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Historia, paralelismos, hipocresías (siguientes miradas)
E

l papel de Polonia en la crisis en Ucrania fue claramente el de un proxy del Departamento de Estado y caballo de Troika (arrancar a Kiev de Moscú y sujetarlo luego al FMI), pero también obedecía a su propia historia e intereses geopolíticos.

Primero, a la vieja obsesión por un búfer –un cinturón de estados nacionales amigos– que la separase de Rusia, reforzando su posición. Desde hace años, coincidiendo con el expansionismo de la UE y la OTAN ( doctrina Brzezinski) y desempolvando su vieja estrategia de prometeísmo de principios del siglo XX, Polonia trataba de contribuir, p.ej. mediante la Asociación Oriental, a deshilvanar Rusia –y su zona de influencia– por las costuras nacionales (estrategia que acabó en la guerra en Georgia en 2008, cuando cruzamos la línea roja putiniana).

Segundo, a la principal doctrina de la política exterior polaca en el este: lo que es malo para Rusia es bueno para Polonia (extraña institucionalización de la tradicional rusofobia, históricamente justificada, pero a la vez exagerada).

Tercero, a los intereses poscoloniales en la zona y a las tendencias históricas de actuar como protector de Ucrania –véase la entrega anterior: Historia, paralelismos, hipocresías (dos miradas), La Jornada, 28/3/14–. Hoy queremos arrastrar a los ucranianos de nuevo, esta vez a una finca más grandeeuropea, incluso euroatlántica, vide: Acuerdo de Asociación Transatlántica– y para otro tipo de penetración y acumulación capitalista a escala global. Ya no es sólo por el trigo, sino por los recursos energéticos y el vasto mercado de consumidores.

Y bueno: antes nosotros poníamos gobiernos-títeres en Kiev y ahora son nombrados por dedazo desde Washington (y nos tenemos que conformar con nuestro dedito detrás de las bambalinas).

***

En este sentido Arseni Yats’ Yatseniuk y su gabinete neoliberal, ultranacionalista y antirruso son una versión moderna y recargada de Simon Petliura (1879-1926) y su efímero gobierno nacionalista y antibolchevique instaurado por el mariscal Józef Pilsudski (1867-1935) durante la excursión kieviana (1920) en la guerra polaco-bolchevique (1919-1920).

Un gobierno que garantiza los intereses polacos –No puede haber Polonia libre sin Ucrania libre, decía Pilsudski, afinando en Kiev su prometeísmo–, europeos y estadunidenses (ayer fue la entente, hoy es la OTAN).

De hecho, si no fuera por el tubo en el Báltico (el gasoducto Nord Stream), la canciller Merkel y... la misma OTAN, que nos estaban conteniendo (¡sic!), juzgando por el clima en los medios, ya hubiéramos lanzado la segunda excursión kieviana (y al mismo tiempo de manera hipócrita tildábamos a Putin de Hitler y amenaza contra la paz en Europa...).

Nadie parecía acordarse que la vez pasada nos fue bastante mal, y peor a los ucranianos.

Aunque tras una exitosa campaña los polacos –junto con los petliuristas– tomaron Kiev, ocupándola por un mes (Petliura pagó a Polonia cediendo Wolyn Occidental y Galizia Oriental con Lwów, por el que antes, al final de la Primera Guerra Mundial, peleamos con los ucranianos), el contrataque bolchevique los empujó hasta la línea de Vistula, donde Polonia fue salvada gracias a un milagro, o al genio militar de Pilsudski, en la batalla de Varsovia (1920).

Los polacos derrotaron a los bolcheviques –y al famoso ejército de caballería/Konarmia de Semión Budionni–, pero los ucranianos perdieron su independencia (Petliura se exilió en París, donde fue asesinado por un vengador judío, tal vez inspirado por Moscú, que lo responsabilizaba por pogromos a manos de sus tropas).

El oeste de Ucrania quedó en Polonia (Tratado de Riga, 1921), mientras la URSS tomó el este ucranio, cuya población fue sujetada a una feroz desucranización y la represión estalinista que acabó en holodomor: el genocidio por hambre (20 años después, cuando Polonia fue invadida por Wehrmacht y por el Ejército Rojo, Galizia y Wolyn pasaron a ser parte de la URSS).

Según la visión dominante de la historiografía anticomunista y liberal, la batalla de Varsovia salvó al mundo (Edgar D’Arbenon, The eighteenth decisive battle of the world: Warsaw, 1920, Londres 1931); no obstante, este acontecimiento resultó más bien trágico en sus consecuencias.

Al impedir que la revolución llegase a Alemania (y cruzara el puente Polonia, como quería Lenin), fue responsable por la consiguiente degeneración del régimen bolchevique, y al influir en la configuración de poderes en el continente abrió el paso a los auges de Hitler y Stalin.

El gran Mijaíl Bulgákov (1891-1940) –ruso nacido en Kiev–, que veía a su ciudad pasando de manos a manos (de blancos, rojos, cosacos-petliuristas, polacos) y participaba en aquellos acontecimientos (cambiando igual de bandos), retrató aquellos turbulentos años en La guardia blanca (1924).

Dejó también esbozada otra novela, Alyi Maj, fragmentos que formaron el tomo de cuentos El señor Pilsudski, donde escribía de los polacos, con genial sarcasmo: Todos unos caballeros. Sólo matan a los rojos.

Y en voz de uno de sus personajes: “¡Qué nación tan cultural! Todos tocan a Chopin y hablan francés. Cada domingo escuchan misa católica. Después de cada batalla ponen un altar de campo y alaban al Señor (…) allí llevan a los prisioneros atados con alambre y los hacen arrodillarse”.

Si bien durante la presencia polaca en Kiev no hubo pogromos, también reinaba el caos; los civiles vivían atrapados en medio de las fuerzas beligerantes.

–¡El señor Pilsudski nos viene a defender!

–¡Usted está loco! Budionni nos defiende, Petliura nos defiende, el señor Pilsudski nos defiende. De esto sale sólo una confusión más grande. ¿Y qué hay de defender aquí? ¡No hay nada! Sólo la guerra...

Cuando Pilsudski despidió a Petliura y sus tropas nacionalistas, que se dispersaron por Europa, este defensor de los ucranios y sus gobiernos de sanación (1926-1935/39), siguiendo las viejas prácticas coloniales polacas, aplicaron en Galizia y Wolyn una feroz política de asimilación, desucranización y lucha contra el terrorismo ucranio. (Continuará.)

*Periodista polaco