Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 22 de junio de 2014 Num: 1007

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La narrativa íntima
de Aline Pettersson

Nadia Contreras

Cinco poetas
novísimos de Morelos

El cáliz como redención
Ricardo Venegas entrevista
con Ricardo Garibay

Roberto Saviano:
el triple cero del
narco neoliberal

Fabrizio Lorusso

Una memoria prodigiosa
Fabio Jurado Valencia

El muerto
Manolis Anagnostakis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De paso
Mario Fuentes
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
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Cinexcusas
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La Jornada Semanal

 
 
Roberto Saviano: el triple cero del

Foto: Gerald Bruneu
narco neoliberal

Fabrizio Lorusso

Cocaína es música. “Cocaine” es un clásico de J.J. Cale, rockero estadunidense fallecido el año pasado. En 1977, Eric Clapton hizo un cover de la canción y la puso en la historia. “La coca no miente/ si quieres caerte en el piso/ cocaína”, decía.

Cocaína es literatura. Esta nieve tan codiciada es el tema de Cero cero cero: cómo la cocaína gobierna el mundo, el libro más reciente del periodista italiano Roberto Saviano, autor del bestseller Gomorra en 2006. Su primera novela-reportaje emergió de las entrañas del sur de Italia, revelando negocios y vivencias de la mafia de Nápoles, la camorra. El cineasta Matteo Garrone filmó la película Gomorra en 2008, el libro fue publicado en decenas de países y Saviano obtuvo una fama inesperada. El precio que paga por ella es vivir con escolta por las amenazas de la camorra puesta al desnudo por el escritor.

En la portada del nuevo libro, sobre un fondo negro, brillan tres líneas de cocaína, el petróleo blanco. El triple cero del título, 000, describe la harina de la mejor calidad para hacer la pasta y, entonces, la coca no sólo es una planta, una droga, música o literatura, sino que ya es “la pasta del mundo”, masa del capitalismo global. “Mira la cocaína: verás polvo. Mira a través de la cocaína: verás el mundo”, dice Saviano.

La coca, hoja verde, va pariendo cocaína, riqueza y plusvalía. Hoy en día, los cárteles del narcotráfico son más parecidos a multinacionales que a las mafias de antaño, idealizadas por películas como Caracortada, Buenos muchachos, El Padrino, Carlito’s Way, Donnie Brasco y demás. Los narcomenudistas pueden asimilarse a pequeños comerciantes, exentos de impuestos estatales. Sus jefes se asemejan cada vez más a empresarios que controlan redes locales y eslabones productivos.

La diferencia con otros comercios es esencial: la cocaína es ilegal, son ilícitas su producción, distribución y consumo. La hoja de coca sólo se cultiva en cuatro países del mundo: Colombia, Ecuador, Bolivia y Perú. Ecuador es marginal. Colombia ha perdido su tradicional hegemonía a favor de Perú. Las 53 mil hectáreas de cultivos peruanos, en 2010, daban 325 toneladas de cocaína pura, sesenta más que las 100 mil hectáreas sembradas en Colombia. Para 2012, las hectáreas colombianas disminuyeron el cincuenta por ciento y Perú alcanzó las 60 mil.


Graffiti de La Camorra en un muro siciliano para Roberto Saviano
Fuente: Flirck

La cocaína genera flujos monetarios globales que pocos negocios pueden presumir. Los ingresos producidos por la coca, convertida en estimulante para 300 millones de consumidores, entran al sistema legal y se “lavan” o “reciclan”, como dicen en Italia. Pero en México se centra la narración de 000, misma que pasa también por los Andes, Estados Unidos, Ucrania, Rusia, África, Australia y Asia. Las mafias son mundiales. El valor de la blanca, la falopa, el polvo, se incrementa exponencialmente a lo largo de la cadena de producción y distribución: entre el campesino de los Andes, la “mula” que ingiere y transporta, el jefe de plaza, el clasemediero parisino y el magnate ruso hay diferencias de precios que explican las plusvalías de la coca en su ruta hacia la nariz.

Cifra blanca, roja y negra

La ilegalidad de la marihuana, la heroína y las anfetaminas, definida por normas prohibicionistas, sumerge los tráficos en la clandestinidad y otorga beneficios extra a los amos del mercado, los más eficientes y violentos. La violencia es implícita en este tipo de negocio, pues no hay estado de derecho ni contratos, sólo hábiles relaciones de confianza, miedo y poder.

