Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 1 de junio de 2014 Num: 1004

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La otra obra
de Carballido

Edgar Aguilar entrevista
con Héctor Herrera

El nombre de las piedras: memoria y diversidad
Esther Andradi

A la vista de todos: negación y complicidad
Ricardo Bada

Esquirlas trágicas de
la literatura alemana

Juan Manuel Roca

El murmullo del frío
Carlos Martín Briceño

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
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Cinexcusas
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Naief Yehya
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Ninfomaníaca, de Lars von Trier (II Y ÚLTIMA)

Pornografía e hipersexualidad

La pornografía tiene como función estimular la libido al crear una ilusión esquizofrénica del sexo: mostrarlo en close up de forma hiperrealista pero a la vez en improbables narrativas fantasiosas, donde todas las mujeres están siempre disponibles y deseosas. Lars von Trier reconstruye estos clichés en su controvertida Nymph()maniac mediante la adicción al sexo de la protagonista, Joe (Charotte Gainsbourg), pero los actos sexuales mostrados (explícitamente con dobles de cuerpo) rara vez son apetecibles o, si resultan excitantes, su atractivo radica precisamente en que a menudo carecen de emociones, son dolorosos, desesperados y parecen empujar la narrativa hacia la tragedia. Más que una gozadora insaciable, la joven Joe parece una administradora de recursos, siempre fría, calculadora y pragmática. Von Trier enfatiza que el título se refiere a una condición médica: el estado de deseo permanente, denominado también furor uterino, que ha sido definido desde su descubrimiento-invención en el siglo XVIII como una condición patológica de la mujer, cuyo deseo sexual es por fuerza monstruoso, perverso y pérfido, por tanto representa una amenaza contra el orden patriarcal.

Mea vulva, mea maxima vulva

Joe de joven, interpretada por la asombrosa Stacy Martin, es parte de un grupo de jóvenes que desprecian el amor y prometen no sucumbir nunca a esa pasión, ni siquiera tener sexo con la misma persona dos veces, ya que el amor es sólo “deseo más celos”. Su lema es mea vulva, mea maxima vulva. Mientras el sexo promiscuo es un intercambio eficiente y gratificante en la economía emocional, el amor es confuso y representa la verdadera esclavitud; de ahí que cuando Joe se enamora y tiene un hijo, pierde su única certeza: el orgasmo. La contraparte de las relaciones amorosas, representadas por un frágil y desolado Shia Lebouef, es el sádico profesional interpretado por Jamie Bell, cuyos golpes son usados como terapia de choque por Joe para recuperar las sensaciones.

Argucias y genialidades

Podríamos pensar que la idea de dividir el filme en dos partes o “volúmenes” es una argucia comercial, un gancho más para hacer pagar dos boletos al espectador, pero hasta cierto punto hay una división atmosférica entre las dos partes que las hace independientes y a la vez conceptualmente antagónicas, ya que la primera es principalmente ligera, humorística y sexy, mientras que la segunda es oscura y sórdida. Curiosamente, en la primera parte hay dos escenas de una intensidad asombrosa y cruel, en las cuales intervienen actores hollywoodenses a los que sitúa en los límites de su potencial: Christian Slater, en el papel del padre de Joe, y Uma Thurman como la furiosa esposa de uno de los enamorados de Joe, en una escena de celos histórica.

Como moscas

Seguramente, nada divierte más a Von Trier que la indignación de aquellos que critican a Nymph()maniac por ser una cinta sobre sexualidad femenina hecha por alguien que ni la entiende ni ultimadamente le importa. La metáfora de la pesca con mosca es particularmente relevante, porque se trata de un forma de engañar a los peces con el movimiento del anzuelo para que crean que es una mosca. Muchos ven aquí al sexo como el anzuelo y al público entusiasta como esos crédulos peces. Algunos han acusado al cineasta de haber querido contarse a sí mismo una historia masturbatoria, indulgente, monotemática, wikipediesca, repleta de chistes privados y claves que no revelan nada, y que no es más que mala pornografía. Además, Von Trier deja pasar acentos lingüísticos torpemente fingidos (quizás porque sucede en un país que parece Inglaterra pero es un territorio fantástico) y se cita a sí mismo al evocar la secuencia de Anticristo, en que un niño pequeño camina hacia un balcón atraído por la nieve que cae.

Filosofía del tocador

Von Trier parece haberse liberado del pesimismo y la depresión de sus filmes recientes. Aquí ha recuperado la ironía metafílmica de sus primeras películas y sus lúdicas estrategias narrativas (como las tipografías en pantalla y la división del filme en capítulos, como de novela dieciochesca). La realidad es que esta serie de confesiones van de la comedia a la filosofía del tocador, y como la novela de Sade de ese título, la cinta está armada por diálogos en los que eventualmente triunfa la crueldad. En la siniestra recámara de Seligman lo que realmente se debate es la condición de una sociedad hipersexual, informatizada, en la que libertinos desaforados y reprimidos son torturados por sus deseos al tiempo que sus dispositivos digitales se han convertido en eficientes altares al hardcore.