Opinión
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Desafíos en el Muac
L

a muestra titulada Desafíos a la estabilidad está referida al periodo que antecede a 1968 a partir de 1952. ¿Por qué se decidió no empezar con la década?, pues bien, porque otros escritos de diferentes autores lo han hecho así y esta exposición es en muchos sentidos inédita de acuerdo con lo expresado no sólo por el equipo curatorial, capitaneado por Rita Eder integrando a varios investigadores, señaladamente a Pilar García y Álvaro Vázquez Mantecón.

El criterio esgrimido es compartido por personas que hemos intentado estudiar este periodo desde diferentes ángulos. Es la (historia) de cuando hacer arte implicaba estar cerca de la música, la literatura y el teatro, me confía un acucioso y crítico veedor: Braulio Peralta.

Lo primero que se me ocurre decir, aparte de la amplitud del guion, que entrecruza varias disciplinas concediendo cual debe ser importancia fundamental al cine, es que la producción de la muestra por el Museo Universitario Arte Contemporáneo (Muac) es en extremo destacable, me refiero a las réplicas de algunas de las más conspicuas participaciones, como la del poema plástico de los pocos cocodrilos locos de Mathias Goeritz en coalición con Ricardo de Robina, que en un tiempo pudo verse y leerse como enorme relieve de poesía concreta en un edificio de la calle de Niza, aniquilado por el terremoto de 1985. Se trata de una superproducción, la escritura está realizada en sus dimensiones originales que tuvo y sólo así es posible recrearla perceptiblemente hoy día, no mediante fotografías.

La imagen fotográfica desde luego que es elemento importantísimo en cualquier consecución, pero aquí se destaca cuando ofrece una valía estética propia y la fotografía de la Serpiente del Pedregal, del propio Mathias, captada por el fotógrafo Salas Portugal es ejemplo perfecto. Es obvio que la serpiente no pudo estar presente. ¿La suple la fotografía?, yo diría que no la suple, pero que su belleza como encuadre e iluminación la hace más disfrutable que una maqueta profesional a escala (hay una hermosa versión en madera, pero eso es otra cosa).

La fotografía, no sólo como documento, sino como pieza destinada a la contemplación tiene el lugar que merece con la selección de Manuel Álvarez Bravo, así como en otro sentido en las secuencias de Enrique Bostelmann.

Sirva esto como anticipo de comentario a algo que sí está: el mural del cine Diana de Felguérez que data de 1961, cuya obtención en préstamo y gestiones de traslado pudieron satisfacerse debido, tanto a la pertinencia exigida por el guion, como a las gestiones realizadas por Graciela de la Torre, coordinadora de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México con la familia Domenge y con el propio Felguérez.

Si yo intentara referirme a mi visión inicial del mural en el cine Diana en fecha vecina a su estreno cotejando esa impresión con el impacto que me produjo verlo extendido en la sala 9 del Muac estaría mintiendo o inventando, porque mi recuerdo del mural (no asistí al happening inaugural) es desleída, tuvo una cierta consecución por haber asistido varias veces al cine, pero eso no tiene parangón con la actual. Recuerdo las anteriores percepciones sólo bajo la noción de que esto es nuevo, el muralismo figurativo ya se terminó. Esa idea sí quedó, vagamente instaurada, quedó el conocimiento de que estaba realizado con material chatarra, de que su color era color óxido y para mi propio sentido de la visión, también había quedado la impresión (no reiterada actualmente) de que la iconografía de la obra tenía algo que ver con el quehacer cinematográfico y posiblemente eso haya sido cierto, sólo que en este nuevo contexto, la obra rebasa con mucho esa circunstancia y lo que uno desearía es que se quedara para siempre donde está ahora para poder advertir mientras el tiempo de vida alcance, a quien se preste a escuchar, que hay que conocerlo.

Ya tuve algunas buenas respuestas al respecto, pero entran más bien en los dispositivos del llamado turismo cultural, aspecto que por fortuna se encuentra asimismo tocado en la muestra y hay que prestar atención en ello, sobre todo en lo que concierne a la nueva arquitectura religiosa, rubro del que se exhiben excelentes fotografías.

De modo que, según mi propia percepción, que es la que me anima a escribir esta nota de la mejor manera que puedo, sin aspirar a que refleje la verdad sobre la excelencia de la exposición, puedo decir que el conjunto del mural con la serpiente de El Eco, antecedida por algunos cuadros ya muy conocidos, todos encomiables, de Vicente Rojo a quien después se le rencuentra con otras obras, es el punto estético más fuerte que ofrece el conjunto, de acuerdo con los intereses y predilecciones del visitante, este irá haciendo sus propios hallazgos a lo largo del nutrido recorrido que la muestra ofrece.