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Adiós, papá grande

Cien años de soledad no es más que un vallenato de 450 páginas, dijo Gabo

Un bolero, lo más difícil de escribir

Tenía más discos que libros

En París le pagaban por cantar temas mexicanos

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María Cristina García Cepeda, titular del Instituto Nacional de Bellas Artes, y Jaime Abello, presidente de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (centro), leyeron ayer un comunicado afuera de la casa de Gabriel García Márquez para informar que los restos del escritor serán incinerados en privadoFoto Roberto García Ortiz
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Gabriel García Márquez en Barcelona, coronado con la famosa cubierta cabalística de Cien años de soledad, 1969
 
Periódico La Jornada
Viernes 18 de abril de 2014, p. 19

Gabriel García Márquez fue también cantante. Y no sólo por afición, sino para ganarse la vida de manera profesional. Eso ocurrió hace muchos años en París, en el club nocturno L’Scala, donde acostumbraban reunirse los exiliados latinoamericanos.

Era una época tristemente gloriosa de América Latina con Batista en Cuba, Trujillo en Santo Domingo, Rojas Pinilla en Colombia, Pérez Jiménez, Somoza, Odria, Stroessner, Perón, según refirió el escritor colombiano en una entrevista realizada por Armando López para la revista Opina, de Cuba, en 1985, reproducida por el Diario de Cuba el 6 de marzo de 2012.

“Yo ya había sido periodista, tenía una novela, La hojarasca, y estaba escribiendo El coronel no tiene quien le escriba, pero había que sobrevivir. Cantaba en un grupo con (Jesús) Soto, el pintor venezolano. ¿Y sabes qué cantábamos? Pues canciones mexicanas.

¿Cuánto nos pagaban? Ganaba algo así como un dólar, pero vivía, o mejor, cuarto vivía, y yo me decía, si logro medio vivir, voy agarrando algo. Todavía anda por ahí un casete que Carlos Fuentes está loco por rescatar, donde él y yo cantamos un álbum completo de canciones mexicanas a dos voces.

La música es una expresión a la que Gabo siempre reconoció como aspecto determinante tanto en su vida como en su obra.

Inclusive, sus amigos cercanos acostumbraban comentar que los gustos del autor se reducían a los vallenatos, el cine, la música francesa y el buen vino.

Sostenía que no podía entender a una persona que aspirara ser culta sin tener a la música como uno de los elementos más importantes de su formación cultural, y sin sonrojos solía aceptar que tenía más discos que libros.

“Muchos amigos, sobre todo los más intelectuales, se sorprenden de que la lista en orden alfabético (de mis discos) no termine con Vivaldi. Su estupor es más intenso cuando descubren que viene después es una colección de música del Caribe –que es, de todas, sin excepción, la que más me interesa–”, según apuntó en Notas de prensa 1980-1984.

Desde las canciones ya históricas de Rafael Hernández y el Trío Matamoros, los tamboritos de Panamá, los polos de las isla Margarita, en Venezuela, o los merengues de Santo Domingo. Y, por supuesto, la que más ha tenido que ver con mi vida y con mis libros: los cantos vallenatos de la costa del Caribe de Colombia.

Para él no existían fronteras entre las músicas, como aclaró al periodista cubano en la ya citada entrevista.

Para empezar creo que todo lo que suena es música. Después uno empieza a escoger qué le gusta y qué no le gusta, qué es bueno y qué no es bueno. A mí me gusta desde la música comercial que se oye por radio hasta un concierto de Béla Bartók, dijo.

Y entiendo por música comercial, no la que algunos llaman así porque no encuentran otra manera de llamarla, sino la que se hace expresamente para vender. Me interesa toda la música.

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García Márquez en su primer cumpleaños. Esta es la fotografía que el escritor colombiano escogió para la cubierta de su autobiografía, en 2002

La influencia de la música

Basta leer sus libros para encontrar la influencia que la música ha tenido en su escritura. En Doce cuentos peregrinos, por ejemplo, es un personaje incidental en varios de los relatos, lo mismo que en La mala hora o en Memorias de mis putas tristes.

Al respecto, el autor llegó a reconocer lo decisivo que fue el vallenato, como género musical, para la realización de Cien años de soledad. El hecho de que sean canciones que cantan hechos reales me dio la idea para esa novela, aclaró en la charla con el cronista isleño.

“¿Qué es Cien años de soledad? Pues no es más que un vallenato de 450 páginas, realmente eso. Lo que hice yo con mi instrumento literario es lo mismo que hacen los autores de vallenato. Sólo que yo lo hice con unas posibilidades literarias más evolucionadas, porque una novela es un producto más culturizado, pero el origen es el mismo”.

En algún momento de su vida, García Márquez intentó, vanamente, escribir un bolero, para lo cual trabajó por lo menos durante un año con Armando Manzanero.

Y es lo más difícil que hay. Poder sintetizar en las cinco o seis líneas de un bolero, todo lo que un bolero encierra es una verdadera proeza literaria. Manzanero llegó hasta decirme que escribiera el argumento, que él lo sintetizaba. Pero yo lo que quiero es escribir la letra completa de un bolero, confió el Nobel en esa plática de la década de los 80.

Traté con Silvio Rodríguez también. Con Silvio fuimos más lejos en el experimento. Yo le di el argumento y él me dio en un casete la métrica, el número de sílabas que podía tener cada verso, las terminaciones de la rima. Estuve meses tratando, pero no pude. Es muy difícil. Un bolero es algo que yo admiro muchísimo.

Para cerrar aquella charla, Gabo aceptó que tal era su gusto y su respeto por la música que para escribir debía hacerlo en silencio, porque ponía más atención a lo que escuchaba que a lo que escribía.

“Pero sí, en la época en que escribo oigo mucha música. Y según lo que escriba, es la clase de música que escucho. Cuando escribía El otoño del patriarca escuchaba solo a Béla Bartók”, comentó el escritor.

“Y qué sorpresa cuando se me presentaron dos desconocidos que querían hacerme una entrevista y me dijeron: ‘nosotros hemos estudiado bien El otoño del patriarca, y hemos llegado a la conclusión que la estructura de su novela es la del Concierto No. 3 para piano de Bartók’. Y yo me asusté. Creía que sólo había tomado de Béla Bartók una serie de soluciones estéticas y de pronto, esos señores me hablan y termino yo pensando que ellos tienen razón”.