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18 de junio
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quí, en las páginas de La Jornada, José Steinsleger recordó el 60 aniversario de la invasión de los militares guatemaltecos que, encabezados por Carlos Castillo Armas, provocaron la caída del presidente constitucional Jacobo Arbenz.

Secreto de Polichinela, llamó el diplomático mexicano Luis Quintanilla a la conspiración detrás del golpe que organizó la CIA, entonces bajo la responsabilidad de Allen Dulles, hermano del secretario de Estado, John Foster Dulles. La verdad es que para ser una operación encubierta fue platicadísima y discutidísima durante meses. Era público que la administración Eisenhower se había propuesto la desaparición del gobierno revolucionario arbencista, al que acusó de haber sido infiltrado por el comunismo soviético y representar una amenaza para la seguridad de Estados Unidos.

El gobierno guatemalteco desde enero del mismo año de 1954 denunció la conspiración internacional en su contra. Si bien el financiamiento del golpe estuvo a cargo de Estados Unidos, la planeación fue producto de una conspiración más amplia porque también estuvo comprometido el dictador nicaragüense, Anastasio Somoza, que fue un entusiasta cómplice de la CIA y del embajador de Estados Unidos en Guatemala, Peurifoy, si no es que el principal instigador, como él mismo se lo contó al embajador Quintanilla en Managua en 1955. Por su parte, el gobierno hondureño, entonces presidido por Juan Manuel Gálvez, permitió que los golpistas guatemaltecos se entrenaran en su territorio, y jamás atendió las solicitudes de Arbenz de que pusiera un alto a actividades que a todas luces estaban dirigidas contra su gobierno. Dentro de los planes de Somoza estaba también Costa Rica, pero sufrió una enorme decepción y se sintió traicionado cuando el gobierno estadunidense se negó a apoyarlo para atacar a José Figueres, porque para Somoza, comunistas eran todos los que no eran como él.

Nadie tuvo la fuerza ni la decisión para oponerse a lo que a lo largo de los meses se convirtió en una fatalidad. La sentencia contra Arbenz se firmó en la décima Conferencia Interamericana, que se celebró en Caracas en marzo de 1954, Venezuela entonces gobernada por un feroz dictador, Marcos Pérez Jiménez. Allí, el secretario de Estado Dulles permaneció dos semanas, estancia en un país latinoamericano de duración inusitada para tan alto funcionario estadunidense, y trabajó arduamente hasta obtener una resolución de la OEA que condenaba la penetración del comunismo en Guatemala, sin mencionarla por su nombre, al mismo tiempo que sentaba las bases para una futura acción colectiva, que no fue necesaria porque Arbenz se colapsó a 10 días de iniciada la invasión. Todos los asistentes a la conferencia entendían bien cuál era la intención de la propuesta de Dulles, pero nadie tuvo la fuerza ni la decisión para desafiarlo y oponerse a lo que a lo largo de los meses se convirtió en una fatalidad. La resolución recibió 17 votos a favor, un voto en contra, el de Guatemala, y dos abstenciones, de México y Argentina. Al respecto Isidro Fabela declaró que abstenerse era una manera de no decir no.

El ataque contra Guatemala provocó una ola de indignación en América Latina, lastimó profundamente las relaciones interamericanas y enfrentó a los latinoamericanos al verdadero significado de la noción esfera de influencia. En el contexto bipolar de este primer tiempo de la guerra fría, México leyó la política de Estados Unidos hacia Guatemala igual que los demás gobiernos de la región, como una advertencia. Probablemente por esa razón su política fue ambivalente y timorata. Pero no fue el único país que se sintió cohibido por la agresividad canina de Estados Unidos. Por mucho que repugnara a los europeos, incluso Francia y Gran Bretaña prefirieron abstenerse en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas cuando se votó la intervención de ese organismo en la solución de la crisis guatemalteca.

En Francia el 18 de junio se celebró otra efeméride: hace 74 años, en 1940, desde la BBC de Londres el general Charles de Gaulle hizo un llamado a la resistencia frente a la gran derrota que los ejércitos nazis le habían infligido a Francia, rechazó así el armisticio y se lanzó a una batalla que no pocos calificaron de quijotesca. Entre la invasión a Guatemala y el llamado patriótico de De Gaulle al honor y a la dignidad no hay nada en común, salvo la fecha. El primero es uno de los episodios más vergonzosos de la política exterior de Estados Unidos. El segundo, un momento heroico de rebeldía contra la adversidad y contra los pobres de espíritu. Ambos momentos, sin embargo, evocan la miseria humana.