Opinión
Ver día anteriorMiércoles 30 de abril de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Isocronías

Concatenamientos

S

i ante un poema no experimentamos el misterio sino –y nada más– la buena hechura no hay por qué escandalizarse, desde luego, pero hay que saber diferenciar.

La buena hechura, bastante menos frecuente de lo que pudiera parecer, tiene también –¿por ello mismo?– su lado de misterio.

Misterio no es enigma. El enigma convoca desciframiento. El misterio lo elude, lo evade, y –pese al acierto o el abuso de las interpretaciones– vivo se mantiene.

Quien hace bien las cosas entra en buen contacto con ellas, se relaciona bien con su materia de trabajo, y eso, que parece tan simple, cuando se da, se da. No se impone, se da.

Darse a dar es el oficio de poeta –de todo artista. Darse al misterio de lo sagrado es el oficio de aquellos que llamamos grandes poetas, grandes artistas.

Quizá no darse, quizá no: abrirse. Con claridad u oscuramente, pero abrirse. Con el misterio dialogar, desde el misterio.

El espacio del poema, siempre acotado, es un espacio que se abre al (y al mismo tiempo a lo) infinito.

En un texto correcto, bien hecho, cada palabra se da su lugar. En un texto que trasciende lo bien hecho cada palabra escucha a todas las palabras –del texto y algo más allá.

Es escuchar –y no decir– el secreto del poema. Una palabra que sabe escucharse sabe convocar.

El misterio, cierto, es temor y temblor, pero también certeza de que lo que llamamos grande y que llamar podemos inconmensurable, está de nuestro lado.

Hay una buena manera de estar con Dios, de estar, casi dijérase, en Dios, y ello es estar en paz consigo mismo, acorde lo que es con lo que uno es.

Lo que en algún momento se popularizó como antisolemnidad no necesariamente iba contra lo sacro, contra lo sagrado, sino contra el fingimiento –o la imposición no sacra– de lo sagrado.

El lenguaje es sagrado, dícese el poeta, y es claro que le gusta jugar. Por ello mismo, a veces (las tragedias, Dostoievsky, ciertos pasajes bíblicos y míticos), a veces nos asusta.

La trascendencia, en su tercera acepción según la RAE aquello que está más allá de los límites naturales y desligado de ellos, qué duda cabe que bien puede asustar.

Todo ángel es terrible. El ángel verdadero de la poesía, por lo tanto, también.