Opinión
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Ruanda, Burundi y las temibles tribus de Occidente
E

n el clímax del genocidio ruandés (junio de 1994), el periódico inglés The Guardian registró la historia de un hombre que no podía dejar de llorar. El hombre contó que, a pedido de su esposa, la enterró viva frente a sus hijos. Él era tutsi, ella hutu, y sólo pidió que no la matara a machetazos.

Fue el único modo de salvar a la familia de las milicias de la extrema derecha hutu, entrenadas militarmente por Francia y adoctrinadas durante medio siglo por los misioneros racistas de Bélgica y Alemania. Y de la furia de los tutsis perseguidos que, igualmente, hubieran asesinado a la pobre mujer. Entre los banyaruandas, si un tutsi y un hutu tienen descendencia común, el hijo es ascendido socialmente y considerado tutsi.

¿Horrores tribales y étnicos? Artificialmente separados, ruandeses y burundeses siempre cerraron un ojo frente a la noción inglesa de tribu, o la francesa de etnia. Pero si de esto se trata, habrá que recordar las matanzas entre las tribus católicas, protestantes y nacionalistas de Europa central, cuando el reino de Ruanda-Urundi gozaba de una gran organización política y cierta armonía social entre hutus, tutsis y batwas (pigmeos).

En Ruanda y Burundi se habla kirundi, una de las 400 lenguas del milenario y frondoso tronco bantú (vocablo que quiere decir ser humano). Y sus pueblos habitan en las mesetas de los grandes lagos de África, allí donde nacen el Congo y el Nilo, ríos que desde tiempos inmemoriales modelaron las primeras civilizaciones propiamente dichas.

Los primeros en llegar a los grandes lagos fueron los pigmeos (de pequeño tamaño, en griego), pueblo que hoy se halla en irreversible extinción. En el primer siglo de nuestra era aparecieron los hutus (hombre, en bantú), y hace 500 años, procedentes de Etiopía y Uganda, llegaron los tutsis, provistos de armas de hierro y en busca de tierras fértiles para su ganado.

Descendientes de los orgullosos guerreros watusis y verdaderos gigantes en comparación con los nativos, los tutsis dominaron fácilmente a los hutus. Sin embargo, con el tiempo absorbieron su cultura, idioma y creencias religiosas, hasta que los tutsis instalaron la monarquía (1680).

El sistema de dominación tutsi fue elemental: entregaba a los hutus cabezas de ganado, y de este modo aseguraba su dominio. Por otro lado, resulta interesante apuntar que el reino de Ruanda-Urundi no incursionó con expediciones de conquista en los países vecinos y supo defenderse con éxito del tráfico de esclavos emprendido por árabes y portugueses.

Los problemas de fondo empezaron con el reparto colonial de África subsahariana (Conferencia de Berlín, 1885). Establecidas en Usumbara (actual Bjumbara, capital de Burundi), las tropas imperiales de Alemania celebraron un acuerdo con el monarca tutsi de Ruanda: protección del territorio, a cambio del sometimiento. Luego, los alemanes extrapolaron la estructura feudal y clasista europea. Ahora los tutsis eran nobles y aristócratas, y los hutus vasallos o clientes.

Cuando en Francia, por ejemplo, se promulgó la ley sobre la separación de la Iglesia y el Estado (1905), las colonias fueron excluidas de ella. Era el reconocimiento de que la labor evangelizadora de las misiones eu­ropeas se orientaba en el sentido de la empresa colonial. Que en los casos de Ruanda y Burundi facilitó el uso de mano de obra esclava en las minas de Katanga (ex Zaire, hoy República Democrática del Congo).

Después de la Primera Guerra Mundial, Ruanda y Burundi pasaron a ser un fideicomiso de Bélgica, administrado desde el Congo. En ambos territorios, los misioneros católicos y protestantes combatieron la religión local (animista), olvidándose de sus propias guerras de religión en el norte de Europa, y de la feroz demolición de estatuas y pinturas que representaban santos (Beeldenstorm, Iconoclastia, 1567).

En el decenio de 1950, al sonar la hora de la independencia de los países africanos, los belgas cambiaron de bando. Frente a las crecientes demandas de los tutsis, apoyaron los reclamos independentistas de los hutus en Ruanda, y de los tutsis en Burundi. Simultáneamente, estimularon la creación de partidos políticos sobre bases étnicas (v. gr.: Unión Nacional Ruandesa, UNAR, y el católico racista Movimiento de Emancipación hutu, Parmehutu).

Los caminos de Ruanda y Burundi se separaron en 1959, año en que el líder independentista Patricio Lumumba convocó a los partidos unitarios del Congo que se oponían a la balcanización de África central (Ruanda y Burundi, incluidos). La UNAR envió como delegado al secretario general, el príncipe Michel Rwasama.

Ruanda y Burundi proclamaron la independencia en marzo de 1962. Sin embargo, temiendo que el príncipe y primer ministro de Ruanda, Louise Rwagasore, se convirtiera en un nuevo Lumumba, los belgas lo asesinaron pocos meses antes de la independencia. Y el nuevo país, independiente, pasó a ser gobernado por un rey tutsi, dócil a los neocolonialistas.