19 de abril de 2014     Número 79

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

No andábamos tan perdidas
en nuestros sueños*

Dora Ávila Betancourt Fundadora del Centro para los Derechos Humanos Nääxwiin
y promotora de la organización de mujeres rurales e indígenas

Voy a hablar de mi experiencia. Comencé a participar en la Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo (Ucizoni), organización que nació en 1985, hace casi 30 años. Varias de las que ahora estamos en el Centro para los Derechos de la Mujeres Nääxwiin venimos de Ucizoni.

En un viejo número de El Perico, una publicación que hacíamos en la Comisión Cultural de Ucizoni, se habla de una junta de mujeres, donde las coordinadoras, Dora Ávila y Chayo Revueltas, nos reunimos con casi 70 socias pertenecientes a varias delegaciones. Eso fue el sábado 13 de julio de 1990, como parte de las actividades de la Tercera Asamblea-Congreso de Ucizoni. Se había trabajado con las mujeres casi desde el inicio de Ucizoni, pero la organización de mujeres estaba en stand by, en pausa. La compañera responsable de la Comisión de la Mujer se había hartado ante una serie de cosas y tiró la toalla. Entonces Chayo y yo buscábamos la manera de impulsar nuevamente ese trabajo, porque entonces había muchas mujeres en Ucizoni, como hasta ahora.

En esa reunión se acordó pedir que las mujeres fueran invitadas a las asambleas de delegaciones y generales, pues no participaban en esas instancias de información y toma de decisiones. También se convino nombrar una encargada de la Comisión de la Mujer. Varias comunidades, varios grupos de mujeres, hicieron peticiones: apoyos para el funcionamiento de los molinos, que se diera capación administrativa y técnica a todos los grupos de molinos, que se continuara la costura de huipil y se le diera apoyo, que se impulsara a las productoras de totopos y a su labor de comercialización… algunas pidieron apoyo para su grupo de danza. San Antonio Putla y Palomares solicitaban que se hiciera trabajo con mujeres en esas comunidades. Fue así que en 1990 se retomó el trabajo de la Comisión de la Mujer, aunque hasta 1992 se consiguieron recursos.

Y, bueno, cada etapa organizativa tiene su historia y sus frutos. Arrancamos en 1992 pero fue a partir de 1993 que se tuvo un trabajo sostenido. De 1992 a 2000 o 2001, yo fui la coordinadora de la Comisión de la Mujer. Y en 2001 o 2002 Rubí (Rubicelia Cayetano) tomó la Coordinación, después lo hizo Estela Vélez. Y en 2003 dijimos: “Bueno pues, ahí se ven”. Tomamos la decisión de independizarnos, porque había mucha resistencia a nuestro trabajo, no se valoraban nuestros aportes y se nos limitaba. Leticia José, Constanza Cruz y Cibeles García también participaron en aquellas luchas. Queríamos hacer un trabajo amplio pero Ucizoni sólo quería que atendiéramos a socias. Si una comunidad era vetada por la organización nosotras no podíamos continuar trabajando ahí. Además, nosotras no estábamos de acuerdo en que se hicieran alianzas con los partidos políticos y en ese tiempo, la Ucizoni se declaraba perredista. Muchas diferencias, así que nos fuimos a crear Nääxwiin.

Imaginábamos un grupo de mujeres istmeñas que lucharan y defendieran sus derechos e impulsaran a otras mujeres, y aquí está Nääxwiin. Deseábamos un lugar donde las mujeres pudieran guardar su producción, descansar, ser escuchadas y defendidas, sanar… y aquí está Nääxwiin. Soñábamos que estas mujeres se unían a otras mujeres, y están las redes: Roselia Gutiérrez en la Red Interinstitucional de aquí del Istmo, está la Red Nacional de Promotoras y Asesoras Rurales (RedPAR) y ahora está la Red de Casas de la Mujer Indígena (Red CAMI). Soñamos con la inclusión de las mujeres en los cargos de la toma de decisiones y ahí está Zoila José Juan en una curul, ahí va poco a poco, ella estuvo en Nääxwiin. Sueño, soñé con ser una mujer sabía y aprendo cada día. Me doy de topes con la realidad. Envejezco. Hay cosas que no existen pero las deseamos, soñamos y trabajamos, y empiezan a existir. Entonces no andábamos tan perdidas en nuestros sueños.

