Opinión
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Gabriel García Márquez, sembrador de lectores
U

no de sus libros marcó mi conversión a la lectura. Después de la secundaria, en mi siguiente ciclo escolar, me dejaron leer una obra de un autor para mí absolutamente desconocido. Aunque debo decir que prácticamente todos lo eran, porque fuera de los libros de texto en mi hogar no había esos objetos. El libro asignado fue Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez.

Conseguí la obra en una edición económica y me dispuse a leerla. Desde sus primeras páginas me atrapó y no paré hasta concluirla. Fue como una epifanía, una revelación que me abrió los ojos y todo el ser. Me maravilló el uso de las palabras; muchas de ellas nunca las había escuchado, supe de su existencia y significado a partir de haberlas leído en las páginas del pequeño volumen que me hechizó.

Hace unos años escribí en estas páginas mi camino iniciático con la lectura, y el papel central de Relato de un náufrago en esa experiencia (http://www.jornada.unam.mx/2007/03/14/index.php?section=politica&article=023a2pol ). De aquel texto recupero aquí unas líneas: Inicié la lectura por obligación, pero casi en el primer párrafo tuve un arrebatamiento. Leí sin parar; quería saber cómo terminaría la increíble aventura del marinero Luis Alejandro Velasco, quien sobrevivió al naufragio y estuvo a la deriva en una balsa 10 días sin comer ni beber. Lo paradójico es que ese náufrago, más bien el para mí desconocido que escribió esa odisea, me llevó a la tierra firme de la lectura.

En el texto de hace siete años mencioné que yo leí Relato de un náufrago conforme al deseo de Gabriel García Márquez, en la completa ignorancia sobre quién lo había escrito, porque su nombre carecía de total relevancia para mí. Después del deslumbramiento que significó en 1967 la publicación de Cien años de soledad, los trabajos anteriores del autor fueron revalorados y las editoriales los relanzaron. El caso del marinero dado por muerto fue publicado por entregas en el periódico El Espectador de Bogotá, en marzo y abril de 1955. En ese entonces no se supo que el escritor de lo contado por Luis Alejandro Velasco fue García Márquez. En 1970, ya publicada como libro, la obra apareció con el nombre de quien la escribió 15 años antes pero con un lamento de don Gabriel: Me deprime la idea de que a los editores no les interese tanto el mérito del texto como el nombre con que está firmado, que muy a mi pesar es el mismo de un escritor de moda. Como yo ni sabía quién era ese tal Gabriel García Márquez, por eso digo que mi lectura de su libro fue como él quiso que fuera dada a conocer en 1955.

Franz Kafka sentenció: No se deberían leer más que los libros que nos pican y nos muerden. Si el libro que leemos no nos despierta con un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo? Relato de un náufrago fue para mí un libro como los mencionados por Kafka, mazazo contundente que me cimbró existencial e intelectualmente.

Entre Kafka y García Márquez hay una línea de conexión. Ambos escribieron para sacudir conciencias, para ayudarnos a escudriñar nuestra humanidad. Lo que García Márquez provocó en millones de lectores (hacer que nos miráramos como en un espejo), Kafka lo hizo en él cuando ávidamente leyó La metamorfosis. En la universidad un compañero de dormitorio, Domingo Manuel Vega, le prestó a García Márquez el libro de Kafka, para ayudarme a dormir. Pero esa vez logró todo lo contrario: nunca más volví a dormir con la placidez de antes ( Vivir para contarla, Editorial Diana, México, 2002, p. 295).

García Márquez rememoró que La metamorfosis definió para él un nuevo camino en su vida desde la primera línea. Experiencia similar la compartimos otros porque, como ha dicho George Steiner, “quien haya leído La metamorfosis de Kafka, y pueda mirarse impávido al espejo será capaz, técnicamente, de leer la letra impresa, pero es un analfabeto en el único sentido que cuenta”.

En su infancia García Márquez encontró en un arcón polvoriento de la casa de la casa un libro que estaba descosido e incompleto, era Las mil y una noches. Las narraciones cautivaron al entonces infante por su tono fantástico y marcaron el inicio de una larga y fructífera vida de lector.

El arrebatamiento que tuve con Relato de un náufrago, y el rito iniciático que significó mi entrada a leer por el mero gusto de hacerlo, muchos otros y otras lo han experimentado con distintas obras de Gabriel García Márquez. Así fue para César Moheno, quien ha dejado un hermoso y conmovedor testimonio de su encuentro, y lectura, de Cien años de soledad, libro que, confía el articulista, me abrió al universo de mi vida (artículo completo: http://www.jornada.unam.mx/2014/04/22/opinion/009a1pol ). El texto de César Moheno bien merece formar parte de un hipotético libro en que lectores y lectoras cuenten sus historias sobre cómo se convirtieron a la lectura consuetudinaria por la magia desatada en las páginas escritas por Gabriel García Márquez.

El autor de Crónica de una muerte anunciada, y otras obras memorables, logró él solo mucho más que tantas campañas de promoción de la lectura, patrocinadas y anunciadas por quienes no leen. Con su genio y maestría conformó una comunidad lectora, y una parte de ella estuvo en el Palacio de Bellas Artes para rendirle un sentido homenaje, con libros llevados en el corazón y el alma. Porque muchos años después de haber escrito obras vitales y definitorias, frente al imponente palacio un incontable pelotón de sus lectores había de recordar el día que García Márquez lo llevó a conocer el arrebato de la lectura.