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Nosotros ya no somos los mismos

Más de las justas y merecidas pensiones vitalicias

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Dado que durante todo el tiempo que los magistrados llevan ejerciendo su honorable función no han gozado la tan mentada pensión, ¿podemos presumir que sus días y sus noches han estado permanente atormentados con hórridos pensamientos en torno a las apetitosas corruptelas? En la imagen, María del Carmen Alanís, Constancio Carrasco y Flavio Galván, en sesión del tribunal electoral el 18 de julio de 2013Foto Jesús Villaseca
L

o ofrecido: breves apuntamientos al harakiri del señor magistrado del tribunal electoral, don Flavio Galván. Él dijo: (La pensión) es para garantizar la imparcialidad. O séase: sin la una, ¿cómo quieren que les demos garantía de la otra? La pensión hace las veces de una fianza, de un seguro perfectamente explicable en el mundo de los negocios. Definamos: ¿qué quieren los ciudadanos: ¿imparcialidad o austeridad? El que quiera azul celeste, que le cueste. Estamos lejos de suponer que se trata de un chantaje o una extorsión a los ciudadanos, simplemente cuentas claras para un especísimo chocolate. Agrega don Flavio: (La pensión es) Para que no se corrompan los jueces. Todo el mundo entenderá su lógica abrumadora: para que no contraigas sida, no hay más que la abstención o el condón. En este caso el condón se llama, como lo menciona en todo su alegato: pensión. Se trata de la medida preventiva más efectiva contra la corrupción, o séase, una vacuna. Don Flavio, según información de Lady Mary Montague (en 1718), los turcos, al igual que Edward Jenner (descubridor de la primera vacuna (en 1796) y, por supuesto, Louis Pasteur (en 1881), comprobaron que la inoculación regulada de antígenos (sustancia que provoca la formación de anticuerpos) puede ser la creadora del milagro de la inmunidad (aunque sea transitoria). Hubo tiempos en los que las pústulas secas del enfermo se hacían polvo y se le introducían por la nariz o, también, se les inoculaba con el mismo pus de la viruela para que, a pesar de todos los riesgos que implica una peligrosa experimentación (no de otra manera el conocimiento científico avanza), el éxito se alcanzara.

Don Flavio dice: (…) ser acreedores, merecedores de una pensión que sea justa, que no sea una exageración, pero tampoco una miseria. Una petición al señor magistrado: ¿podría recordarme cómo se llamaba aquel cuate oriundo de Oaxaca y abogado, por cierto, que si mal no recuerdo fue profesor, diputado, ministro de Justicia e Instrucción, que acotó los privilegios del clero y el Ejército, pero también los propios, y que en defensa de la soberanía de la nación enfrentó en 1862 al ejército más poderoso del mundo y lo derrotó junto con los apátridas cangrejos conservadores? Pero pensándolo bien, retiro mi petición, no me vayan a contestar, de nueva cuenta, que los haberes, pensiones privilegios, gastos de alimentación y representación, viajes, automóviles, choferes, asesores, teléfonos, seguros, aguinaldos, bonos y gratificaciones no lo obligan a desahogar opiniones consultivas de cualquier ciudadano, y menos si se trata un calumniador profesional. Mejor me permito obsequiarle un breviario cultural: once upon a time (2 de julio de 1852, para ser preciso), a un político absolutamente demodé para estos tiempos, se le ocurrió pronunciar la siguiente simplonada: Bajo el sistema federativo los funcionarios públicos no puede disponer de las rentas sin responsabilidad; no pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes; no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la HONROSA MEDIANÍA. ¡Ah, qué señor Juárez, siempre tan solemne con sus apotegmas!

Aunque parezca insólito, don Flavio agrega lo siguiente: la pensión no es una garantía para el consejero, para el juez o el magistrado. Es una garantía para la sociedad. (La sociedad, convertida en un inmenso coro –no griego, pero sí orgullosamente mexica– en el paroxismo de su gratitud exclama: ¡Bravo, bravísimo magistrado, su generosidad nos abruma! Gracias por garantizarnos ser, como sería su obligación ser (el sector más radical de la sociedad por su parte propone: cambalachemos, magistrado: quédese usted con la garantía y déjenos la pensión). La pensión es una garantía de profesionalismo, de imparcialidad, de objetividad. En verdad que soy torpe. Yo hubiera jurado que el profesionalismo tenía que ver más con los saberes, los conocimientos, la cultura jurídica, la experiencia y, por supuesto los títulos, los reconocimientos académicos. Pero ya me quedó claro: si se quieren magistrados profesionales, imparciales y objetivos, simplemente asegúrese de contar con una buena morralla, embute o pensión y búsquenlos en mercadolibre.com. Prueben también en segundamano.com.

