Opinión
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Monarca en sueños
E

l rey Juan Carlos abdicó al trono de España. Su hijo Felipe VI lo sucederá en quince días. Más, lo no esperado fue que miles de españoles espontáneamente exigieron un referendo sobre la monarquía. Imposible conciliar intereses vitales, diversos y aun opuestos desde ya agregados a los traumas sicológicos inelaborables que dejó la guerra civil (1936-1939). Real o imaginaria la fuerza bruta se ha apoderado del poder, ¡Quien vence, vence, esa es la ley!

Ya don Miguel de Cervantes Saavedra nos alerta en el episodio de las ruidosas bodas de Camacho al desbancar a Basilio el pobre. Don Quijote observa a Sancho regocijarse que la novia obsequie a los demás hasta saciarse. “Bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquellos que dicen ¡Viva quien vence! Sensibilidad que vibra en la voz quijotesca y despierta el eco de una ternura que se escapa… Ricos o pobres… Monarquía o república…”

Don Quijote con su figura y vestimenta compone verdaderos jeroglíficos con vida y movimiento propio. Y estos jeroglíficos de tres dimensiones se transmutarán a su vez en un cierto número de gestos, de signos misteriosos que corresponden a no se sabe qué realidad fabulosa y oscura que nosotros, gente de occidente, hemos reprimido y repetido y no hemos sido capaces de descifrar los significados ocultos en dichos jeroglíficos.

Cervantes en El Quijote –Monarca sin corona– abre con sus verdades una lectura diferente a la formal basada en la razón, la conciencia, y el funcionamiento puramente yoico. Nos envía a otro texto, quizás a la otra parte del siquismo humano, a la más primaria, la más originaria; a aquella que resulta fundante en la estructura del ser.

Fueron Cervantes y don Quijote quienes denunciaron el abuso de poder del Estado fraguado en un manejo maniqueo del hombre y vía la represión, descolocarlo de su deseo y volverlo un títere manejable y manipulable: un ser marginal. Sin embargo, los marginados a los que Cervantes alude conservan algo de erotismo y sexualidad (gitanos) y muestran atisbos de pulsión de vida: lo que intriga y aterra. La parte poderosa monárquica de la población robotizada, desafectivizada es devorada por una cultura narcisista que la empuja al abismo: competitividad deshumanizada, trastornos emocionales cada vez más severos y una sensación de depresión y vacío.

En medio de dos culturas; la monárquica europea y la tercera república agazapada El Quijote siempre novedoso habla de música y danza que aparece como la unión de los opuestos que se bailaron en las bodas de Camacho.

Alegres y melancólicas danzas aristocráticas; la gallarda y la pavana se bailan en palacio. En cambio, las seguidillas, movidas y sensuales, incluso con matices lascivos pertenecían en un inicio exclusivamente al dominio popular. En el transcurrir de los años unas y otras se enlazaron.

Esta aparición de la danza en la novela cervantina no es casual. Como todo el texto, tiene miga y jiribilla y remite a un asunto de hondura: la unión de los opuestos que se encuentran profundamente enraizada en el pueblo. Aflora la esencia del ser en el baile y logra diluir las fronteras creadas por las clases sociales. Sin embargo, existe seguramente otra multiplicidad de factores que condicionan dicho fenómeno.

Entre ellos destacaría que las danzas populares aligeradas de las formas sociales, permiten surgir lo más primario, genuino del sujeto, el par de opuestos indisociables que constituyen el ser: erotismo y muerte.

La vida/muerte, apuntada por Freud, nos constituye, habita y las danzas, particularmente las andaluzas, parecen invocar e intentan conjurar a la muerte en laberinto vertiginoso de sensualidad, voluptuosidad y dolor.