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La Jornada en Brasil 2014

Hubo enfrentamientos en distintos puntos, pero nada realmente importante

Empezó la fiesta y la victoria de Brasil entusiasmó, ahora sí, al país

Los manifestantes que protestan contra la Copa no cuentan con el respaldo popular

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Muchos de los aficionados a la selección Verdeamarela se reunieron en sus casas para disfrutar del encuentro contra el equipo de CroaciaFoto Ap
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La pasión por la victoria de la selección anfitriona reunió a una gran multitud en la playa de CopacabanaFoto Ap
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Viernes 13 de junio de 2014, p. a20

Río de Janeiro, 12 de junio.

Es verdad que Dilma Rousseff, al tener su imagen transmitida por los telones en el Itaqueirao, en Sao Paulo, fue silbada y abucheada. Pero, como decía Nelson Rodrigues, dramaturgo, amante y conocedor de futbol, pero principalmente del alma de las gentes, el brasileño en los estadios abuchea hasta el minuto de silencio, cuando se presta homenaje a algún muerto ilustre.

No se necesitó más que los 90 minutos del partido inicial para que el país entrase en el clima de una Copa. Y más: una Copa disputada aquí.

Por el mediodía, faltando poco para la ceremonia de apertura del torneo, hubo enfrentamientos entre manifestantes en Sao Paulo, Río, Belo Horizonte, Fortaleza y Porto Alegre, es decir, en distintos y lejanos puntos cardinales del país. Pero nada realmente importante.

En Río, por ejemplo, los trabajadores aeronáuticos amenazaron con un paro. Eran poquísimos –menos de 10–, pero al suspender sus actividades crearon problemas serios para los aficionados que iban a ver partidos en otras ciudades del país. La parálisis duró menos de dos horas. Afectó a algunos centenares de personas, pero no dejará memoria, excepto, claro, para los perjudicados.

En el Itaqueirao, de Sao Paulo, la ceremonia de apertura mostró un duelo de piernas perfectas y en dos etapas. Primero, las de Jennifer López contra las de la brasileña Cláudia Leitte, en el espectáculo inicial. Y luego, las de los croatas contra los brasileños, pero buscando la pelota.

Gael García y Di Caprio

Como ensayo inicial, las manifestaciones callejeras no quitaron la tranquilidad a los responsables de la seguridad. Las imágenes pueden dar una impresión ampliada de lo que realmente ocurrió. Pero la verdad es que no hubo nada especialmente digno de nota: había como mil personas en la manifestación de Río, convocada por maestros en paro, y unas 200 en Sao Paulo, casi todas integrantes del movimiento de los black-blocs.

En Porto Alegre, en el extremo sur, tres sucursales bancarias resultaron con las vidrieras rotas, así como un McDonald’s. Sustos pasajeros, pequeños, comparados con lo que se esperaba.

Al menos en el primer día quedó claro que los manifestantes que protestan contra la Copa no cuentan con gran respaldo popular. Ese era el principal temor del gobierno y de los encargados de la seguridad: que se repitiesen las manifestaciones multitudinarias del año pasado, cuando hubo días en que más de un millón de personas coparon las calles de las principales ciudades brasileñas.

No se trata de minimizar lo que ocurrió ayer: en Sao Paulo hubo por lo menos seis heridos, en Río otros cinco, y la cuenta crece cuando se observa lo que pasó en otras ciudades. Pero no se dieron las movilizaciones masivas que podrían haber paralizado el país.

Trazando un paralelo fugaz, se puede decir que los croatas, en la cancha, fueron más duros y violentos que los brasileños en las calles.

Hay que tener muy en cuenta, en todo caso, que ayer fue el primer día. Día de fiesta. Existe la expectativa general de que todo el Mundial ocurra en esa misma atmósfera. Pero igualmente existe el temor de que en cualquier momento aparezcan brotes de violencia.

Brasil vive tiempos turbios, confusos, nebulosos. La larga jornada del Mundial recién empezó. Hoy México enfrenta a Camerún, España se encuentra con Holanda, chilenos y australianos disputan el primer partido, la vida sigue y la rueda gira.

Los brasileños durmieron ayer llevados por el viento de una buena victoria. Hoy es otro día. Y mañana, otro. A ver qué pasa.