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El sagrado derecho a pedir
E

l descontento es confuso, profuso y difuso… pero enteramente general, a medida que aumenta la ola de violencia, tanto la de criminales de arriba y abajo como la de la economía. ¿Cómo evitar que el descontento degenere en desesperación? ¿Cómo convertirlo en capacidad transformadora? ¿Qué podemos hacer?

Cuídense, cuídenos, nos dijo el Galeano en su primera aparición. Esta es la prioridad. Tenemos que empeñarnos en la defensa de los zapatistas; no debe pasar día sin hacer algo ante las amenazas que los rodean. Y necesitamos cuidarnos, porque también pesan sobre nosotros.

La principal amenaza viene de arriba: gobierno y clases políticas actúan como empresarios del despojo, la violencia, la corrupción y la impunidad. Hay creciente consenso sobre la necesidad de resistir sus políticas y acciones. Pero nos divide la forma de la respuesta. Unos ven hacia abajo y otros hacia arriba. Unos toman en sus manos cambios profundos, que ven como la única forma eficaz de resistir, mientras otros siguen solicitando a los de arriba algunos cambios cosméticos y alimentan la fantasía de que la solución llegará cuando puedan sustituirlos por otros supuestamente mejores.

Millones hay, aquí y en otras partes, que están dispuestos a darlo todo, hasta la vida, para defender el sagrado derecho a pedir. Es una antigua tradición, quizá heredada de la monarquía, cuando había que pedírselo todo al rey. Conforme al molde estadunidense, es fundamento de todas las sociedades democráticas modernas, que se basan en la docilidad y sumisión al poder, como estableció nuestra primera Constitución.

La libertad política que se considera más importante en las democracias contemporáneas es el derecho de reunión, consagrado en la Declaración de Derechos de Estados Unidos como el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de dirigirse al gobierno para corregir sus agravios. Es la Primera Enmienda, lo primero. Afirma el derecho a reunirse… para poder ejercer el derecho de petición, que sería el derecho fundamental en el Estado-nación, en el régimen creado para administrar el capitalismo. Se le llama con cinismo democracia, aunque en él los ciudadanos no pueden participar en las decisiones de gobierno y menos aún imponer su voluntad sobre los gobernantes. Pueden pedir algo, pero las autoridades, como el rey, pueden no hacerles caso.

Tiene sentido ejercer nuestra libertad de reunirnos y manifestarnos, cada vez más expuesta a regulación y represión. No debemos perderla. Pero es insensato seguir dedicando nuestras energías, con marchas, firmas o lo que sea, a pedir a los de arriba que hagan lo contrario de lo que están haciendo. La experiencia mundial y muy claramente la mexicana muestran que, quieran o no los funcionarios atender las demandas de la gente y enfrentar a fondo los predicamentos actuales, no pueden hacerlo. Es imposible realizar desde arriba los cambios profundos que hacen falta hoy.

Hay quienes siguen esperando un gran acontecimiento cataclísmico: golpes de mano, de Estado o de suerte que produzca repentinamente esos cambios. Es una ilusión peligrosa y paralizante.

Ya no puedo creer en transformaciones mágicas, como un levantamiento victorioso que transforme una sociedad, nos dijo hace tiempo Mercedes Moncada, de Nicaragua. Creo que las revoluciones son graduales, profundas y asociadas con la vida cotidiana. Tienen que enraizarse en todos los espacios de las sociedades, en las familias, en las relaciones personales, en los pequeños, en las vecindades, todo lo cual también define la forma del poder.

Nos lo dijo también, en 2007, el finado sup: “Las grandes transformaciones no empiezan arriba ni con hechos monumentales y épicos, sino con movimientos pequeños en su forma y que aparecen como irrelevantes para el político y el analista de arriba. La historia no se transforma a partir de plazas llenas o muchedumbres indignadas, sino… a partir de la conciencia organizada de grupos y colectivos que se conocen y reconocen mutuamente, abajo y a la izquierda, y construyen otra política”.

De eso se trata hoy. En eso ha de consistir cuidarnos y cuidarlos. Como dijo también el sup: “Las transformaciones reales de una sociedad, es decir, de las relaciones sociales en un momento histórico… son las que van dirigidas contra el sistema en su conjunto. Actualmente no son posibles los parches o las reformas. En cambio, son posibles y necesarios los movimientos antisistémicos”.

Si logramos desgarrar el velo encubridor de las ilusiones de la petición o de la sustitución de dirigentes, podemos concentrarnos en lo que realmente hace falta y es enteramente viable: organizarnos en grupos y colectivos que podamos criarnos mutuamente en la práctica de acciones efectivamente transformadoras, para enfrentar con eficacia las amenazas abominables que pesan sobre nosotros y convertir la circunstancia en la oportunidad del cambio en que hace mucho soñamos.

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