Opinión
Ver día anteriorDomingo 4 de mayo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Obediencia perfecta
¿I

mpunidad perfecta? La tenaz labor de encubrimiento de los crímenes de abuso sexual infantil por parte de sacerdotes emprendida por la más alta jerarquía católica ha sido todo un fracaso. Se quiso ocultar lo mejor posible lo que ahora está a la vista de todos, y no hay un solo medio (prensa, cine, televisión, radio, redes sociales) que no haya denunciado los atropellos de personajes tan impresentables como el padre pederasta Marcial Maciel, a quien el santificado Juan Pablo II presentó en México como un ejemplo para la juventud.

La retórica eclesiástica no ha cambiado (minimización de daños, desdén institucional hacia las víctimas del abuso, insistencia en señalar la paja en el ojo ajeno sin advertir la viga en el propio), pero el descrédito moral de una institución religiosa crecientemente alejada de la caridad cristiana e inclinada siempre al prejuicio y a la intolerancia, es ahora incontenible.

En México el documental Agnus dei, cordero de Dios (2011), de Alejandra Sánchez, abordó el tema de la pederastia clerical sin cortapisas, y un año después el documentalista Alex Gibney ofrecería en Mea máxima culpa: silencio en la casa de Dios un formidable análisis de las estrategias de encubrimiento institucional de criminales, chantajes religiosos y afanoso control de daños ensayadas por la más alta jerarquía católica en todo el mundo a lo largo de varias décadas. Sex crimes and the Vatican (Sarah Mac Donald, BBC, 2006), es una aguda investigación complementaria disponible en You Tube.

En el terreno de la ficción existe en Estados Unidos, Inglaterra y Europa una gran cantidad de películas que abordan el mismo tema, con grados diversos de audacia y cautela, mientras en México la cinta de Carlos Carrera, El crimen del padre Amaro, sobre el tabú del celibato sacerdotal, se volvió un éxito de taquilla gracias a la labor involuntariamente publicitaria de la misma Iglesia que intentó desacreditarla.

Obediencia perfecta, primer largometraje de Luis Urquiza, se añade hoy a la ya larga lista de esfuerzos por romper el cerco de silencio encubridor que deshonora a las víctimas pasadas y presentes de ese abuso infantil clerical. Y lo hace eligiendo una estrategia narrativa muy válida e interesante. Más que una exposición explícita de los abusos o el señalamiento directo de los criminales y sus cómplices (transparentes sin embargo en la caracterización de los actores), lo que importa a Urquiza y a su coguionista Ernesto Alcocer, en cuyo relato homónimo se basa la cinta, es explorar la siniestra manipulación sicológica que padecen las víctimas del abuso. No se quiso insistir en la biografía harto conocida del eminente cura pederasta de Cotija, Michoacán, sino abordar el mecanismo de control espiritual del adolescente seducido que debe agradecer a su violador la ofensa recibida hasta identificarse con él perfectamente y continuar el ciclo de abusos sobre discípulos nuevos. Hasta el momento en que una denuncia rompe por fin el circulo vicioso.

Se trata del mecanismo de aplicación perversa de algunos de los muy ascéticos Ejercicios espirituales (1522) de San Ignacio de Loyola, y que la cinta describe como las fases que van de una obediencia imperfecta, con primeras reticencias juveniles, hasta la sumisión e identificación perfectas con el padre seductor.

Es evidente que la cinta de Urquiza se inspira directamente en la figura del fundador de la orden de los legionarios de Cristo, enigmático personaje de conducta esquizofrénica que de ser un criminal casi llegó a convertirse en santo. En trazos tal vez demasiado rápidos, Obediencia perfecta alude a la red de apoyos y complicidades de políticos y empresarios, dadivosas damas de sociedad listas siempre para el autoengaño, y jerarcas eclesiásticos todavía impunes a pesar de su evidente labor encubridora del mayor cura pederasta.

Lo esencial de la cinta, sin embargo, es su acercamiento a la insidiosa corrupción de las conciencias juveniles y a la violación tolerada de los cuerpos adolescentes. Basta escuchar los testimonios de los ocho denunciantes, hoy septuagenarios, de aquel santo varón protegido del Vaticano (Toda la verdad…, reportaje de la Televisión Nacional Chilena, disponible en You Tube), para advertir que los excesos que muestra la cinta de Urquiza palidecen ante la naturaleza y conducta real del personaje en que se inspira. Difícil imaginar un catálogo mayor de incontinencias solapadas o veneradas: adicción sexual y apetito por la carne joven, abuso de medicamentos controlados derivados de la morfina, labia inagotable para seducir a las víctimas y a los familiares de las mismas, y sobre todo capacidad para encumbrarse en las jerarquías sociales y eclesiásticas, y morir, si no en olor de santidad, al menos él sí, dueño de una impunidad perfecta. Una película necesaria.

Twitter: CarlosBonfil1