Opinión
Ver día anteriorMiércoles 11 de junio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Peregrinación
E

l carácter sagrado de la figura del peregrino tiene algo de interesante para nuestra sociedad contemporánea.

Esto pensé anteayer, cuando conocí a Alain en Los Barriles, Baja California Sur. Alain lleva dos años viajando por el mundo en su bicicleta. Atravesó Europa y Turquía, viajó por India y el sureste asiático, por China, Corea del Sur y Japón. Y luego bajó desde San Francisco hasta la Baja Ca­lifornia. Va, ahora mismo, rumbo a Su­da­mérica. La paz del personaje, su forma de estar bien en su cuerpo, su sencillez y generosidad exudan la paz que uno asocia con los monjes del Tíbet, o con los ermitaños de la antigua cristiandad. Me imaginé a Alain como un san Jerónimo moderno, acompañado del libro y con un león dormido, apacible, a sus pies.

Rodar dos años en bicicleta también produce una aureola. Alain estaba alojado en el departamento de una amiga y cuando nos vio en nuestras bicis, cargados de bultos y cansados después de un fuerte día de pedalear, nos invitó a pasar también ahí la noche. Los peregrinos se ayudan entre sí –reciben y dan caridad–, y aunque nosotros llevábamos apenas cinco días en bicicleta, los lazos de identificación nos valieron y nos protegieron.

En los años setenta, el británico Victor Turner se había interesado por las peregrinaciones como problema antropológico. (De hecho, recuerdo a Vic desde niño en casa de mis padres; como era visita de honor habían preparado huachinango a la veracruzana que, cuando apareció en la mesa, mereció de Turner la siguiente exclamación: “ Why… it’s Moby Dick!”)

Turner se interesaba por varios aspectos de las peregrinaciones. De hecho, fue su interés por los peregrinos lo que lo trajo a México, y lo que le permitió escribir uno de los ensayos más originales que existen acerca de la revuelta de don Miguel Hidalgo. A Turner le interesaba de los peregrinos, en primer lugar, su liminalidad –es decir, su marginalidad frente al día a día de las instituciones sociales–, su marginación temporal del mundo tanto del trabajo como del hogar para salir al descampado en busca de lo sagrado. Turner se interesaba también por lo que él llamaba la antiestructura, es decir, la forma en que la estructura social se torna visible a partir justamente de esa marginalidad, y por las formas en que las visiones que manan de la antiestructura se convierten en símbolos y aun en mitos respecto del mundo de la rutina y de lo normal.

Benedict Anderson, otro científico so­cial británico trasterrado a Estados Unidos, usó las ideas de Turner para pensar en los orígenes del nacionalismo moderno. Para Anderson las peregrinaciones tuvieron un papel importantísimo en la formación del imaginario nacional de los primeros patriotas hispanoamericanos, que eran en su mayoría oficiales o clérigos que se habían paseado largamente por los territorios de sus audiencias, arzobispados, capitanías o virreinatos, y que tenían por eso cierta facilidad para imaginar otros reinos posibles, otras repúblicas, en esas mismas tierras.

De hecho, la relación entre peregrinación e imaginario nacional tiene raíces todavía más profundas. Por ejemplo, en Los lusiadas, el poema épico que compuso Luis de Camoes hacia 1570, la identidad portuguesa –que estaba acechada entonces por el expansionismo de Castilla– queda figurada y exaltada en la crónica de los viajes de Vasco de Gama: Portugal no es sólo cuna de esos grandes viajeros –de esos grandes guerreros–, sino que aquel viaje histórico, que rebasó los límites de la geografía conocida en Europa hasta entonces, se volvió en el lugar donde se desarrolló por primera vez el sentimiento de nostalgia infinita por Portugal. El viaje fue el tiempo y el lugar donde nacieron las saudades, es decir, la añoranza amorosa, que se convirtió en el sentimiento nacional del país que fue el primer imperio mundial de la temprana modernidad (Portugal).

Pero podemos remontarnos incluso más atrás, pues los efectos del peregrinar en el imaginario de occidente –y de América Latina– tienen raíces todavía más antiguas. La literatura de lo maravilloso –que ha sido fundamental para el imaginario hispanoamericano– comenzó en el medievo, con los libros de Marco Polo y de Mandeville, que se compusieron en el momento en que se cerraron las rutas de peregrinación a Jerusalén, según mostró en excelente libro Stephen Greenblatt.

O sea que el imaginario obsesionado por todo lo raro y exótico, que se regodea en todo lo que resulte inabarcable por la razón, es también producto del peregrinar, y específicamente del peregrino que ha perdido u olvidado ya su destino sagrado. Del peregrino sin Jerusalén.

Llevo una semana peregrinando en bicicleta por Baja California con cuatro compañeros de viaje. ¿Qué cosa he descubierto, además de noches estrelladas y días de calor crepitante? ¿Qué, además de desierto y mar, y de gente amable y excéntrica?

Haciendo cierto esfuerzo por pensar –la invasión de los sentidos es siempre lo más importante para el peregrino–, diría que he visto la profundidad del conflicto ambiental. He visto una civilización asentada en un desierto, acechada por la sobrexplotación de la pesca, por sequías y huracanes que amenazan la agricultura. He visto competencia por agua entre consorcios mineros y poblados con agua. He visto una península repleta de terrenos en venta y de desarrollos urbanos costeros al estilo californiano que pueden o no resultar sustentables. Muchas casas que están vacías la mayor parte del año. He visto la reducción del acceso público a playas y costas.

Platicando un poco con la gente, queda clara la necesidad de pensar en serio en el desarrollo sustentable, e inventar una estética y estrategias de mercadeo que serán ya necesarios para atraer a la gente a otras formas de vivir en el desierto. Baja California es capital del fetiche del auto y, más todavía que del auto, de la camioneta. El domingo en La Paz las familias se pasean por el malecón en sus camionetas.

Casi nada en la península es sustentable. Conviven las fantasías de lo prístino –la protección del parque marino de Cabo Pulmo, o un santuario de cactos...– con poblados que lo único que quieren es que llueva la inversión de Estados Unidos, de China, de Canadá –de donde sea; que se invierta en lo que sea, para lo que sea, pero que lluevan dólares ya–; es la única forma de irrigación que parece valer.

La peregrinación en bicicleta sirve para darse cuenta de estas cosas, porque el esfuerzo que hay que poner a cada pedaleada bajo el sol contrasta tanto con la falta de esfuerzo que ofrece el fetiche-camioneta al apretar el pedal, con el aire acondicionado a todo lo que da.