Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 8 de junio de 2014 Num: 1005

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La tetralogía de
Eraclio Zepeda

Marco Antonio Campos

El último hombre,
de Mary Shelley

Luis Chumacero

Lo bien hecho...
Ricardo Yáñez

Inconformidad
y escritura

Luis Rafael Sánchez

El eructo de
los ruiseñores

Mario Roberto Morales

Saul Steinberg: exilio
desde la Novena Avenida

Leandro Arellano

La vida de Gerardo Deniz
José María Espinasa

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Febronio Zatarain
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
María Bravo
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Francisco Torres Córdova
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Así la vida

Un día cualquiera, en su sólida apariencia sin relieves, apenas señalado por un nombre en la semana y aturdido en sus rutinas de trabajo y esperanza cuando alcanza; un día que quizás se alargue un poco en la mañana y otro poco en un crepúsculo olvidado, pero nada más ni nada menos, atado al flujo impensado de las horas, tramado con las fuerzas que levantan y extienden la ciudad sobre el lomo del planeta. Un día que fácilmente se extravía en las edades, simple y resignado al curso de una y tantas otras vidas talladas en la piedra porosa de la muerte, que sólo sacia la sed y el hambre todavía y traza minucioso en el rostro sus señales –sin duda la mueca íntima del llanto, los dientes rotos de la rabia contenida, a veces las arrugas del amor cumplido o de la risa franca y llena, o el viejo dolor de una rodilla al dar un paso, ir, venir, o bajar o levantar y sostener la música del cuerpo en la inocencia del espacio. Y sin embargo, también y acaso siempre un día que se abre en las orillas y revela sus costuras delicadas con el tiempo quebradizo de los huesos. Por debajo de sus bordes más quietos y seguros, imbricado en las luces regulares de lo útil e inmediato que lo impulsan y someten, algo asoma y convoca al tacto del viento en el oído, al calor que en las manos prospera una caricia, al sosiego que augura en el alma una mirada de consuelo, de presencia y compañía en la clara soledad del mundo. Algo suyo se rezaga en la garganta con el paso del aliento y deja un sabor que alerta otra conciencia en el dorso de la lengua, una promesa que ahí mismo se empeña y se realiza, o un aroma inesperado que entorna los ojos y altera las distancias en la mente para entonces ya segura de que todo está a su alcance o en esa plena lejanía que desata caminos y nostalgias. Ahí, en ese mínimo reflejo de las cosas, en la sombra tibia que destellan, cada día de su vida el poeta detiene la mirada y a esa boca acerca su palabra, su temblor y sus certezas vulnerables, lo poco que pide en la ruidosa ficción de la abundancia, lo mucho que intuye y atesora de lo poco verdadero que encandila su silencio. El día se sale entonces del orden que lo ciñe, de la precisa confusión de las tareas que atosigan y embotan sus sentidos y lo arrumban en un tiempo sin memoria. Ya no tiene prisa el dolor y nos concentra, tampoco la alegría que así nos multiplica, y el placer humilde no termina sus rigores y su gracia. Las cosas ignoradas por inercia y las rotas y romas por el uso y el abuso de pronto vuelven nuevas a sí mismas y nos piensan, vuelven a ser la prueba llana y poderosa de la vida como es en realidad y continúa: “No hay nada alrededor,/ nada es distinguible bajo el techo de sombra que nos acerca.// Las piedras no son piedras,/ no es un árbol el árbol, no está el camino entre las dunas.// Sólo la noche inmensa./ Adelanto mi mano:/ tu rostro me dice que la piedra es una piedra,// un árbol es el árbol,/ que el camino lleva a otro camino/ y que estamos solos/ en el súbito corazón de la mañana” (Rahil del camino de Nedj, fragmento 3, Hugo Gutiérrez Vega.)