Opinión
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ué hacer ante el desastre que nos agobia? ¿Cómo enfrentar cuanto nos viene de arriba e impulsar los cambios que hacen falta? ¿Cuál sería el carácter de esos cambios?, ¿reformistas?, ¿revolucionarios?

El término revolución se refiere convencionalmente a la tentativa violenta de derribar a las autoridades políticas existentes y sustituirlas para cambiar a fondo las relaciones políticas, el ordenamiento jurídico-institucional y la esfera socioeconómica. Las revoluciones realizan todo eso mediante reformas sucesivas.

Toda revolución se institucionaliza: establece las instituciones del nuevo régimen. Ponerle el apellido institucional al partido que asumió las reivindicaciones de la Revolución Mexicana no implicaba traicionarlas, pero el cambio no fue inocente. Reflejó un giro brusco en la orientación del régimen, al sustituir el espíritu de la reforma agraria cardenista por la revolución verde patrocinada por el gobierno estadunidense y la fundación Rockefeller.

Desde los años 40, con su nuevo nombre, el PRI buscó detener el aliento revolucionario que tras 20 años de postergaciones empezó a cristalizar con Cárdenas. La Revolución Mexicana quedó así interrumpida, como hace tiempo observó lúcidamente Adolfo Gilly. En las siguientes décadas, con muy diversos altibajos, se mantuvo vagamente la ideología adoptada por el régimen, que llamaban nacionalismo revolucionario. Este periodo terminó con José López Portillo, quien se llamó a sí mismo el último presidente de la Revolución y se despidió de ella con la nacionalización de la banca.

De la Madrid operó un golpe de Estado el día que tomó posesión, para deshacerse de quienes aún formaban parte de la familia revolucionaria y facilitar las reformas que él empezó, se profundizaron con Salinas, se ampliaron con Zedillo, Fox y Calderón y culminaron con las de Peña. Todas ellas han tenido un carácter contrarrevolucionario, pues se han orientado explícitamente a desmantelar las normas e instituciones del régimen de la Revolución. Para la transición, Salinas puso el liberalismo social en el lugar del nacionalismo revolucionario. La actual administración le quitó lo de social a la etiqueta; le basta lo de liberalismo occidental. Para aplicar las reformas todos ellos se vieron obligados a recurrir a creciente violencia y autoritarismo.

Para examinar lo que pasa, y en particular para explorar lo que hace falta hacer cuando verdades e instituciones que nos gobernaron por 200 años caen a pedazos a nuestro alrededor, necesitamos decirnos las palabras apropiadas, escapando del magma confuso que usan las clases políticas y los medios.

Una línea pertinente de esclarecimiento es la de Foucault, cuando señala que no basta cambiar la orientación ideológica sin modificación sustantiva de las instituciones, ni cambiar éstas sin modificar la orientación. Exigía una conmoción simultánea de ideologías e instituciones, una conmoción revolucionaria.

Esto es muy claramente lo que necesitamos. No bastaría sustituir a Peña y su equipo, para que otros dirigentes dieran nueva orientación al aparato. Tampoco sería suficiente reformar algunas instituciones, por ejemplo para revertir las reformas contrarrevolucionarias de los años recientes y regresar a la situación anterior. Se necesita un nuevo tipo de iniciativas, desde abajo, que realicen la conmoción revolucionaria. Y hace falta algo más.

“Ni la revolución ni la reforma –decía Iván Illich– pueden a final de cuentas cambiar una sociedad. Más bien, habría que pensar en una nueva historia potente, tan persuasiva que borrara los viejos mitos y se convirtiera en la historia preferida; tan incluyente que reuniera fragmentos de nuestro pasado y nuestro presente en un conjunto coherente; una historia que incluso arrojara alguna luz sobre el futuro, de tal modo que pudiera darse el siguiente paso hacia delante. Si uno quiere cambiar la sociedad, hay que contar una historia alternativa.”

Los sueños del pasado se hicieron pesadilla. Las historias de ayer que nos cuentan o nos contamos han sido tan manoseadas que no sólo carecen ya de brillo y atractivo, sino que resultan fantasías para niños o historias de horror.

Desde hace tiempo buscábamos una historia alternativa. Al fin la tenemos. Está circulando en los pueblos y en los barrios, particularmente en las comunidades indias. Desgarró los viejos mitos maltrechos y se convierte poco a poco en la historia preferida. Contiene una sabia recolección del pasado, con algunos fragmentos muy antiguos y otros de la historia reciente. También es linterna y acotamiento del camino a seguir y fuente continua de inspiración para transitarlo. Es síntoma de su fuerza que le haya pasado de noche a los de arriba, que no quieren o no pueden escucharla. Abajo, en cambio, la están oyendo incluso aquellos que tienen los oídos muy tapados y cuya cerilla ideológica no les deja oír con claridad. El sonido es tan fuerte y tan claro que ni siquiera necesito contarla aquí o decir su nombre. Ha creado la condición del cambio. Es hora de cobijarnos con ella.