Mi camino en realidad empezó en la RedPAR, ahí descubrí que había otra manera de hacer trabajo con mujeres. En 1994 fui al Primer Encuentro de la Red en Erongarícuaro, Michoacán. Fue un Encuentro muy bonito: éramos jóvenes, nos desvelamos mucho y terminamos escribiendo poemas. Todo, al calor del surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, porque estábamos con la duda de quiénes eran esos encapuchados que habían aparecido tan de repente. Nada sabíamos de ellos.

En la participación de las mujeres cuenta mucho lo que aprendemos de las otras. Porque Chayo y yo teníamos esa intención de trabajar con las mujeres, pero a ciencia cierta yo no sabía muy bien cómo hacerlo. Y sigo aprendiendo, no es que ya sepa. Pudimos tomar mucha fuerza de la RedPAR, conocer del trabajo de las demás, de las discusiones con las demás… En aquel Encuentro, me acuerdo que tratamos el tema de metodología del trabajo con mujeres indígenas. Yo decía: “¡Híjole! ¡Bendito sea Dios que llegué aquí!”. Porque sí andábamos escasas de muchas cosas. Eso fue algo muy importante.

Dentro de Ucizoni, como en muchas organizaciones sociales, pasaron muchas cosas. Empezamos con los proyectos productivos: los molinos, los totopos, las artesanías, los pollos… pero al cabo del tiempo nos dimos cuenta de que eso era un gran esfuerzo que les redituaba algo a las mujeres, pero hacía falta otra parte, no tan sólo cómo llevar las cuentas y cómo llevar la cosa del molino, sino también ir informándonos más sobre los derechos.

Y ahí empezó otra etapa dentro de la organización. Me parece que en 1996 o 1997, doña Candelaria Pesado, la mamá de Rubí, llegó a ser suplente de la presidencia de la Mesa Directiva de Ucizoni. Las mujeres pedían ser invitadas a las asambleas y bueno, ya de ahí, con esa presencia en las asambleas, nos preguntamos por qué no estamos en la Mesa Directiva si somos un montón de mujeres las que participamos aquí. Entonces, empezamos a exigir espacio en la toma de decisiones. Fueron cosas emocionantes, porque de repente, en una Asamblea-Congreso, las mujeres estábamos encerradas discutiendo cómo le íbamos a hacer, con quién nos íbamos a aliar para poder llegar y que la compañera estuviera en la Mesa Directiva. En ese momento había mucha emoción porque parecía que iba a ser la presidenta. Pero en las negociaciones y alianzas los hombres fueron más listos y tomaron la titularidad. O sea, doña Candelaria quedó como suplente, pero su presencia levantó mucho la participación de las mujeres. Era muy importante que llegara una mujer hablando desde la conciencia de los derechos; no sólo se trataba de decir: “Vamos a conseguir recursos para el pollo y los molinos”, sino “Las mujeres tenemos derechos…”.

Así se fue tejiendo esa conciencia de los derechos de las mujeres, con todo lo que estaba levantando también el movimiento indígena a partir de 1994. La participación en la región después se hizo nacional, porque había participación en varios eventos alrededor del Congreso Nacional Indígena y de todo lo que sucedió en Chiapas.

