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Adiós, papá grande

Ética y oficio, ingredientes principales del periodismo, afirmaba el premio Nobel

Argentina recuerda que ahí se publicó por primera vez Cien años de soledad
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El escritor con su esposa, Mercedes Barcha, al arribar en tren a su natal Aracataca, en mayo de 2007Foto Ap
Corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 18 de abril de 2014, p. 9

Buenos Aires, 17 de abril.

Todos los medios argentinos titulan sus primeras páginas con la noticia de la muerte del escritor y periodista colombiano Gabriel García Márquez. Y en todos los casos se rememora aquella primera edición de 8 mil ejemplares de Cien años de soledad publicada por la Editorial Sudamericana, que fue orgullo de Argentina durante mucho tiempo.

“Su obra cumbre fue, sin dudas, Cien años de soledad, la larga saga de la familia Buendía, que hizo de Macondo un lugar mítico de la literatura latinoamericana y vio la luz por primera vez en Buenos Aires en 1967.

“Ese pueblo mítico tan parecido a su Aracataca natal de Colombia, y la estirpe de los Buendía –una historia familiar donde la desmesura y lo insólito eran cosa de todos los días–, fue la mezcla explosiva que dio por resultado el ascenso vertiginoso de García Márquez a la fama, con la traducción a 40 idiomas y la venta de más de 30 millones de ejemplares en el mundo”, señala hoy la agencia Télam.

Cada uno de los periódicos y agencias dedica más de tres o cuatro notas y opiniones, entre ellas de varios periodistas argentinos que estudiaron en la fundación que creó García Márquez, proyecto que amó y por el cual solía decir que había recuperado su pasión por ese género, al que introdujo los elementos límites de la poesía, que tanto admiraba.

“¿Cuál fue la imagen visual que sirvió de punto de partida para Cien años de soledad? Un viejo que lleva a un niño a conocer el hielo exhibido como curiosidad de circo”, había contado el escritor en una entrevista.

Son varias las notas donde se menciona que el escritor no había regresado nunca a Buenos Aires desde aquellos días en que su novela fue publicada, en 1967, por pura superstición, como él confió a varios alumnos argentinos de su fundación.

Cuando el escritor colombiano llegó a Buenos Aires, un sábado de junio, la novela de 352 páginas, y que costaba 650 pesos de entonces, ya estaba en las librerías porteñas, recuerda Télam.

En marzo del 67, el editor Francisco Porrúa recibió en su casa las mil 300 carillas del manuscrito de la novela, acompañado por una hoja en la que García Márquez le decía: Si a ti no te gusta, rómpela. Olvidaré esta novela.

Lejos de romper algo, el editor comenzó de inmediato a trabajar para que la novela saliera a la luz casi tres meses después y a programar la primera (devenida con el tiempo única) visita del escritor a Buenos Aires.

A las dos semanas, la segunda edición; el libro sería calificado como la metáfora más exacta de Latinoamérica y ese comentario se extendió de boca en boca, al tiempo que la eficaz agente literaria Carmen Balcells, convencida de que el libro era una obra maestra, negociaba su traducción en varios idiomas, recuenta la nota de Télam.

Nunca en mi vida he hecho frente al espejo algo distinto a lo que hacen las demás personas. Nunca me he preguntado quién soy, porque siempre lo he sabido: soy el hijo del telegrafista de Aracataca, se definió el escritor colombiano en un reportaje exclusivo realizado en Manhattan a finales de la década del 90 publicada por el autor Boris Muñoz, en Página 12 en 1997.

En esa charla, que le llevó a Muñoz muchas horas lograr, el autor de Cien años de soledad habló de su rutina cotidiana cuando escribía, de las mediocridades del periodismo actual y de sus múltiples tareas invisibles como operador político entre Estados Unidos y los países de América Latina.

Después de muchas horas, el periodista novato, como se define Muñoz, logró convencer al colombiano y como resultado se lee una entrevista muy directa, poco común, pero algo queda muy ligado a estos momentos y es el tema de la ética.

“–Cada día nos olvidamos más de la ética. Las escuelas de periodismo enseñan todo lo que tiene que ver con el periodismo, menos el oficio. El reportaje, que es el género que amo, ha sido degenerado a la entrevista. El reportaje es la reconstrucción de un hecho tal y como sucedió en todos sus detalles. Y eso es cada vez menos frecuente en el periodismo: cada vez hay menos reportajes y reporteros en Latinoamérica (...) el problema del periodismo no es responsabilidad exclusiva de los periodistas y las escuelas, sino también de una concepción contemporánea de los medios de comunicación (...) La calidad de la noticia se ha perdido por culpa de la competencia, la rapidez y la magnificación de la primicia. A veces se olvida que la mejor noticia no es la que se da primero, sino la que se da mejor. En otros casos, se le pide al periodista que escriba un reportaje y luego llega una publicidad y el reportaje se ve reducido a una columna. Lo que creo es que debemos volver a la vieja manera del oficio. Eso es lo que tratamos de meterles en la cabeza a los periodistas que van a Cartagena. Llevamos a periodistas de mucha trayectoria para que les hablen a los jóvenes desde su experiencia directa en los medios. La ética y el oficio son los ingredientes principales”, es el breve resumen de la respuesta a varias preguntas.