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Los baños de Nezahualcóyotl
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uy cerca del Distrito Federal se encuentra Texcoco, hogar de uno de los pueblos prehispánicos más importantes y poderosos del México antiguo: el texcocano. Fue cuna del célebre Nezahualcóyotl, uno de los personajes más notables de nuestra historia.

Mucho hemos escuchado acerca de los múltiples talentos del monarca texcocano, que tuvo una vida azarosa. Escondido en unos matorrales siendo adolescente, presenció la muerte de su padre a manos de los tepanecas. Huyó a Huexotzingo, lugar donde durante 14 años padeció escasez y pobreza, hasta que fue llamado para formar una alianza con Tenochtitlán y Tlacopan, logrando derrotar a los tepanecas. Con esa victoria recuperó el trono de Texcoco en 1429.

Fue un gran gobernante, valeroso guerrero, poeta y arquitecto. Sabíamos de las obras que les dirigió a los mexicas de Tenochtitlan, entre otras, el acueducto que llevaba el agua potable de los manantiales de Chapultepec a la ciudad. También era famoso el dique conocido como el albarradón de Nezahualcóyotl, que separaba las aguas saladas del lago de Texcoco de las dulces del vaso de México, con lo que se redujeron las inundaciones.

Durante su mandato, Texcoco tuvo una época de prosperidad y alto desarrollo cultural y tecnológico. En 1450 creó un jardín botánico en un alto cerro con magníficas vistas. En este fascinante lugar cultivó especies vegetales de prácticamente toda Mesoamérica, plantas y flores, ya fueran ornamentales o medicinales.

Para el riego de ese prodigio ecológico construyó un sofisticado sistema hidráulico, que también llevaba agua a pueblos de los alrededores. Ordenó rellenar una barranca por donde pasaría un acueducto, el cual aprovechaba tanto las pendientes naturales como la gravedad para conducir el agua desde la sierra de Santa Catarina del Monte, hasta sus dominios. El paso del líquido era controlado por unas cajas que en su interior resguardan ofrendas con la forma de Tláloc.

Parte del sistema fueron unos tanques reguladores de forma circular, que tienen el aspecto de tinas. Esto llevó a que José María Velasco, el gran paisajista, cuando pintó este lugar en 1878, lo haya nombrado Los baños de Netzahualcóyotl. El cronista texcocano Alejandro Contla explica que antes de la llegada de los españoles no se acostumbraban los baños en tina, se utilizaban los temazcales.

La fantasía popular habla de la tina del rey, que en realidad es el regulador central de todo el ingenio hidráulico. También se encuentra la tina de la reina, uno de los reguladores secundarios. Al momento de llenarse, el agua se liberaba y pasaba a la tina principal para que de ahí descendiera por medio de canales.

En lo más alto del cerro se encuentra el trono de Nezahualcóyotl, que es un templo seguramente dedicado a las ofrendas, los discursos y la contemplación del tlatoani.

Después de la llegada de los españoles, el jardín botánico de Nezahualcóyotl funcionó y conservó su riqueza por 20 años más. Varios cronistas lo describen con admiración, entre otros, el primer cronista de Texcoco fray Toribio de Benavente, mejor conocido como Motolinía. Lo menciona en su Historia de los indios de la Nueva España y añade que el jardín botánico de Texcoco superaba en dimensiones y belleza al de México-Tenochtitlan. Tristemente a finales del siglo XVI, Domingo de Betanzos, un fraile dominico, acompañado de una turba de feligreses, lo arrasaron, a causa de una orden oficial que disponía destruir todo aquello relacionado con el demonio.

El lugar estuvo por décadas en el abandono y gracias al interés y entrega de la arqueóloga del INAH, Teresa García García, el acueducto de Nezahualcóyotl fue reconstruido, conservando su estructura y magnitud originales y se rehabilitó el lugar. Toda una hazaña, ya que llegar a esas alturas requiere buen ánimo y condición física, pero sin duda vale la pena.

Como se acabó el tiempo y el espacio, sólo queda comer unos buenos tacos de barbacoa en los alrededores.