Y en Oaxaca se empezó a organizar lo que se llamó el Consejo Indígena Popular “Ricardo Flores Magón”, con todos los liderazgos masculinos ahí puestos que pronto entraron en colisión y empezaron los problemas. Sin embargo, para las mujeres fue algo muy importante, porque nos encontramos con otras mujeres de diferentes organizaciones. Fue otra manera de intercambiar experiencias. Nos sorprendíamos unas a otras de lo que hacían en un lado y de lo que hacíamos en otro. Y en marzo de 1998 paralizamos la ciudad de Oaxaca, decidimos hacer algo grande, se hablaba de la movilización de las mil mujeres indígenas en Oaxaca. Una de las denuncias era que habían diez mil laminillas de papanicolau sin analizar, que estaban ahí rezagadas por meses. El gobernador, Diódoro Carrasco, presumía de ser moderno y de que todo iba muy bien en Oaxaca, y su esposa, Clara Scherer, se decía feminista. Eso le daba una muy buena cara al gobierno hacia afuera, pero la realidad interna era de descuido con diez mil mujeres que se hicieron el papanicolau, de represión contra los loxichas, la represión contra este Consejo… y las mujeres hicimos ver que las cosas estaban muy mal en Oaxaca. Eso fue muy importante.

Más o menos hace año y medio, un investigador gringo vino acá a entrevistarnos a Zoila José Juan y a mí. Está escribiendo sobre el Consejo Indígena Popular. Me llamó la atención que nos preguntaba hasta qué canciones cantábamos, de qué platicábamos, cómo hacíamos la comida, cómo era esa vida interna, cotidiana de un movimiento social. De repente decía yo: “Este cabrón, creo que es de la CIA, quiere saber hasta qué soñamos”. Pero se me hizo muy interesante, porque creo que muchas veces eso pasa desapercibido en nuestro recuento de las historias… Y sí, era muy divertido, cómo nos poníamos hasta la madrugada a hacer las consignas y las cartulinas, a pensar cómo le íbamos a hacer aquí y allá.

Finalmente, ese Consejo se fue desvirtuando. No voy a hablar de la degradación de los movimientos. Pero en aquella movilización arrancamos recursos que sirvieron para construir la primera partecita de las instalaciones de Nääxwiin. Los recursos son bien importantes. Cuando empezamos a imaginar este lugar, dijimos: “Firmemos recibos por tal cantidad y guardamos una parte”. Así compramos este terreno. Las mujeres tenemos otras estrategias. En tres décadas hemos aprendido a hacer alianzas, redes, a construir círculos de mujeres en los que podemos hablar de lo nuestro y urdir “malas ideas” en nuestro beneficio. Aquí la dejo compañeras.

*Testimonio ofrecido por Dora Ávila en el Encuentro 53 de la Red Nacional de Promotoras y Asesoras Rurales (RedPAR), realizado en instalaciones de Nääxwiin, Matías Romero, Oaxaca, 14, 15 y 16 de febrero de 2014.


Oaxaca

Rompiendo el silencio: la lucha
de las mujeres triquis de Copala

Natalia de Marinis Investigadora posdoctoral del CELA, FCPyS, UNAM


FOTO: Natalia de Marinis

A casi cuatro años del violento desplazamiento que sufrieron alrededor de 150 familias del municipio autónomo de San Juan Copala por parte de grupos armados de la región, las mujeres triquis continúan exigiendo justicia y el retorno a su pueblo.

Pese a las numerosas manifestaciones que realizan desde que instalaron el plantón en la ciudad de Oaxaca en agosto de 2010, y más allá de las reparaciones monetarias que recibieron en 2012 de parte del gobierno del estado, las demandas de estas mujeres siguen sin ser debidamente atendidas.

Muchas de las respuestas que han obtenido están marcadas por un fuerte racismo hacia su grupo indígena, así como por el rechazo del gobierno estatal a reconocer la presencia de grupos armados que operan con total impunidad en la región.

