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Primero de mayo, las dudas de Ron
R

on, sindicalista canadiense, nos visitó para asistir a las movilizaciones del Día del Trabajo. Desde temprano se hizo presente en el Zócalo para observar el mitin del Congreso del Trabajo, organización corporativa en decadencia, compuesto por contingentes de trabajadores y trabajadoras que exhibían su desgano. Asistían obligados por sus líderes y centrales que por este único día buscan dar testimonio de que no están muertos. Vio que se repartían gorras, camisetas, refrigerios y que los asistentes se apuntaban en listas para registrar su presencia. El tedio sólo se rompió por la burla de algunos jóvenes trabajadores ante los ridículos discursos y la grotesca ceremonia en la cual se otorgó una medalla al líder cetemista. Los asistentes se ganarían un día de descanso y algo de ropa. Tenía interés en encontrarse con alguno de los afiliados al gigantesco sindicato SUTGDF, que agremia a los trabajadores de base del Gobierno del Distrito Federal, para conocer el porqué laborando para un gobierno progresista habían regresado a la Federación Sindical de Trabajadores al Servicio del Estado (FSTSE), la central burocrática perteneciente al PRI.

Ron se quedó a las marchas del sindicalismo independiente y escuchó las consignas reclamando libertad sindical y el derecho, hasta ahora vedado, para que los trabajadores sean consultados en la firma de los contratos colectivos, conocido como el artículo 388 bis, que busca acabar con los llamados contratos de protección patronal y la violencia de sindicatos fantasmas en contra de empresas. Constató la exigencia al gobierno federal para que suscriba los convenios 98 y 154 de la Organización Internacional del Trabajo, relacionados con la contratación colectiva, que han sido considerados fundamentales por la comunidad internacional, con ello también la exigencia de que se atiendan las recomendaciones de este organismo relacionadas con la queja 2694, presentada por las organizaciones gremiales más importantes del mundo.

Buena parte de las mantas y consignas se referían a la protesta por los salarios de hambre, particularmente los salarios mínimos, que se han convertido en un motivo de vergüenza. En ese momento se celebró la noticia de que el jefe de Gobierno del Distrito Federal convocaba a un debate nacional sobre el salario mínimo. Ya era hora.

Los contingentes del sindicalismo independiente protestaron también en contra de la política económica del Estado y el incumplimiento de sus compromisos en materia de seguridad social universal, que incluye el seguro de desempleo y la pensión universal. Era obvia la molestia por la intentona del Ejecutivo federal de cargar el seguro de desempleo sobre los hombros de los trabajadores a costa de sus recursos en el Infonavit, tema en el que el sindicalismo corporativo ha sido cómplice votando a favor en la Cámara de Diputados. Los contingentes plantearon también su rechazo a las llamadas reformas estructurales, particularmente en materia energética y de telecomunicaciones. Los trabajadores saben lo lesivas que son para el futuro propio y de sus familias.

Nuestro visitante tomó nota de las exigencias al gobierno para solucionar el injusto despojo en contra de los trabajadores electricistas y su rechazo, como han hecho trabajadores en todo el mundo, a la campaña multimillonaria de diversos grupos empresariales mineros, encabezados por Minera México, en contra del sindicato minero y de su dirigente. Nos explicó por qué los trabajadores de su país han asumido como propia esta lucha. Los trabajadores del sector aeronáutico protestaron por la complicidad gubernamental con Gastón Azcárraga en la quiebra de Mexicana de Aviación. Los sobrecargos de Aeroméxico expresaron su rechazo al laudo en el conflicto colectivo de naturaleza económica que cancela los derechos contractuales para las nuevas generaciones. Nuevamente los empleados de Sandak-Bata de Calpulalpan, Tlaxcala, se hicieron presentes; siguen sin ser escuchados, a pesar de su despido masivo y larga huelga. Los trabajadores de la educación, como siempre movilizados y presentes.

El sindicalista canadiense se animó al ver que los dirigentes del sindicalismo independiente demostraban en sus reclamos su autonomía; sin embargo, le extrañó que hubiera marchas separadas, cuando las consignas eran similares; por un lado, la Unión Nacional de Trabajadores, por el otro, la llamada Nueva Central de Trabajadores. También se sorprendió al saber que buena parte de los dirigentes del sindicalismo independiente, junto con aquellos que usufructúan las franquicias del llamado sindicalismo oficial, hubiesen acudido primero a un desayuno con el jefe de Gobierno de la ciudad, después se movilizaran en las calles protestando en contra de la política económica y laboral del gobierno federal y al mediodía acudieran a Los Pinos a saludar al Presidente de la República y a los empresarios invitados. Le pareció un tanto esquizofrénico este comportamiento.

Ron planteó distintas interrogantes sobre el modelo laboral mexicano. Le aclaramos la condición crítica que viven hoy los trabajadores que han sido golpeados en décadas por políticas gubernamentales que no promueven el crecimiento económico, el empleo ni el bienestar y la equidad social. Que el trabajo se había convertido en una mercancía sin ninguna protección y prueba de ello era la proliferación de la subcontratación y la política salarial promovida por las autoridades; que los derechos laborales son vistos por el gobierno y los empresarios como temas del pasado, la ley no se cumple, la justicia laboral tripartita es una simulación, por lo que no existen jueces imparciales e independientes.

Nos quedó claro que es difícil para un sindicalista extranjero, acostumbrado a que sus organizaciones vivan la democracia interna, tengan autonomía y que los gobiernos los consideren para la fijación de las políticas públicas, como es el caso de Canadá, comprender un modelo como el nuestro, que por sus efectos opera en contra de los intereses del país, comprometiendo el futuro de las nuevas generaciones.

Nos solidarizamos con la huelga de hambre de los seis dirigentes del Sindicato de la Universidad Autónoma de Colima, encabezado por su secretario general Leonardo Gutiérrez Chávez, desconocidos por el gobernador del estado al haberse atrevido a solicitar que se aclare el destino de los 300 millones de pesos de su fondo pensionario.