Un periquito o escopetazo de un gramo cuesta tres dólares en Cali y seis en Argentina, al menudeo, pero vale hasta treinta dólares en México y 120 en Estados Unidos. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, un gramo cuesta cien dólares en Italia y doce en Brasil. Los países más caros son Nueva Zelanda y Australia, con 311 y 285 dólares, respectivamente. Sin embargo, experimentan un boom en su demanda.

Las reglas del negocio no coinciden con las de la economía formal, pero tienen semejanzas. Precios, cantidades, retribuciones, ventas, negociaciones y logísticas siguen mecanismos de mercado y, asimismo, hay una reinversión productiva de utilidades. Estas prácticas conviven con la violencia, con estrategias mediáticas de terror y la interacción corrupta con el conjunto político-burocrático-policial. Además, hay sinergias con otros negocios ilícitos (armas, trata de personas, secuestros, extorsiones, piratería, robo, lavado, etcétera) que diversifican el negocio.

El mercado europeo de la cocaína está creciendo, procedente sobre todo de Perú y Bolivia; de acuerdo con la ONU, este mercado vale más de 33 mil millones de dólares y contiende por el primer lugar junto al estadunidense. A su vez, éste representa treinta y seis por ciento del total mundial y es surtido en un noventa y cinco por ciento por la exportación colombiana que pasa por intermediarios mexicanos. En este sentido, México ya es el centro del mundo.

La obra de periodismo narrativo de Saviano cuenta sobre narcos mexicanos y colombianos, rusos e italianos. Aunque en México se conocen muchas de esas historias, Saviano las inserta en un contexto más amplio, en un cuadro multinacional y de redes que evoluciona entre generaciones y territorios: de Pablo Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela a Don Neto, Caro Quintero y Totò Riina, del Chapo Guzmán, Amado Carrillo y El Mayo Zambada al Lazca, la Reina del Pacífico y Bernardo Provenzano, de Medellín, Palermo, Moscú y Cali a Juárez, Tijuana y Sinaloa.

En México, la narcoguerra que Calderón heredó a Peña Nieto dejó un mapa criminal más fragmentado en el cual, sin embargo, predominan dos grandes grupos delictivos: el cártel de Sinaloa del lado occidental y los zetas en el corredor Guatemala-Golfo-Noreste, pese a las ejecuciones y detenciones de jefes como Heriberto Lazcano, el Z-40 o el Chapo.

En solamente siete años, el aumento de la demanda internacional de drogas, las guerras entre cárteles, el deterioro del tejido social y de la economía del país, así como la ineficiencia del sistema penal y judicial, han abierto espacios para el nacimiento y, en ciertos casos, la rápida extinción de nuevos cárteles: Jalisco Nueva Generación, Mata-Zetas, Independiente de Acapulco, Familia, Templarios, Mano con ojos, La resistencia o el Pacífico sur, son las siglas del miedo y los representantes temporales de la muerte. El “efecto cucaracha” desatado por la represión calderonista y el continuismo peñista están a la vista.

Estado que abdica, narcoindustria que prospera

Frente a la abdicación del Estado, los pueblos de México toman las armas para integrar grupos de autodefensa y policías comunitarias, sobre todo en los estados más abandonados y conflictivos de la República como Michoacán, Chiapas, Guerrero y Oaxaca. Los más de 100 mil muertos, 25 mil desaparecidos y 200 mil desplazados del calderonismo son las cifras del fracaso. La situación que vive Michoacán, con la irrupción de las autodefensas que han controlado unos cuarenta municipios en la entidad en su lucha contra los Caballeros templarios, es sintomática.

Con todo ello, aún no hay señales de que la estrategia haya cambiado, más allá de las cortinas de humo levantadas por el gobierno y los medios. Los anuncios, a veces confusos, sobre la creación de la gendarmería, y el arranque de la Agencia de Investigación Criminal de la PGR, no han tenido consecuencias significativas y han primado el silencio y la desinformación. Las fuerzas armadas siguen en sus operativos como en el sexenio anterior y la mayor parte de la prensa se alejó de los temas de (in)seguridad. El gigantismo burocrático y el caos administrativo afectan Gobernación, desde que la dependencia de Osorio Chong absorbió la extinta ssp y sus tareas de seguridad.

