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Ver día anteriorMartes 13 de mayo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La oferta de educación superior
E

scribí en mi entrega anterior: dejar que los aspirantes demanden la carrera que quieran, es situarse en una posición liberal o neoliberal, donde el mercado resolverá lo que resuelva. Por lo pronto el mercado resuelve que alrededor de 40 por ciento de los egresados de las universidades, anualmente, no encuentren un puesto de trabajo que requiera los saberes (normalmente sin competencias, es decir, egresados no profesionalizados) que obtuvieron en los programas que cursaron. ¿Suena a autoritarismo, no es cierto? El asunto es más complejo.

Pareciera que los chavos eligen una carrera porque saben de qué se trata. Pregunte usted a un alumno que esté cercano a terminar su carrera, y le dirá, viendo hacia atrás, que cuando inició tenía una muy vaga noción de lo que iba a estudiar, hasta quienes confiesan no haber tenido noción alguna de los contenidos que enfrentarían. No obstante, al demandar su ingreso a algún programa sabían que ahí estaba su vocación y en qué institución debían estudiar. Una vez egresado, enfrentarán con alta probabilidad un fracaso que les asestará el mercado; algo inadmisible.

“… Se trata de algo que ya sabían los presocráticos y que en nuestros días cobra cada vez mayor importancia; se trata del punto de vista según el cual toda realidad es, en el sentido más directo, la construcción de quienes creen que descubren e investigan la realidad. En otras palabras, la realidad supuestamente hallada es una realidad inventada y su inventor no tiene conciencia del acto de su invención, sino que cree que esa realidad es algo independiente de él y que puede ser descubierta; por tanto, a partir de esa invención, percibe el mundo y actúa en él.” (Paul Watzlawick, La realidad inventada, Ed. Gedisa, Barcelona, 1990). El examen del saber científico requiere otras consideraciones.

En los años 90 coordiné un estudio sobre la trayectoria escolar de 10 generaciones de estudiantes para todos los programas de licenciatura de la UNAM. Tuvimos varios hallazgos. Entonces, los estudiantes cuyas familias percibían los ingresos más altos eran los de las facultades de Ciencias y los de Filosofía y Letras. Una somera exploración mostró que los estudiantes de estas facultades habían elegido sus carreras, por vocación. El resto pensaba en el empleo, su modus vivendi (excluyo Medicina).

Ese 40 por ciento de egresados de licenciatura de las IES públicas mexicanas que no hallan un puesto en el mercado de profesionales que requiera los saberes que adquirieron en la universidad, van a parar a un segundo segmento de mercado, en el que adquieren otros saberes y competencias, y menores ingresos; y hasta a un tercer segmento que demanda conocimientos más elementales y con ingresos aún más bajos (véase Enrique Hernández Laos, Mercado laboral de profesionistas en México. Diagnóstico (2000-2009) y prospectiva (2010 y 2020), Anuies, 2013.

Lo hasta aquí afirmado muestra, entre otras cosas, que las personas son aptas para desarrollar tareas distintas: habrían podido cursar diversas carreras diferentes; en otras palabras, no hay tal cosa como una vocación única. Aunque exista, sí, un deseo nacido de una creencia en una realidad inventada.

De otra parte, la teoría neoclásica (neoliberal en términos periodísticos) hace más de 100 años inventó la teoría de la soberanía del consumidor, de donde dedujo que la demanda en el mercado es el determinante principal de origen del nivel de los precios (el precio de la fuerza de trabajo se llama salario). Esta patraña logró convertirse en sentido común. De este modo los dirigentes de las universidades en amplísimos espacios del mundo, esperan que el gobierno y/o las empresas digan qué profesionales requieren, para saber qué profesionales formar. Si tal decisión no aparece, las IES forman, mediante el ejercicio de su autonomía, y siguiendo una tendencia histórica, los profesionales que su buen juicio y leal entendimiento les dicta. Es decir, el problema del empleo de los egresados no es un problema de las universidades, según piensa (mal) un buen segmento de los educadores y analistas de la educación superior.

Veamos: un día un señor dijo algo así como sería bueno usar una telita de colores alrededor del cuello; vestiría bien, con elegancia; después quién sabe cómo contagió a gran número de otros señores, y así se construyó la demanda de corbatas y posteriormente aparecieron los productores de corbatas. Falso: los mercados son creados de origen por los productores. La oferta dirige al mercado; siempre que, diría Marx, el producto sea un valor de uso, un objeto útil que pueda ponerse en relación con una necesidad que, fuera de los productos de la supervivencia básica, esa necesidad es creada por los propios productos. Nadie tuvo necesidad de una computadora hasta que un productor la puso en sus manos y le dijo para qué servía. Análogamente, eso ocurre con la oferta de profesionales, aunque su producción sea un proceso más mediado. Apoyados en la investigación, las universidades debieran saber qué necesidades sociales satisfacer y cómo, y con ese conocimiento planear la oferta de profesionales necesaria.

El desarrollo social es un proceso autopoiético; pero éste no se da hoy sino en una sociedad amplia y altamente educada e innovadora. Ello exige la planeación de una oferta de profesionales flexible, cambiante, innovadora y construida por el conjunto del sistema educativo y, por ende, una oferta de espacios educativos planeada de modo consistente con las necesidades del desarrollo.