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Ver día anteriorLunes 7 de abril de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Domingo de Ramos
M

ientras recogíamos los frutos de la pequeña huerta en el patio de su casa, Magdalena Equihua no paraba de contarme sus historias. El recuerdo de su conversación me alcanza en todos los amaneceres de esta época del año al acercarse la Semana Santa. De ella escuché por vez primera que los santos que ocupan las iglesias más que nuestros padres son ya nuestros hermanos. Así tejen el ritmo de la vida. En ella no hay diferencia entre la vida material y la vida simbólica y festiva. Si te vas a llegar hasta la fiesta llévate algo de la fruta que tenemos, escuchó que le dijo mientras abandonaba el lecho. Ella ya lo había pensado así, pues este año no tenía otra cosa que llevar al gran mercado que se hace para celebrar el Domingo de Ramos en Uruapan. Con las calenturas que tuvo Refugio desde las épocas del frío, no alcanzaron a labrar la madera que preparaban siempre para esa ocasión. Ojalá les diera tiempo para tener algunas para el Corpus.

Desde tiempo inmemorial el calendario de las fiestas de las comunidades de la meseta purépecha de Michoacán guiaba no sólo las devociones de sus obligaciones religiosas, sino que era la oportunidad esperada para cosechar algunos otros frutos que se sumaran a los logrados en el trato del bosque y la parcela. Al celebrar sus fiestas patronales los pueblos se abrían y era la ocasión para participar en el comercio.

Las fiestas se podían contar como espigas de trigo agavillado. A cada santo se le llegaba siempre su día. Santiago, San Juan, San Lucas, San Miguel, San Francisco, la Asunción, la Natividad, la Purísima Concepción, San Marcos, el Corpus, y otros tantos como pueblos había sembrados en la sierra. Hay algunas comunidades que cuentan en su calendario con 15 fiestas religiosas por lo menos. Cada una dura normalmente tres días, pero las hay de siete o 15. Allí, en ellas, tenían la oportunidad de hacerse de útiles que se realizaban en otros pueblos. Así les enseñan a sus santos a conocernos y a saber de los pesares de nuestra tierra. Así los ayudamos a trasplantarse. Ahora ya nos conocen bien. Saben de nuestros afanes. Después de tantos años hoy ya pueden ayudarnos. Por eso vamos siempre a saludarlos.

Como las fiestas eran también ocasión para embriagueces, Magdalena prefería caminar sola con su hija y no con Refugio. La última vez que fueron a celebrar a San Lucas en Zacán se bajó tan necio y tan borracho a la monta del toro, que cuando quiso recoger su cuerpo ya no pudo, y tuvo que estar encamado 15 días esperando a que se le saliera el aire de la espalda que le impedía mover las piernas. Ahora, como ha estado tan malo, quisiera ver si le puede comprar un buen sombrero. Quien quita y con eso se le alegra un poco el alma y se olvida de todos los desfiguros que ha tenido este año.

Cuando oyó la algarabía desde la entrada al centro de Uruapan pensó en lo desvelada que encontraría a su comadre. Como ella era del barrio al que le tocaba la celebración, tenía que invitar a los atoles, los tamales, los vinos de frutas y de maguey y las tortillas a todo el que la visitara. De seguro no había dormido por estar arreglando la iglesia y colocando las guías de barbas de pino en los postes. Pero todo lo confortaba si se hacía un bonito y grande comercio.

Iba pensando en la loza que quería llevar cuando se cruzó con algunos palmeros retrasados que, corre y corre, llegaban con los polvos del viaje desde la Tierra Caliente ansiosos por llegar a tejer las palmas que sólo hoy se venderían. Al dirigirse a tomar el almuerzo admiró como siempre las ollas de Zipiajo que, bien terciadas con el rebozo, bajaban las mujeres. Contento se pondría San Mateo el evangelista si viera el mercado de esta fiesta. Por sus frutos los conoceréis, dicen que dijo alguna vez. Y aquí uno sabía que si vendían camotes y caña de Castilla eran de San Francisco Peribán; si ofrecían loza de la verde, eran de Patamban; si guitarras o violines de Paracho; si sombreros tejidos de palma, de Zacán; si cucharas o utensilios de madera, de Capácuaro; si diablos envueltos en soles, de Ocumicho; si colchas y sarapes de Angahuan. Cuando ella vio sus peras se fijó que todos sabían que venía de Pamatácuaro. Por eso pudo cambiarlas fácilmente por las ollas que quería.

Ya no quiso quedarse al torito ni al juego de los fuegos de artificio porque Refugio seguía con las calenturas. Hubiera querido ser sabia para encontrarle ya el remedio. Si no se le iba el mal ligero, le haría una promesa al Cristo Milagroso de San Juan Parangaricutiro. Él siempre había sabido ser intercesor para alejar los males. Mientras pensaba en todo esto, se fue durmiendo en el camión. Soñó que por fin ayudaba a parir a su becerra. El queso de su leche lo vendería en Charapan.

Magdalena Equihua encarna a las mujeres de la meseta purépecha de Michoacán. Siempre están cultivando esa infinita capacidad para inventar soluciones a las grandes y pequeñas necesidades de la vida en el bosque. Esa tarde de Domingo de Ramos, al llegar a lo alto del cerro, miró al grupo de casas de su pueblo en medio de la bruma. Ya iba siendo época de comenzar a construir juguetes de madera. Mientras, esperaría a que llegara el tiempo de contar las historias.

Twitter: @cesar_moheno