Si el magistrado tiene asegurada su vida DIGNA desde el punto de vista económico (el punto de vista que está clarísimo, es el del magistrado: para él, la vida digna de una persona tiene una relación de causa efecto con el nivel económico en que ésta se ubique. Tengo algunas opiniones nada afines a la del magistrado, de unos tales: Platón, Hegel, Kant, Freud, Rodó, Ingenieros, Reyes, Ortega y algunos otros (avecindados casi todos en Polanco), pero no quiero dar más datos por si éstos deciden participar en el proceso de 2015 y el magistrado les agarra tirria. Véanse nada más, por favor: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, 1948, o la primera Constitución de Alemania, después del derrumbe del régimen nazi, 1949, y notarán algunas sutiles diferencias con el concepto de dignidad que don Flavio sostiene pero, para compensarlo, tengo una interpretación lato sensu de la definición de una filósofa estadunidense contemporánea, Norma Jeanne Mortenson (1926/62). La dignidad no es precisamente una pensión, pero ah, cómo quita los nervios. (Véanse las obras completas de la señora Marilyn Monroe.) Para mayor entendimiento, repito completa la tesis de don Flavio: Si el magistrado tiene asegurada su vida digna desde el punto de vista económico, no estará pensando en corruptelas. ¿Se dan cuenta que si los magistrados nos lo hubieran dicho a tiempo, nuestro país sería otro? La pensión universal, que todos los ciudadanos hubiéramos votado por unanimidad, nos habría asegurado puros gobiernos rebosantes de funcionarios puros. Pero el sospechosismo me asalta. Dado que durante todo el tiempo que los magistrados llevan ejerciendo su honorable función no han gozado la tan mentada pensión, ¿podemos presumir que sus días y sus noches han estado permanente atormentados con hórridos pensamientos en torno a las apetitosas corruptelas? Y, lo que más nos angustia: como Jesús en el desierto, habrían los magistrados sabido resistir y contestar al Maligno (disfrazado de algoritmo) ¡Vade retro Satán! O, como paladinamente dice el ex presidente Galván: De no existir una pensión se induce (se tienta) a los funcionarios públicos a la corrupción o la farsa, al fraude a la ley. (Pinches ciudadanos tan perversos, dedicados a inducir a honorabilísimos mexicanos a la inevitable corrupción. Eso, sólo el magistrado Chapo lo había practicado tan exitosamente). Menos mal que antes de la bendita pensión, se tuvo el tiempo suficiente para la compraventa preferencial de bienes raíces y la emulación de asesorías técnicas con identidades afectivas. Ya todo lo que venga es un plus.

Y termina con fanfarrias el ex presidente del cada día más prestigiado Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación: ¿Quién de los críticos está dispuesto a devolver lo que está ganando sólo porque México está en crisis? Yo pienso que por razón tan baladí, como la crisis de la patria, no hay críticos tan radicales para una reacción de esas dimensiones (A ver: ¿si eres tan Cuarón, por qué no pignoras tu Oscar?).

Aunque no crean, sobre este asuntito no he terminado. La semana pasada todos los magistrados hicieron públicos sus personales posicionamientos sobre el problema, que insisten en encasillar en el ámbito leguleyo y mezquino, ignorando, unánimemente, la ética, la honorabilidad personal, el decoro y el mínimo sentimiento de justicia y equidad. ¿Algo sobre la responsabilidad, ésta, la que alguna vez existió y se conocía como patriotismo?

Mientras tanto, una última sugerencia que viene un poquito al cuento por el tema éste de las justas y merecidas pensiones. Leer el Diario de los Debates correspondiente al jueves 16 de diciembre de 1976, relativo al proyecto de decreto aprobado por la L Legislatura de la Cámara de Diputados. Si les parece una tarea innecesaria, tienen razón. Yo la relataré el próximo lunes, cuando comentaremos igualmente el proceder de tres jóvenes estudiantes neoyorquinos de los que no puedo predecir que serán en la vida y, sin embargo, puedo jurar que, para magistrados del tribunal electoral, están moralmente impedidos: les da por regresar lo que no es suyo.

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