Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 1 de junio de 2014 Num: 1004

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La otra obra
de Carballido

Edgar Aguilar entrevista
con Héctor Herrera

El nombre de las piedras: memoria y diversidad
Esther Andradi

A la vista de todos: negación y complicidad
Ricardo Bada

Esquirlas trágicas de
la literatura alemana

Juan Manuel Roca

El murmullo del frío
Carlos Martín Briceño

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
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Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
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El Ariel 56 (tenerlos y cacarearlos)

El pasado martes 27 de mayo se llevó a cabo la quincuagésima sexta entrega del Ariel, premio a lo mejor de la cinematografía nacional que siempre está volviendo por sus fueros –es decir ambos: la cinematografía y el Ariel, cuya suerte, otra vez de ambos y no precisamente por casualidad, corre parejas desde hace un rato, puesto que a una y a otro les ocurre lo mismo: en términos de verdad masivos se les conoce poco y mal.

Sin embargo, y sin que la verificación del reciente par de éxitos mexicanos de taquilla haya conseguido revertir una inercia que data de años, pocos de quienes forman parte de ese público masivo pierden oportunidad para expresarse de uno y de otra en términos que, si no son francamente despectivos, suelen ser cuando menos ninguneantes. Ese desdén se origina en una combinación insidiosa: un honesto desconocimiento y un prejuicio adquirido, manifiesto en aquello de que al cine mexicano se le considera malo hasta que demuestre lo contrario. Empero, las condiciones actuales de distribución y exhibición vuelven imposible ir en contra de la permanencia de dicho prejuicio.

El proceso ha sido devastador: la no muy lejana época durante la cual apenas pudo hablarse de producción cinematográfica mexicana provocó que, en términos mediáticos, la entrega del Ariel haya sido y siga siendo un acto poco menos que clandestino, por lo escasa o nulamente promocionado, ya no se diga transmitido. Al mismo tiempo, el hecho de que hasta hace relativamente poco tiempo solía contarse con poquísimos filmes, pésimamente distribuidos y exhibidos, que eran una incógnita antes de ser nominados y/o premiados con el Ariel, y también después, ha tenido como consecuencia que la proporción del público que ha visto una cinta mexicana nominada o ganadora de algún Ariel –y que lo sabe, que le importe o le diga algo– sea históricamente ínfima.

Algo es algo

Algunos elementos han cambiado: para empezar, la producción cinematográfica de 2013, es decir la que se tomó en cuenta en la pasada ceremonia del Ariel, consistió en 126 largometrajes entre ficción y documental, cifra sólo comparable a lo que fue costumbre en las mejores épocas de nuestro cine, cuantitativamente hablando. Puesto que de esa centena y cuarto sólo han sido exhibidas exactamente la mitad, la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC) hizo lo correcto al insistir, a lo largo de toda la ceremonia –y en presencia del titular de Conaculta, que bien haría en tomar nota y no quedarse sólo en eso–, en la necesidad urgentísima de corregir las tremendas distorsiones que hay en materia de distribución y exhibición. De otro modo, tanto el Ariel como aquello de lo que se hace eco seguirán siendo elementos, por decirlo así, de un universo repleto de materia oscura. Por eso también hizo lo correcto la AMACC –aunque claramente no basta– en mejorar sustancialmente la ceremonia misma, en conseguir que se transmitiera televisivamente, aunque no en vivo sino diferida un par de horas, así como en ampliar y transparentar sus procesos de selección, nominación y de premiación misma.

Hizo bien, finalmente, porque a despecho del prejuicio, del desconocimiento y de la escasa visibilidad contra la cual deberán seguir trabajando, tanto el cine nacional en su conjunto como la amacc en particular con el Ariel, sucede que en esta edición la competencia fue, para decirlo sin tacañerías, bastante fuerte considerando el buen nivel general de lo nominado.

En términos clásicos, la gran ganadora fue La jaula de oro, que de catorce nominaciones obtuvo nueve trofeos, incluyendo casi todos los más importantes: a mejor película y ópera prima, guión original, fotografía, edición, música original, sonido, actor y coactuación masculina. De su lado, la gran perdedora sería Heli, que de sus también catorce sólo obtuvo el Ariel para Amat Escalante como mejor director, aunque suerte similar corrieron cintas cuya calidad no iba de ningún modo a la zaga, por ejemplo Los insólitos peces gato, que de siete sólo se quedó con el Ariel a coactuación femenina para Lisa Owen; o No quiero dormir sola, que de cinco nada más ganó Adriana Roel por mejor actriz; o Tercera llamada, que de ocho posibilidades salió sólo con el Ariel a guión adaptado; o Workers y Halley, con cinco nominaciones respectivamente, y sólo la última obtuvo el premio a maquillaje.

Quiera el futuro que a la siguiente ocasión haya similar nivel de competencia y que se sepa masivamente. En otras palabras, que sea como con los huevos: hay que tenerlos pero también saber cacarearlos.