Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 15 de junio de 2014 Num: 1006

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Burocracia mata ciencia
Manuel Martínez Morales

Tsutsui y el desenfreno
Ricardo Guzmán Wolffer

La vida bajo un toldo
Ollin Velasco

¿Constitución?
Leonardo Compañ Jasso

Procesos electorales:
la reducción de
la democracia

Clemente Valdés S.

Sin paz para Octavio
Rodolfo Alonso

Leer

Columnas:
Perfiles
Abraham Truxillo
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Abraham Truxillo

Bestiario mínimo

El hombre elefante

El Hombre Elefante duerme siempre en la misma posición: fetal sobre la izquierda. Con el doblez de anca exacto para que no se le muelan los intestinos por las rocas óseas de la cadera ni se le trituren los pulmones con las patatas de calcio en las costillas o se le rompa el cuello a causa del meteorito que tiene por cabeza.

Entonces, durante la noche, el Hombre Elefante sueña que es un triángulo, luego un cuadrado, un pentágono y un círculo. Sueña que es una forma definida. Y en la última curva del alba, el Hombre Elefante sueña que es un elefante. Con cinco miembros y una cola adicional. Que camina entre animales bellos idénticos a él. Lejos de los hombres.

Circe

A mitad de la tormenta, encontró que su yate no tenía mástil y se amarró al timón en el peor ángulo del Triángulo de Las Bermudas. Amigos empresarios le habían contado sobre un lugar de placeres exquisitos para acaudalados. Un rincón del Caribe con auténticas sirenas de pechos a la medida, exclusivo para las embarcaciones privadas que pudieran llegar. El telescopio de su imaginación había hecho zoom sobre el lugar carnal. Se vio a sí mismo en un paraíso de elíxires embriagantes, rodeado por criaturas hermosas y dispuestas.

Pero la fortuna le había deparado otros derroteros. La tormenta lo sacudió como a un barco de papiro. Luego de naufragar, se encontró en una playa con seres perversos que rodearon su cuello y sus manos con grilletes, marcaron su espalda con un cauterio. Lo sometieron a torturas y tratos denigrantes.

Más tarde, cuando Circe apareció con el bisturí,  él rogó en vano a sus dioses que lo salvarán del destino ominoso.

Su familia recibió dos semanas después un sobre con tres dedos y una nota de rescate. El dinero se pagó muy cerca del lugar adonde se dirigía cuando los elementos lo perdieron. Él aún sueña con la isla prodigiosa.

Lamento de la sardina

Formo parte de un grupo nutrimental de frenéticos individuos, condenados a la huida perpetua. En cardumen, somos el héroe que sostiene el hambre del océano. Nuestra vida es una convulsa coreografía frente al acoso de los depredadores locales y visitantes, el espacio donde hasta los enemigos tradicionales chocan aletas. El león marino y el gran blanco se regodean, la orca ríe, el pez martillo cede el paso, el hombre pone salidas secretas a sus redes para el delfín.

Mis hermanos no maldicen su existencia y se alimentan como yo del dios plancton que sobreabunda. Pero tire usted una pedrada a la pescadería y sin duda cenará a uno de mis parientes.

Es cierto que gozamos del bien supremo de ser parte de la onda, segunda naturaleza del agua, vuelo que se antoja propulsión inexplicable. Somos la piel más sensible del mar. Corriente en la corriente. Sin embargo, yo no quiero el destino que se me ha asignado. ¡Desde mi pequeñez, maldigo a los faraones de la pirámide alimenticia!

Mis hermanos afirman para consolarme que la foca y la ballena nos veneran antes del banquete, que somos dioses de los otros. Pero esto yo no lo creo.

Celacanto

Acostumbrados sólo a las fotografías que calcan los milenios en las losas y lajas del mar, los paleontólogos no estuvieron listos para la aparición del celacanto.

Después de que se pensara un animal en plenitud de extinción, ajeno al hombre y sus eras, Leonard Brierley Smith –ictiólogo, químico y profesor universitario– rescató al celacanto de los dominios de los cazadores de huesos y nostálgicos de la biología.

El celacanto no solamente estaba vivo, sino que también coleaba y nos permitía asomarnos a su ser moderno y su naturaleza de anticuario. Ahora podría brillar como la estrella más vieja de la fauna.

Para bochorno de la comunidad científica, el celacanto resultó ser un animal bien conocido en el sur de África, poseedor de un nombre que la historia no registra.

Extraordinario evento, el de un animal que regresa para contradecir esa muerte superior que es la muerte de una especie: ¡extraordinario!, pero no carente de infortunio. Con el descubrimiento del celacanto, Sir. Wallace Rogers, el afamado científico de Oxford que había realizado los primeros descubrimientos fósiles del celacanto, lamentó largo tiempo y en fallido secreto la revelación de su mascota intelectual.