Historia de un regreso

Extranjeros en nuestras
propias tierras


Mixes de Oaxaca realizando tequio para resembrar con
maíz un terreno del Instituto Superior Intercultural Ayuuk.
Foto: Enrique Carrasco

Xun Betan

Desde que inicié mi carrera en antropología social, en las vacaciones de Semana Santa empecé a darme el gusto por recorrer las tierras donde vivieron mis antepasados mayas. Me di cuenta de la existencia de las tierras mayas desde pequeño a través de un libro de historia en la primaria. Ese libro hacía referencia a toda la extensa área mesoamericana, y en particular hablaba de las tierras mayas. También hacía mención de las grandes construcciones arquitectónicas, los avances científicos, los avances astronómicos, matemáticos y otros más de nuestros antepasados. Otro tema en el libro eran las construcciones coloniales de los pueblos fundados durante la colonización española. Así, después de haber descubierto el área maya, desde chico me tracé una ruta y soñé con recorrerla para descubrir la historia y la vida de mis antepasados mayas.

En mi primera vacación de Semana Santa, durante mi época de estudiante de licenciatura, tomé mi mochila y emprendí el viaje como un “explorador” rumbo a unas tierras que le llaman Guatemala. Los primeros lugares del recorrido fueron las tierras del Noroccidente, el Occidente, el Centro y el Petén. Fue un hermoso viaje. Descubrí muchas cosas de mi cultura, de mi gente. Quedé muy impresionado en mis visitas a Chichicastenango, Iximché, Santiago Atitlán y Tikal. Pero lo más grato del viaje fue el haberme encontrado con mis hermanos de raíz. Me di cuenta que compartimos muchas cosas en común. Me hice de una familia a la que quiero mucho. Desde ese momento no podía ya comprender por qué ellos son llamados guatemaltecos y a mí siempre, en la escuela, me inculcaron el identificarme como mexicano. Recuerdo que de chico, en la primaria, me hacían cantar el himno nacional mexicano, me obligaban a saludar a la bandera, a hablar el castellano, a celebrar las fiestas patrias, me obligaban a utilizar un uniforme para dejar mi traje. Todo esto para que yo creyera que formo parte de un país y de una nación, cosa que nunca lo he asumido y nunca creeré en esa falsa identidad nacional que ha tratado de destruir mi identidad indígena y que sigue tratando de cortar mis raíces. Por ejemplo, desde mis recuerdos de infancia, en mi pueblo, que forma parte de este país “México”, ya luchábamos para defender nuestras tierras de régimen comunal, porque los gobiernos, los políticos y los ricos “mexicanos” han tratado de despojarnos de ella por la gran riqueza que guarda dentro, como sucede hoy con la explotación minera.

Así, entre más conocía mi historia más me dolía. No puedo comprender el por qué nos han separado siendo personas de un mismo pueblo, de una misma raíz, de un mismo origen, de una misma lengua. También me da mucho coraje cuando trato de visitar los centros ceremoniales y sitios sagrados que edificaron nuestros antepasados y tener que pagar por entrar a hacer una oración en sus altares. Me duele saber que junto con mis hermanos de otras tierras no podemos caminar libremente en nuestros propios territorios. Me pregunto ¿por qué existe un tratado de libre comercio sin haber un tratado de libre acceso? ¿valen más las mercancías que las personas?

Al final de cada viaje que he realizado, por ejemplo, al regresar de Guatemala, sello mi pasaporte y dizque entro en mi nación que se llama México. Pero ¡sorpresa! la primera vez que entré al país después de mi primer viaje, me sentí como un delincuente, como basura, como nada. Esa sensación me la provocaron los destacamentos militares, los policías, la seguridad pública, los federales de caminos, los de la migración, etcétera. Todos ellos, en el orden que les menciono, me interrogaban de manera muy grosera, otros gritándome pedían que me identificara, me bajaban del camión de manera muy bárbara, me revisaban de pies a cabeza como si fuera un delincuente. Sin permiso abrían y sacaban mis cosas que estaban dentro de la mochila, dejándolo al final todo alborotado. Así, cada tramo de carretera en las fronteras o incluso en el aeropuerto han sido muy dolorosos para mi.

Desde entonces, cada destacamento militar, cada retén de policía, de migración o cualquier uniformado comenzaron a darme miedo, porque desde chico he visto como los militares o policías golpeaban y maltrataban a las personas de mi pueblo sólo por exigir sus derechos o cuidar sus tierras comunales. Los uniformados me dan más miedo que los rateros, porque parece que ellos tienen el derecho y el permiso legal de hacerte lo que quieran.

Con todo eso, he comprendido una parte muy pequeña del sufrimiento de mis hermanos que vienen caminando desde algún lugar del centro o sur del continente, que buscan cruzar este infierno de burocracia mexicana y llegar al otro infierno. Así, con todos los maltratos que sufro cada vez que salgo y entro a este país que me dicen que es mi nación, que es mi patria, que es mi territorio y que es mi identidad, no puedo creerlo, ni puedo quererlo. No puedo identificarme con él porque mucha de su gente y sus políticas nos maltratan y nos marginan por nuestros rasgos físicos.

Y en estas vacaciones de Semana Santa del 2014 no ha cambiado nada. Parece que ser indígena en una frontera es peor que ser un delincuente.

Somos de la Madre Tierra

Soy de la tierra, somos del maíz
Nuestros cantos tienen las mismas melodías
Nuestros huipiles los mismos colores.

Soy del viento, somos un mismo pueblo
Nuestros abuelos sembraron la misma ceiba
Nuestros sueños recorren las mismas veredas.

Soy del agua, somos hijos de la abuela montaña
Nuestros rostros hablan de la tierra
Nuestras manos que sean de amor y alegría.

Soy del fuego, somos de un mismo sueño
Nuestros caminos, que nos lleven a la unidad
En nuestros campos cultivemos flores.

Somos hombres, somos mujeres
Queremos vivir
Queremos libertad.