Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 22 de junio de 2014 Num: 1007

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La narrativa íntima
de Aline Pettersson

Nadia Contreras

Cinco poetas
novísimos de Morelos

El cáliz como redención
Ricardo Venegas entrevista
con Ricardo Garibay

Roberto Saviano:
el triple cero del
narco neoliberal

Fabrizio Lorusso

Una memoria prodigiosa
Fabio Jurado Valencia

El muerto
Manolis Anagnostakis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De paso
Mario Fuentes
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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Cuestión de conceptos

Reventarle el puente de la nariz a un chamaco de dieciséis años porque intervino cuando un grupo de granaderos aporreaba a una muchacha acorralada es operativo estratégico de contención o “encapsulamiento”, explican. Golpear salvajemente a transeúntes o manifestantes y aun a vándalos, en lugar de solamente reducirlos y consignarlos no es acto de represión, sino de ocasional brutalidad policíaca, dicen, que surge de los nervios. Es lo que merece quien agrede a la policía o quien apedrea una vitrina. Aun si no se lanzó la piedra o el coctel molotov, basta ser moreno, barbado o tener un tatuaje para ser remitido “porque tiene la facha”. Incautar el equipo de sonido a un opositor incómodo no es abuso de autoridad, sino aplicación irrestricta de un bando municipal. En la lógica de quienes intentan eximir al poder de su responsabilidad no puede haber frustración que alimente esos actos absurdos; no protesta el ciudadano, sino el desecho social. Las protestas las nutre el destrío, no la gente. Nadie debe, según se pretende, salir a las calles a manifestar su legítimo encabronamiento por el abismo de la desigualdad, pero sí para exhibir su compartido regocijo nacionalista si se trata de festejar un gol. Ahí a nadie le importa un bloqueo en Reforma y hasta los automovilistas se sumarán al festejo haciendo sonar su claxon a ritmo de samba.

Dar la espalda al electorado, validar una sociedad terriblemente hipócrita y profundamente injusta en lugar de luchar contra el racismo, el clasismo y todas las taras nacidas del desprecio, la ignorancia y el fanatismo que nos lastran como nación; legislar en contra del bien común pero a favor del interés de un puñado de particulares adinerados que quieren más de eso mismo porque para ellos nunca habrá riqueza suficiente, no es traición sino ofuscación legislativa. Debate, como si prostituyendo la palabra se cancelara la discusión de fondo que fue aplastada por la exclusión de los adversarios, la manipulación informativa y en última instancia la cancelación de toda posibilidad de diálogo con la arrogancia característica del autócrata.

Defender principios constitucionales no es coherencia, sino rancia veneración jurídica, decretan. Abogar por los pobres, desheredados históricos que habitan en umbrales de miseria no es lucha social sino populismo repulsivo de mesías tropicales, definen. No es cálculo perverso imbricar decisiones trascendentales para la nación, se señala, como la legislación que permita expropiar tierras ejidales y aun particulares para satisfacer la urgencia de una trasnacional productora de energía eléctrica, con distractores masivos como el partido de la selección nacional mexicana contra la camerunés en la segunda jornada del mundialito futbolero, sino simple, natural, desafortunada coincidencia. Convertir a Croacia y Brasil en paleros del gobierno es casualidad sin planeación. La vida es así, insisten.

Y así se estipula la realidad de los medios masivos (y muchos otros, de menor penetración), desconstruyendo, suprimiendo, barriendo debajo del tapete la otra, la de las calles y los barrios, la de abusos, violencia, corrupción. La del esquinazo y la transa. La de víctimas de crimen y despojo institucionalizado. Ante el rol contestatario que cabría presumir en el periodismo –en editoriales, en cartones y caricaturas– se legitimará la censura como si México diera un inconcebible salto hacia atrás, al monolito de 1969 y 1975 o, peor, vendrá desde los medios mismos que han transformado deliberadamente su naturaleza de agencia periodística, informativa, en mercantil o propagandística.

Allí, en la defensa del poder, en el maquillaje del desastre, parece radicar ahora la misión de la televisión, buena parte de la radio y otra buena parte de la prensa escrita y sus corresponsalías electrónicas. Parecería que lejos están las máximas del periodismo porque el quid de la cuestión no es sortear los entresijos del poder o las resistencias de un Estado refractario a la transparencia y la crítica, sino en hacer, edificar, mantener un negocio a todas vistas lucrativo. Y eso, sin eufemismos, es pudrición. O cosas del éxito comercial, de completar ruta crítica. De simples, duros, inconsecuentes negocios.

En un contexto mundial donde la renovación de la derecha se radicaliza hasta extremos de resurgido tufo fascistoide, como en Francia, Grecia, Colombia o en el mismo Estados Unidos, desgraciadamente México no ha sido excepción y el cerco del absolutismo parece apretar sin reparos.

Esperemos que no ahorque.