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Mujeres acusan a conductores de la línea Transportes Frontera Estrella Blanca

Impunes, casos de violación en autobuses; PGJ de Nuevo León, omisa ante querellas

Las agresiones han ocurrido a personas que viajan para trabajar en la ciudad de Monterrey

Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 20 de abril de 2014, p. 5

Por lo menos despídete con un beso, le dijo Jorge Hernández, conductor de Transportes Frontera Estrella Blanca, a María luego de violarla en el autobús donde viajaba de Huejutla, Hidalgo, a la ciudad de Monterrey.

La agresión sexual sucedió el pasado 5 de enero y María la denunció ante la Procuraduría General de Justicia (PGJ) de Nuevo León, con el número de carpeta 8312014, pero después de tres meses y medio el conductor y su cómplice –aún sin identificar– siguen laborando en la misma empresa de transportes y no han sido llamados a declarar, ni el procurador Adrián de la Garza ha abierto una averiguación previa.

No es el único caso. En los meses recientes una serie de delitos sexuales han ocurrido a bordo de los autobuses de Transportes Frontera Estrella Blanca, particularmente contra trabajadoras domésticas que laboran en el municipio de San Pedro Garza García, Nuevo León.

El perfil de las víctimas se repite. Mujeres jóvenes en situación de pobreza, con bajo nivel educativo y originarias de pueblos de Hidalgo, Veracruz o San Luis Potosí, que viajan solas a sus lugares de origen y vuelven a Monterrey por la noche.

Es terrible que la procuraduría no haya actuado, que los agresores sigan trabajando y que la empresa de transportes no responda. Hay un componente de discriminación. ¿Cómo hemos permitido que cosas como estas pasen frente a nosotros y haber llegado al punto de la indiferencia total hacia las víctimas?, dice Cecilia González, quien ha acompañado a las víctimas y ha sido testigo de la revictimización que han sufrido por parte de las autoridades.

Modus operandi

María viajaba de Huejutla en la línea de Transportes Frontera Estrella Blanca, pero en Pánuco, Veracruz, la unidad se descompuso, por lo cual abordó el camión identificado con el número 7277 de la misma empresa y ruta.

El autobús iba lleno y no había asientos, por lo que el conductor, identificado como Jorge Hernández, le dijo que se sentara en un banquito cerca de él. A continuación le preguntó si era trabajadora doméstica, si viajaba sola y si tenía familiares en Monterrey.

Al llegar a Ciudad Victoria, Tamaulipas, el conductor pide a María bajar del autobús con el pretexto de que los inspectores lo iban a reportar: tienes que bajarte porque si no lo haces me van a multar con 2 mil pesos, porque no perteneces a este camión.

El compañero del chofer tomó el volante y María y él bajaron del autobús y la llevó a esconder al camarote: Yo le dije, ¿por qué te metiste? Y me contestó: Para que no estés tan sola. Luego se desnudó y apagó la luz”.

María recuerda aterrorizada cómo Jorge Hernández la golpeó, le sujetó el brazo derecho hacia atrás e inmovilizó las piernas: Se me fue encima. Yo sentía enredada mis piernas. Lo rasguñé, lo empujé, pero era muy fuerte. Me mordía para arrancarme la blusa y jalarme el pantalón. A mi me faltaba el aire, no podía gritar.

Pensó que iba a morir, pero su instinto de supervivencia fue más fuerte: “Yo le pedí a Dios: ‘Ayúdame, necesito que a esta hora de la madrugada alguien ore por mí. No permitas que me mate. Hago lo que tu me pidas, no dejes que me pase nada’”.

El conductor la violó durante varias horas. En su ropa quedaron restos de semen. Antes de llegar al destino le quitó su celular para sacar una foto de ella: Me gusta esta donde traes tacones, la voy a pasar a mi celular. Perdóname por lo que te hice, le dijo.

Al llegar a la Central de Autobuses, cerca de las cinco de la mañana, todos los pasajeros bajaron, pero a ella no se lo permitió. El camión salió del lugar y luego de darle algunas vueltas por la ciudad la dejaron a dos cuadras de la terminal, en la calle Villagrán, frente a una tienda, con la advertencia del conductor de que a él nadie le podía hacer nada a pesar de sus delitos: Al bajar me sentía mareada, caminaba raro, no sentía el piso. Me dolía todo. Tenía mucho asco y ganas de vomitar.

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En meses recientes, una serie de delitos sexuales han ocurrido a bordo de los autobuses de Transportes Frontera Estrella BlancaFoto Marco Peláez

Aturdida, sin saber qué hacer, entró a la terminal: Llegue al baño y me quería lavar las manos, la cara, me quería bañar. Me vi al espejo y traía las marcas de las mordidas en la boca y en el cuerpo y me puse el suéter. Cuando salí estaba llorando, no quería que la gente se diera cuenta. Me senté a esperar que fueran las seis para irme a mi trabajo. Me sentí tan poca cosa. Mi vida ya no era igual.

Sin acción judicial

Luego de llegar a su trabajo le contó lo sucedido a su patrona e inmediatamente fue a interponer la denuncia ante Lucía Salomé Acosta Sierra, agente del Ministerio Público adscrita al Centro de Justicia Familiar, y fue turnada a la fiscal Martina Uribe Nájera, quien realizó los interrogatorios y estudios médicos necesarios para comprobar la veracidad de los hechos.

María colaboró con los agentes ministeriales a reconstruir los hechos, acudió al lugar donde fue dejada por el conductor y su cómplice y solicitaron el video a la tienda. Todos y cada uno de los detalles fueron confirmados, pero las autoridades siguen sin molestar a los dos hombres acusados.

Casi cuatro meses después, ni siquiera han iniciado la averiguación previa, dice Cecila González visiblemente indignada. Tampoco le han dado terapia sicológica. El abogado que lleva su caso ha hablado con el representante legal de Transportes Frontera Estrella Blanca, pero sólo minimiza los hechos y mantiene trabajando a los agresores.

La empresa de transportes ha preferido guardar silencio, mientras María ha vivido todos estos meses con miedo. Durante los primeros 15 días, después de la agresión, no pudo salir de casa: Me sentía sucia, diferente a las demás mujeres. He tratado de no recordar, pero sólo me hace bien llorar, siento que tengo que sacar todo.

María sigue llorando, no puede dejar de pensar en las demás mujeres que pueden convertirse en las próximas víctimas. Desde que sufrió la agresión ha platicado con otras compañeras y ha ido comprobando que no es la única: “A otra amiga le sucedió. Me dijo que ella estaba dormida en los primeros asientos y de repente sintió que alguien se le fue encima, tapándole la boca y haciéndole tocamientos entre las piernas. Y le dijo: No te asustes, mija. Ella se fue corriendo al baño y llamó a su esposo para contarle, y esperó hasta llegar a Monterrey para salir”.

De esa forma pudo identificar las frases del conductor que la agredió, quien además lleva una argolla matrimonial y también la llamaba mi hija, mientras la agredía y luego con cinismo le pidió un beso de despedida. La misma versión de la agresión fue repetida por otras compañeras.

Por favor, necesitamos que las demás víctimas denuncien. Que se levanten y no tengan miedo. No se queden calladas. Tarde o temprano, él va a caer. Quiero que las autoridades hagan justicia, que lo detengan, que lo encarcelen. Y quiero decirles a las demás que tengan cuidado, que viajen acompañadas y no se bajen en ningún momento del autobús.