que en realidad iba destinado a conjurar el eventual triunfo del ex gobernante Juan José Arévalo, autor del clásico ensayo El tiburón y las sardinas: América Latina estrangulada (1956).

Otros golpes sacudieron el año de 1963. En Ecuador, la CIA despidió al presidente Carlos Julio Arosemena por su negativa a romper relaciones con Cuba, y meses después cayó el presidente Juan Bosch en República Dominicana. Y a comienzos de 1964, los marines reprimieron con suma violencia a cientos de jóvenes panameños que ingresaron con banderas a la zona del canal.

Hasta entonces, Brasil era el único país de América Latina que había enviado tropas a la guerra de Corea (1950-53). En 1957, luego de la intervención británica en el canal de Suez, coincidiendo con la posición de Washington, envió un batallón con las tropas de la ONU. No obstante, a pesar del permiso otorgado a Estados Unidos para instalar una base de cohetes en la isla Fernando de Noronha, el gobierno de Kubistchek empezó a tomar distancia de Washington.

Kubistchek terminó su mandato con una declaración de neutralidad frente a los bloques encabezados por Estados Unidos y la Unión Soviética. Antecedente que gravitaría en la Declaración de Uruguaiana, suscrita por los presidente Janio Quadros y el argentino Arturo Frondizi (1961), donde expresan su oposición a la intervención estadunidense en Cuba, y a cualquier intervención extranjera directa o indirecta en los estados americanos.

Simultáneamente, la cancillería celebraba acuerdos de largo plazo con los países socialistas. Quadros, incluso, se ofreció a mediar en el conflicto entre Washington y La Habana. En 1961 Goulart restableció relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y en la conferencia de cancilleres de Punta del Este (Uruguay, 1962) el canciller Santiago Dantas se opuso a las sanciones impulsadas por Was-hington contra Cuba.

El 22 de octubre de 1962, durante la grave crisis de los misiles en Cuba, Kennedy pidió a Goulart el respaldo militar en una posible guerra contra la Unión Soviética. Goulart se negó. Acto seguido, invitó al cosmonauta soviético Yuri Gagarin a disfrutar de las playas de Ipanema y Copacabana. En abril de 1963, Goulart visitó Estados Unidos y meses más tarde el mariscal Tito, de Yugoslavia, emprendió una gira por Brasil.

Operación brother Sam

Los militares brasileños deliberaban. ¿Cuál era la opción? ¿Continuar la línea de desarrollo de Vargas (acero, petróleo) y Kubistchek (química, bienes de capital, energía) o apoyar el populismo de Quadros y Goulart?

En 2004, documentos desclasificados en Washington por el Archivo Nacional de Seguridad revelaron la ayuda de Estados Unidos a los organizadores del golpe. Dos años después, el historiador brasileño Carlos Fico encontró el Plan de contingencia para Brasil, que luego glosaría el diario carioca O Globo.

El plan se llamaba Operación hermano Sam. Fue elaborado por Lincoln Gordon, embajador del presidente Lyndon Johnson en Brasil. En 2003, un Gordon ya gagá (aunque no tanto) seguía negando la participación activa de Washington en el golpe de Estado. Gordon aseguró a su jefe que el golpe del primero de abril de 1964 incluiría una toma temporaria del poder por los militares.

Al día siguiente, el Parlamento declaró acéfala la república. Los congresistas alegaron que Goulart había abandonado el país, cuando en realidad se encontraba en Porto Alegre, reunido con sus seguidores y los pocos oficiales que le eran leales.

En transcripción de un diálogo del 3 de abril de 1964 con el presidente Johnson, el secretario de Estado para asuntos interamericanos, Thomas Mann, le dijo: Espero que usted esté tan feliz respecto de Brasil como yo. Jonhson respondió: Lo estoy, Mann. Pienso que es lo más importante que ha ocurrido en el hemisferio en tres años.

El mariscal Humberto Castelo Branco, jefe del estado mayor del ejército, asumió dos semanas después. Fue el primero de los cinco generales que se quedaron en el poder durante 21 años, hasta el 14 de marzo de 1985.

¿Qué ideología predominó en el golpe militar?

Con una extensión superior a la de Australia y Nueva Zelanda (8.5 millones de kilómetros cuadrados), una población ocho veces superior (200 millones en 2014), 7 mil 500 kilómetros de costas en el Atlántico, 15 mil de fronteras con países vecinos y único responsable de la conservación de la Amazonia, el mayor pulmón del planeta, Brasil siempre se prestó a la especulación de los geopolíticos, ideólogos de una disciplina que, sin ser científica, existe.

El más famoso se llamó Golberry da Couto e Silva (1911-87), fundador en la Escuela de Guerra del Instituto de Pesquisas e Estudios Sociais (IPES) que, en paralelo con la CIA y con matices propios, planificó el golpe contra Goulart.

Apodado El Brujo, debido a la frialdad con que se movió durante dos décadas en el centro del poder, las ideas de Couto e Silva consistían, básicamente, en introducir en Brasil la doctrina de la seguridad nacional, conquistar el interior del país, defender el alineamiento con Estados Unidos en igualdad de condiciones y tener al bloque socialista como enemigo principal.

En su libro Aspectos geopolíticos de Brasil (1966), Golberry defendió las grandes ideas de los geopolíticos alemanes del siglo pasado (Ratzel, en particular) sosteniendo que los grandes espacios territoriales están destinados a compactarse bajo direcciones hegemónicas: “También nosotros podemos lanzar un Destino manifiesto y que éste no se contraponga con el de nuestros hermanos del norte…”, escribió Golberry.

Durante 21 años, la meta de los militares brasileños fue hacer del Brasil lo que hoy es: una potencia mundial con vuelo propio, sin desligarse del acuerdo leal y la cooperación cautelosa con Estados Unidos. Cosas de la soberanía brasileña que a los yanquis, en dictadura o democracia, nunca cayeron muy bien que digamos.