“La procuradora nos dijo que ya no se podía hacer nada porque eso venía de la sangre de los triquis, de desquitarse entre ellos”. Reyna Martínez, vocera de las familias desplazadas en 2010, nos compartió esta respuesta que obtuvieron cuando denunciaron ante la Procuraduría del estado las embestidas de las que fueron objeto durante el desplazamiento forzado, mismas que dejaron como saldo más de 30 personas asesinadas, entre ellas tres mujeres y un niño, y decenas de mujeres heridas y violadas sexualmente.

Por ese entonces, otras declaraciones públicas de funcionarios que consideraban el carácter “bélico y beligerante” de los triquis como expresión de sus “usos y costumbres” (Proceso, siete de junio de 2010) justificaron la no intervención en la garantía de derechos, ocultando así la larga historia de caciquismo, militarización, asesinatos y despojos territoriales que vivieron los y las triquis durante todo el siglo XX.

En 2007, varias comunidades conformaron el movimiento por la autonomía en la región y declararon a San Juan Copala como municipio autónomo. A partir de la defensa de sus derechos colectivos, visibilizaron los hilos violentos de dominio político y económico que tenían atadas a las comunidades a lealtades partidarias y que había llevado al asesinato de más de mil hombres y al exilio de cientos de familias. Denunciaron también los asesinatos y las violaciones sexuales de mujeres, todo lo cual es concebido como parte de las estrategias de control político aplicadas desde los 90’s. Fue en el marco del proyecto autónomo que las mujeres triquis ganaron mayores espacios de participación. Sin embargo, la amenaza que suponía esta participación para los controles históricos de la región se evidenció rápidamente: en abril de 2008, dos locutoras de la radio comunitaria La Voz que Rompe el Silencio”, Teresa Bautista y Felícitas Martínez, fueron asesinadas.

La represión continua llegó a su punto máximo, con el asedio armado de parte de grupos políticos de la región durante nueve meses en 2010. Las mujeres, quienes se encargaban de sostener la resistencia de sus familias, fueron nuevamente blanco de ataques armados, y sus cuerpos, un medio para instalar el terror y lograr el desplazamiento. En agosto de 2010 organizaron un plantón de desplazados frente al palacio de gobierno de Oaxaca, donde alrededor de 70 personas vivieron durante más de dos años. Las acciones políticas que lideraron las mujeres, así como sus testimonios, fueron claves para el seguimiento del caso por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), así como para lograr protección y exigir justicia frente a la impunidad reinante en el estado.

A partir de esta organización –primera liderada por mujeres triquis-, las mujeres rompían el silencio, poniendo énfasis en las situaciones adversas que comparten con otras mujeres indígenas y que profundizan las exclusiones dentro y fuera de sus pueblos: el alto índice de marginación económica y educativa, y la violencia intradoméstica, comunitaria y estructural. Es por esto que las mujeres triquis no sólo se posicionaban frente a la violencia paramilitar sufrida como colectivo indígena, sino también frente a los efectos que tantos años de conflicto armado tuvieron en la conformación de organizaciones políticas basadas en masculinidades violentas. Sus denuncias hacia los liderazgos masculinos que no respetan sus derechos como mujeres, mediante matrimonios forzados, prohibiciones en la participación política y falta de acceso a la justicia comunitaria, mapeaban la interrelación de violencias que enfrentan y ubicaban la defensa del proyecto de autonomía como una posibilidad para garantizar un mayor acceso de las mujeres a la justicia y la seguridad.

Así como en otras experiencias de movimientos indígenas en México y América Latina, las mujeres triquis están encarando una lucha por sus derechos como mujeres en el marco de la defensa de sus derechos colectivos frente al racismo, el despojo y la violencia política que viven como pueblo. La participación de las mujeres está entrañando, no sin dificultades y resistencias, un repensar críticamente sus costumbres y sus propios sistemas de seguridad y justicia alejados de la violencia que ha caracterizado su historia, proceso fundamental para que se respeten y garanticen sus derechos como mujeres.

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