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El maestro: su misión
E

n los años recientes hemos sido testigos de cómo la violencia, la corrupción, la discriminación, la injusticia, la intolerancia, el cinismo, la deshonestidad o la envidia se han ido apoderando de la sociedad y de los espacios que compartimos; cada día hombres y mujeres atentamos contra nuestra dignidad humana, contra los valores y principios que deberíamos defender.

Sin embargo, aunque nos asombramos ante lo que observamos en los noticiarios o leemos en los periódicos y revistas, no somos capaces de ahondar, analizar y debatir sobre las razones que han propiciado la pérdida de valores en la sociedad.

Únicamente nos preguntamos atónitos: ¿acaso los padres, los docentes, las condiciones económicas, la ruptura del tejido social, las adicciones, la falta de oportunidades o la pobreza son los culpables de esta situación?

Y es que no reparamos en que ningún otro profesional impacta como el maestro en la sociedad ya que él es el encargado de moldear el recurso más valioso de un país: sus niños y sus jóvenes. El maestro tiene la labor de inculcar valores, principios, espíritu de lucha y carácter en las nuevas generaciones; ellos son quienes cimientan a la persona del mañana, quienes inculcan la base sobre la que se erigirá el destino del país; por eso, resulta trascendental formar buenos maestros, que independientemente de transmitir conocimientos, prediquen con el ejemplo.

Por ello, la educación continúa siendo el pilar del sistema social, político y económico de una nación, ya que los maestros son los guías y la clave de un mejor futuro para todos, dado que al transmitir los valores universales contribuyen a que los alumnos lleguen a ser ciudadanos del mundo en el siglo XXI.

En la antigua Grecia la figura del maestro representaba la formación espiritual y moral de la niñez y de la juventud; para ellos, el maestro era quien formaba el carácter del discípulo y velaba por el desarrollo de su integridad moral, orientada a la formación del alma y al cultivo de los valores éticos y patrióticos.

Aristóteles afirmaba que las virtudes morales se desarrollaban con el hábito, ya que no las poseemos por naturaleza, las adquirimos ejercitándolas.

La labor del maestro no pude limitarse a la enseñanza de la lectura, la escritura, las matemáticas o las ciencias, sino que debe fomentar aptitudes como la empatía, la comunicación interpersonal, la curiosidad y la confianza, mismas que facilitan la comprensión, la tolerancia y la solidaridad.

Educar en valores es una misión irrenunciable; en consecuencia –como lo señala el académico colombiano Fernando Vázquez Rodríguez en su obra Oficio de maestro–, es necesario reflexionar sobre la labor educativa que realizan los docentes, quienes en virtud de su misión cultivan con asiduo cuidado las facultades intelectuales de sus alumnos, desarrollan la capacidad del juicio, promueven el sentido de los valores, preparan para la vida profesional y contribuyen a la comprensión mutua.

El liderazgo de los maestros debe caracterizarse por el amor y el respeto a la vida, eje del crecimiento espiritual, así como por la lucha contra la codicia, el odio, la mentira, la traición, la manipulación, el abuso, la deshonestidad y el fraude, esto con miras a incrementar la capacidad de servicio y el pensamiento crítico de los estudiantes.

Jacques Delors, presidente de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI de la Unesco, explica que el educador debe estimular el aprender a conocer, con la finalidad de que los jóvenes comprendan el mundo que los rodea para vivir con dignidad y desarrolle las habilidades para comunicarse; aprender a hacer, para mostrarles cómo poner en práctica sus conocimientos; aprender a vivir juntos, por medio del entendimiento del otro, respetando la diversidad; y aprender a ser, para contribuir al desarrollo integral de cada persona: cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, responsabilidad y espiritualidad.

Pero vale la pena preguntarnos si todos los maestros de México educan con el ejemplo y no sólo mediante los discursos y las palabras, que conllevan engaños y manipulación, porque ante la violenta realidad que vivimos urge que contemos con maestros que se erijan sobre un modelo de virtudes universales.

Es tiempo de que nos demos cuenta de que nada puede remplazar a un buen maestro, por ello es necesaria una sólida capacitación y un apoyo permanente, a fin de mejorar su desempeño y los resultados del aprendizaje en los alumnos, así como emprender acciones dirigidas hacia la reconstrucción del tejido social, ya que los maestros son mediadores entre la sociedad y el individuo.

Hoy la principal asignatura de los docentes debe ser brindar los conocimientos necesarios para que el educando descubra las herramientas y los principios que le permitan construir un mundo más justo, equitativo y tolerante.

* Analista en temas de seguridad, educación y justicia

Twitter: @simonvargasa

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