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Ver día anteriorMiércoles 25 de junio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Parar el crimen globalizado
S

ofía, ¿y qué dijo Barack Obama a tu reclamación?

Cuando le contó de los cánceres y leucemias de los niños y niñas de su barrio en Córdoba (Argentina), de los abortos de sus vecinas; cuando le mostró las fotos de malformaciones y le explicó cómo anda la gente con pañuelos en el rostro para disimularlas, ¿qué le respondió el presidente más poderoso del mundo cuando Sofía lo interpeló?

Con todos esos precisos detalles se lo pudo explicar, pues Sofía Gatica, recibida por Obama tras ser reconocida con el Premio Goldman (el Premio Nobel alternativo), tiene memoria y no tiene miedo. Tiene vivencias que duelen, eso tiene. Pero realmente, ¿qué tiene Obama? ¿Miedo o, en su defecto, incapacidad para enfrentarse a una corporación estadunidense como Monsanto? Porque los campos que rodean el barrio de Sofía y muchos millones de hectáreas por otros lugares son campos de soya transgénica de Monsanto que varias veces al año son fumigados desde avionetas con el glifosato, pesticida también propiedad de Monsanto. Un negocio de muchas cifras responsable de lo que un informe del Ministerio de Salud cordobés ha corroborado: en las zonas donde se siembran transgénicos y se utilizan sus agroquímicos, la tasa de cáncer duplica el promedio nacional.

Para doblegar ese miedo, para construir capacidad es que esta semana nos movilizamos.

Por los pueblos fumigados de Argentina; por las más de mil costureras muertas en el derrumbe de las fábricas textiles en Rana Plaza (Bangladesh), donde sus manos y horas servían hacinadas a los intereses de grandes corporaciones del textil; por los 34 mineros muertos a tiros de la policía que defendió con puntería, en Marikana, en el noroeste de Sudáfrica, los intereses de la multinacional Lonmin Platinum; por las comunidades que en Chiapas ven cómo Coca-Cola es quien mejor y mayor acceso tiene al agua potable; por quienes, como esclavos del siglo XXI, permanecen años a bordo de barcos tailandeses en faenas de captura de pescados que alimentarán a los langostinos criados en piscifactorías de grandes multinacionales y que se convertirán en coloridos cocteles de platos de medio mundo; por las aves que caen, los peces que se ahogan, los árboles que lloran, la gente que huye de sus selvas en cuanto Shell, Chevron o Repsol ponen sus zarpas en ellas.

Por tanta vida afectada por las corporaciones, es urgente adoptar medidas efectivas que permitan controlar sus ansias y sus codicias.

Porque no sólo es que Obama tenga o no tenga voluntad de detener los atropellos de una multinacional, sino que la legislación existente está pensada para todo lo contrario, para aplanar las sendas de estos mastodontes insensibles. Si avanzan tan rápido, invictos e inviolables, también es por dos motivos. El primero, una arquitectura de la impunidad que, como una cuadrilla de guardaespaldas, les otorga protección total mediante acuerdos incluidos en los tratados de libre comercio o las reglamentaciones de instituciones internacionales, como el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio. El segundo, ese mantra capitalista, esa fe neoliberal que, anunciando que el interés propio es el mejor mecanismo para promover el interés general, viste a estas multinacionales con trajes acorazados.

Un primer paso puede darse gracias al empeño de muchas organizaciones y movimientos sociales y su campaña centrada en presionar a la 26 sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU que esta semana se está celebrando en Ginebra y que incluye, en uno de los puntos a tratar, el debate sobre la instauración de mecanismos eficaces para el seguimiento y evaluación de los impactos generados por las grandes corporaciones. Y sobre todo puede permtir dar los primeros para la urgente necesidad de construir propuestas valientes y concretas para garantizar que el cumplimiento de los derechos humanos sea norma inviolable por parte de las empresas trasnacionales.

El reto es claro: obligar a quien no quiere ser obligada a respetar lo que no quiere respetar.

*Editor revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas