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Efraín Huerta: entre la bala y la flor
C

ontaba el propio Efraín Huerta que hace 70 años, el 6 de junio de 1944, sus amigos Enrique Ramírez y Ramírez y Rodolfo Dorantes lo fueron a buscar a su casa a la una de la mañana. Querían enseñarle un cable con la noticia más reciente de Europa que anunciaba la embestida final contra los nazis. Su reacción fue ponerse a escribir un poema que estuvo listo en dos horas.

Así nació Canto a la liberación de Europa que publicó José Revueltas en la primera plana de El insurgente, periódico quincenal de divulgación política y vida efímera.

Esta anécdota describe el carácter del poeta que hoy recordamos en el centenario de su nacimiento. Un poeta que lo mismo cantó al amor que al Che Guevara, al más puro misterio –que es misterio del aire– que a la amplia y dolorosa ciudad de ceniza y tezontle, a María Félix y al petróleo, a Lorca, al Tajín, a la Diana Cazadora.

A Carlos Montemayor debemos uno de los razonamientos más contundentes contra las razones de quienes menosprecian la poesía con temas políticos: los poemas sólo deben valorarse en función de criterios poéticos. No más, pero tampoco menos: por su lenguaje, sus imágenes, su ritmo. Yo agregaría un elemento adicional: por la emoción que provocan. Emoción duradera, claro, aquella capaz de pasar de una generación a otra.

Así como un trabajo químico sólo puede medirse químicamente, un poema sólo puede medirse poéticamente.

Eso significa que sólo de esa manera podremos distinguir un buen poema de amor de uno pésimo y un poema político mediocre de uno que valga la pena.

Estar enamorado, escribió Montemayor, no exime de hacer un pésimo poema de amor: el ser presa de un arrebato místico o de un fervor religioso, no exime de hacer un mal poema religioso.

La Orestiada, Antígona, La Eneida, La divina comedia son obras geniales aunque también sean poemas políticos.

La crítica a papas deleznables no merma el valor de la obra de Dante, como no disminuye la carga política, el valor estético de El acorazado Potemkin de Serguei Eisenstein.

Efraín Huerta fue, sigue siendo, un gran poeta que lo mismo escribió poemas eróticos o de amor que poemas políticos. Y como todo poeta hizo algunos poemas mejores que otros. Y otros más, francamente memorables como el Responso por un poeta descuartizado dedicado a Rubén Darío, o la Declaración de odio, que se encuentra en ese magnífico libro que es Los hombres del alba que este año cumple 70 años de haber sido publicado y que Efraín Huerta dio a conocer cuando tenía 35.

Con Declaración de odio, Declaración de amor y La ciudad poemas incluidos en el libro citado, Efraín Huerta deja claro que la ciudad será uno de los grandes ejes de su poesía.

La ciudad no como un paisaje ni un ambiente: como un personaje vivo que se dilata y contrae. En ese organismo transcurren nuestras horas que son días, nuestros días que son siglos. Por eso su poesía es triste y absurda, provoca la rabia, el desencanto o nos arranca la risa. Si la ciudad es hoy en nuestra literatura una constante, Huerta nos la hizo ver desde los años 30.

Hace tiempo le comenté a la escritora Mónica Mansour que me parecía que habíamos sido un poco ingratos con El Gran Cocodrilo. Si te refieres a los premios, me dijo, esos no importan. Importan los lectores. No formó parte de ninguna institución que da cobijo o reconocimiento a los creadores, a ninguna academia y sólo fue premiado cuando se supo que tenía una enfermedad terminal.

Más que por su poética se le ha juzgado por su política.

Eugenia, la hija del poeta fue más contundente cuando platicamos hace unos días sobre ese mismo asunto: Efraín Huerta más que un poeta marginal ha sido, desde hace tiempo, un poeta marginado.

Pero si la tragedia, el amor, el erotismo y la política son unas constantes en la obra de Efraín Huerta hay que señalar que los destellos del humor aparecen a lo largo de su obra hasta concentrarse en los famosos poemínimos.

Recordaba el poeta Luis Cardoza y Aragón que cuando Efraín Huerta murió, el mejor homenaje se lo hizo un guerrillero salvadoreño: puso en su ataúd una rosa roja y una bala. Hoy que el mundo es otro, y recordamos el natalicio del poeta, el mejor homenaje que se le puede hacer es leerlo sin prejuicios ideológicos. Acercarnos a su poesía. Leerlo entre la flor y la bala como lo que es: un gran poeta.