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Ver día anteriorLunes 19 de mayo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La arcilla en el corazón
M

ientras mis pasos me llevaban por los espacios de Keramiká, materia divina de la antigua Grecia pensaba que, desde hace cientos de años, con Francia y los franceses nos hermana una relación cotidiana con profundas raíces que nos distinguen como países latinos.

Uno de nuestros lazos comunes –lingüístico y cultural– es el que nos viene de la antigua Grecia. Ella heredó conceptos y prácticas de gran calado para el mundo contemporáneo, como la democracia, la república, la filosofía y la pedagogía, la paideia, es decir la idea de educación como el arte que transforma a los hombres y mujeres en seres verdaderamente humanos y, por tanto, en ciudadanos éticos que viven en sociedad y para bien de ella.

La educación que hoy en nuestro país estamos intentando transformar para formar con calidad a los ciudadanos que reclama el México del siglo XXI. Una educación que se construye desde las aulas y desde los hogares, pero también y de manera especial en recintos como los museos, en tanto espacios de conocimiento, conservación y exhibición de bienes culturales de la humanidad, para sabiduría, disfrute y gozo de la sociedad entera.

Al admirar la belleza y profundidad que porta cada pieza de esta fabulosa colección del Louvre no podemos menos que recordar el portento del arte cerámico que los mexicanos hemos heredado de nuestras culturas originarias y que también ha dado la vuelta al mundo y, por supuesto, ha visitado el Museo del Louvre gracias al trabajo y dedicación de los arqueólogos, historiadores y antropólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

De entre ellos, es quizá José Emilio Pacheco quien mejor expresó la importancia de la arcilla griega cuando en su poema a Heráclito escribió: Fuego es el mundo que se extingue y prende/ para durar eternamente. Metáfora de lo efímero de la vida humana y a la vez de lo perenne del pensamiento y las obras que quedan como herencia y raíz para la posteridad.

Esa herencia y esa raíz que nos viene de la antigua Grecia subraya hoy la fraternidad de dos grandes museos nacionales, nuestro Museo Nacional de Antropología y el Museo del Louvre, que albergan lo mejor del arte y la cultura del mundo y que celebran nuestra herencia griega trayendo a México una exposición muy valiosa sobre la cultura helénica, porque con los antiguos griegos nos hermana, tanto a Francia como a México, no sólo una de las raíces de nuestras lenguas y la visión filosófica de Occidente, sino también la vocación democrática y el alto aprecio por la educación y la cultura.

Hoy nos une también la arcilla, el barro como la llamamos en México, la tierra, material que ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes: sea como material para construir, recubrir o proteger, desde lo más íntimo de sus espacios de habitación, hasta lo más amplio y complejo de los espacios de reunión pública; sea como soporte para registrar la memoria mediante la escritura y el grabado del pensamiento; sea como generoso elemento natural para el modelaje y la creación de piezas utilitarias y ornamentales que dan sentido a la vida humana en un tiempo y un espacio, formando parte ineludible de su especial manera de ver, pensar, sentir y expresar el mundo.

Con Keramiká, materia divina de la antigua Grecia, el INAH abre una ventana en tres dimensiones hacia el mundo helénico que vivió desde el siglo VIII antes de Cristo al II de nuestra era: en la primera hay una invitación a adentrarse en la mitología griega, a pasear por el panteón helénico, la definición de los dioses, sus atributos y su forma de manifestarse; la segunda aventura nos lleva a la relación humana con la divinidad, tanto en lo público como en lo privado; en la vida cívica y en las festividades religiosas fundamentales en la construcción del tejido social y su cohesión; finalmente, en un tercer plano visual nos acercamos a la vida íntima y familiar de los helenos que vieron y escucharon a Sócrates, Heráclito, Anaximandro, Platón, Aristóteles y Protágoras, lo mismo que a Axiotea, Aspasia y a Hypatia. Ahí está el gran ciclo de la vida marcado por la religión: el nacimiento, el matrimonio y la muerte.

Todo este universo está modelado y expresado en forma y color en piezas que son como páginas de un gran libro de arcilla que conserva los ecos de las voces, los ritos y los pensamientos de quienes los usaron muchos siglos atrás. Así nos acercamos a los sueños, la vida y la religiosidad de los antiguos griegos a través de los artefactos producidos por su imaginación y por sus manos, corpus simbólico del que son portadores y cuyo eco aún resuena en la actualidad.

Constantin Cavafis escribió: Los días del futuro están delante de nosotros/ como una hilera de velas encendidas,/ velas doradas, cálidas, vivas. Ese esplendor de la cultura griega al que alude Cavafis irradia desde la antigüedad hasta el presente en cada pieza que integra esta exposición que ya fue vista por más de 202 mil mexicanos y que nos espera apenas unos días más.

La arcilla está en el corazón mismo de nuestras herencias culturales. Está en nuestro pasado y en nuestro presente como eco perenne de nuestra íntima relación con la tierra que nos da sustento. Y es hoy, gracias a esta exposición, un puente de luz para acercarnos un poco más a la importancia que en la vida cotidiana damos a la presencia de lo divino. Aquí lo recordamos: la arcilla es portadora de mundos.

Twitter: @cesar_moheno