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La farsa del neoporfirismo
U

n elemento fundamental de la ofensiva contra la verdad histórica emprendida por el régimen neoliberal consiste en el endiosamiento de Porfirio Díaz y su prolongado mandato, que es mostrado como un largo periodo de paz y progreso. Es decir, los intelectuales al servicio del régimen neoliberal presentan al porfiriato de la misma manera en que lo presentaban entonces sus propagandistas, principescamente pagados, llamados científicos.

Parte de la explicación sobre esta nueva visión del porfiriato podría estar en la historiografía académica revisionista, en el auge de un neoconservadurismo historiográfico (neoliberal en economía y neoporfirista en política) y de la falsificación histórica (escribí sobre eso hace unos meses). El resultado es que cada vez es más difícil para los mexicanos interesados en su historia y su presente hacerse una idea comprensiva de aquel ­régimen.

Y no es un historiador, sino un político (AMLO) quien nos recuerda el significado del porfiriato. Algo parecido ocurrió hace 67 años, cuando Daniel Cosío Villegas denunció como neoporfirista el rumbo autoritario, corrupto y entreguista del régimen de Miguel Alemán, mostrando el fracaso del proyecto nacionalista y popular de la Revolución. Angustiado, don Daniel entendió que la explicación de ese monumental fracaso debía buscarse en el porfiriato.

Del ensayo, es decir, la crítica moral, don Daniel pasó a la explicación de fondo (Lorenzo Meyer): la Historia moderna de México, el más ambicioso y mejor fundamentado estudio de la república restaurada y el porfiriato. Pero cuando se coronó ese enorme esfuerzo colectivo, más de 20 años después de iniciado, nadie quiso o pudo sintetizar sus más de 10 mil páginas en un solo volumen.

En muchos aspectos y por parecidas razones, AMLO acaba de hacer lo que no se hizo hace 40 años: presentar una síntesis al alcance del público amplio de algunas conclusiones fundamentales de la magistral obra coordinada por Cosío Villegas. En efecto, en Neoporfirismo: hoy como ayer, AMLO muestra la estatura gigantesca de los hombres de la generación liberal y cómo fueron sustituidos por un único hombre, el presidente necesario que nunca supo o quiso estar a la altura de su desafío, modernizar a México no sólo en lo material sino en lo político, es decir, en su espíritu cívico. Ahí falló rotundamente (sintetiza Meyer).

Pero quizá no sea un fracaso, porque AMLO muestra que Díaz desde el principio tenía en mente la construcción de un régimen unipersonal y autoritario, cancelando la posibilidad de consolidar la frágil democracia precedente, así como las libertades públicas. No fracasó, pues: su proyecto fue coronado por el éxito. También refuta AMLO el mito de la paz porfírica, demostrando la violencia sistemática ejercida contra el pueblo.

En el capítulo V, El mito del progreso, AMLO va mucho más allá de la síntesis comprensiva y necesaria de Cosío Villegas para, con su propia investigación, desmontar la mayor justificación que esgrimieron entonces y esgrimen ahora los defensores de la autocracia porfirista (del régimen de privilegio, como lo definió muy acertadamente Arnaldo Córdova): el progreso material.

Fue ese un progreso que benefició a un pequeñísimo número de mexicanos y propició el saqueo de nuestros recursos. Los datos, las pruebas son irrefutables: para la mayoría de la población, el porfiriato no sólo fue sinónimo de supresión de las libertades: también lo fue de empobrecimiento, hambre y, para muchos, genocidio y auténtica esclavitud. Los hechos son incontrastables: por eso los neoporfiristas y los falsificadores a su servicio no dirán una sola palabra sobre el libro o lo descalificarán con las consabidas calumnias sobre su autor.

¿Que el libro tiene intencionalidad política? En efecto, como cuando en 1947 Daniel Cosío Villegas nos advirtió claramente que viene el lobo. ¿Que no es el libro de un historiador? Dijo alguna vez Ramón Iglesia, historiador que combatió al fascismo con las armas en la mano: curiosa actitud ésta de quienes estudian los hechos humanos, que son esencialmente compromiso, decisión, toma de partido, y que no quieren opinar sobre ellos. Como historiador, a veces me avergüenzo de muchos colegas, encerrados en su torre de marfil.

¿Neoporfirismo? Sólo si recordamos que Marx dice que a Hegel se le olvidó agregar que cuando los grandes hechos se repiten, la primera vez es tragedia, la segunda, farsa. Nadie puede negar los rasgos de grandeza de Díaz. Quienes hoy apuestan por un modelo similar, que enriquece a unos pocos en detrimento de la mayoría y entrega nuestros recursos al gran capital internacional, carecen de su estatura. La tragedia que devino en un terrible baño de sangre a partir de 1910 es repetida ahora como farsa. La sangre ya está aquí. Impidamos que llegue al río.

Twitter @salme_villista