En abril de 2013, el titular de dicha dependencia pintaba un país presuntamente más seguro, con una baja del diecisiete por ciento en los homicidios ligados a la delincuencia organizada y un veinticinco por ciento menos de denuncias de secuestros, pero la realidad es otra. El Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal denunció el aumento de los secuestros en 2013, aun sin considerar todos aquellos plagios que no se denuncian y los secuestros de migrantes, que llegan a ser 23 mil al año. La alarma de la ONG es preocupante y está en línea con la denuncia del semanario Zeta que, cruzando datos de fuentes oficiales para contrastar el relato gubernativo, calculó 13 mil 775 ejecuciones vinculadas al crimen organizado en los primeros ocho meses de gobierno. Para diciembre, la cifra rozaría los 17 mil.

En octubre del año pasado, la directora de Seguridad de la OEA, Paulina Duarte, remarcó la “amenaza para la estabilidad y la calidad de las democracias”, representada por el crimen organizado en América Latina, pues “se evidencia lo vulnerable que son las instituciones y la incapacidad del Estado para mitigarlo”. Según Duarte, no es un simple problema de presencia armada, sino económico y político, ya que los cárteles dominan territorios y asumen tareas de autoridad fiscal y policial dentro de una economía ilícita.

En efecto, una hectárea de coca rinde hasta quince veces más que una de café al campesino colombiano promedio. Y más arriba en la cadena los rendimientos se disparan más. En este milenio, los cárteles mexicanos arrebataron la rebanada más sabrosa del pastel a los colombianos, crearon un contra-Estado en sus territorios, siendo ahora intermediarios y distribuidores. Expandieron la producción de lo que se pudo: México ocupa el segundo lugar mundial en el cultivo de amapola, detrás de Afganistán, y el primero del hemisferio en metanfetaminas y drogas sintéticas. La mota mexicana ha surtido el mercado estadunidense desde los años sesenta y la extensión de sus sembradíos se ha mantenido arriba de las diez mil hectáreas.

México y Venezuela, países de tránsito hacia Estados Unidos y Europa, han vivido una escalada de violencia, así como Brasil, país de destino y tránsito a la vez. Sus tasas de homicidio cada 100 mil habitantes son de 23, 56 y 22 respectivamente, las más altas de la región a exclusión de Centroamérica (41) y Colombia (30). El consumo de coca tiene niveles de prevalencia mayores en Argentina o en Chile que en Estados Unidos, y hay más de 7.5 millones personas en Sudamérica que consumen el diecinueve por ciento de la cocaína del mundo. En el Cono Sur están las salidas principales para el otro lado del charco. La cocaína pasa por África vía tierra o circunnavega el continente y llega por el Canal de Suez.

La cruzada antidrogas de Estados Unidos, orientada a la oferta más que a la demanda, tuvo su primer auge en los ochenta con Ronald Rambo Reagan. Revivió en los noventa con Clinton y el Plan Colombia. Siguió con Bush Jr., Obama y el Plan Mérida, y hoy es la excusa central para su injerencia hacia el sur. Los resultados más notorios son que las drogas siguen fluyendo al norte, las víctimas de las guerras quedan al sur del Río Bravo y las prisiones estadunidenses se llenan de presos por crímenes contra la salud, sumando el veinticinco por ciento de la población carcelaria mundial.

Quizá algo se mueva. Los estados de Colorado y Washington, así como Uruguay, legalizaron el uso recreativo de la marihuana, substancia líder en los consumos globales. El cannabis provoca menos daños que el tabaco o el alcohol. Estos experimentos, novedosos en América, son prometedores en el largo camino contra la hipocresía.

Poco se ha hecho contra el corazón económico de los cárteles: faltan esos “controles” patrimoniales, de los que habla Edgardo Buscaglia, contra el lavado de dinero, las relaciones con el sistema financiero estadunidense que, incluso, pudo mantenerse a flote en la crisis de 2008 también gracias a la presencia de capitales de dudosa procedencia, según dice el mismo Saviano. Una operación imponente se instrumentó con la campaña financiera mundial contra Al Qaeda, concertada por Estados Unidos y sus aliados después del 11-S, pero no fue lo mismo con la supuesta “amenaza a la seguridad nacional” y global de las drogas, sus empresas y mafias.

En otros países de América, a las altisonantes declaraciones de guerra y mano dura de los mandatarios no han correspondido resultados aceptables y se abre paso a la opción antiprohibicionista, pues los esfuerzos de inteligencia mermaron; tampoco cambiaron significativamente el lavado de dinero y la violencia. Más bien hubo connivencia, corrupción y laissez faire: un neoliberalismo exacerbado hasta en el ámbito criminal.