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Siempre habrá un poeta para salvarme: Ana María Matute
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na María Matute la conocí hace casi 15 años en la terraza de El Escorial, frente a la Sierra de Guadarrama, un paisaje que hacía pensar en Felipe II y en todo lo que significa España de tan hermoso. Recuerdo que pidió de beber un whisky y Charo Alonso, recién egresada de Salamanca y yo la acompañamos, encantadas. Luego pidió otro: ¿Tú también Elena? Claro que sí, respondía yo y así me eché tres whiskys antes de comer por primera vez en mi vida. Charo Alonso escribía y preguntaba. Luis Sainz de Medrano, de la Complutense, me había invitado a dar un curso en esas vacaciones calurosas y comíamos en una larga mesa, Rocío Oviedo Pérez de Tudela, la doctora Charo Alonso, de Salamanca, Luis, su mujer, otros profesores y Ana María, quien llevaba la voz de mando en la cabecera de la mesa. Era un deleite y escucharla nos confirmó que era una gran conferenciante invitada tanto en España como en muchas universidades de Estados Unidos. Personalmente me quedé con una pequeña frase: Siempre habrá un poeta para salvarme.

Nacida en Barcelona, España, el 26 de julio de 1925, accesible, cálida, no parecía darse importancia, los estudiantes se acercaban y se veía a leguas que la escritora disfrutaba que la festejaran. Estábamos lejos de imaginar que en 2009 sería la tercera mujer en obtener el premio Cervantes, después de María Zambrano y Dulce María Loynaz.

Charo Alonso la entrevistó largamente para la revista Marie Claire. La voz de Ana María era grave y melodiosa, la de una mujer que sabe mucho. Habló de su hijo y aseguró: “Yo soy lo que mi hijo llama ‘una mamá ancien régime’, porque lo cuido demasiado’. Cuando le pregunté, ‘¿qué escritores han sido importantes para ti?’, me respondió: ‘Mira, yo era una niña solitaria, tartamuda, problemática. Entré en la literatura con los cuentos de hadas y me dije que de mayor quería ser escritora. Tenía cinco años cuando hice mis propios cuentos fascinada por los hermanos Grimm, por Perrault y, sobre todo, por Andersen que tenía un mundo propio. A los ocho años, enferma de ictericia, pasé un año sola leyendo, y a los 17 ya era una lectora compulsiva. Chejov, los rusos, Cumbres borrascosas, Faulkner. Siempre me olvido de alguno cuando me ponen así contra la pared como me has puesto tú’.

“Yo parezco muy frágil, pero soy muy ‘cabezota’. (En México decimos cabezona). He defendido mi derecho a escribir, a expresarme, a salir del anonimato al que estaba destinada. Ya en el colegio me rebelaba. ¡La Matute pequeña! Porque mi hermana era muy buena. ¡Pero la Matute pequeña era el diablo! Veía a mis tías todo tan forma y decía: ¡Yo no quiero ser una señora!’ ¿Y qué quieres? –me preguntaban escandalizadas. ¡Lo que sea pero una señora no! Hice lo que quería”.

–Si miras hacia atrás, ¿te sientes contenta con todo lo vivido?

–En ciertos aspectos sí, en otros… Por ejemplo, yo soy autodidacta. Mis padres no me dejaron estudiar una carrera, tuve algunos maestros elegidos por mí, porque la vida es una grandísima universidad. He sufrido mucho pero tengo una gran capacidad para olvidar. Creo que esta es una buena receta: olvidar lo que me hace daño. ¡Y mira que tengo cosas que olvidar! No vale la pena, Elena, sufrir tanto. Lo que pasa es que sufriendo aprendes… aunque aprendes tanto que para qué. ¡Yo he hecho el amor con el hombre de mi vida sobre el río de las perlas! Esto es precioso, no porque el río de las perlas se diferencie mucho del Llobregat…Pero estar ahí con él era hermosisísimo.

–¡Y tú eres guapísima!

–En aquella época no estaba mal. Ahora no, que tengo espejo.

–Entonces no todo ha sido sufrimiento, Ana María.

–Siempre he tenido tendencia a la depresión, a veces mi desmoralización me impedía escribir ¿te imaginas lo que son 20 años de sequía literaria?

–Ganaste el Premio Nadal en 1961 por Los Abel.

–Sí y eso me ayudó porque tenía medios muy escasos y después de separarme yo tenía que escribir a unas velocidades. Tuve muchos problemas, iba al editor y le decía: Si no pones gasolina el motor no funciona y tenía unas deudas que me amargaban la vida pero nada me amargó tanto como la hipocresía, la malicia, la mentira, la trampa pero sobre todo la mentira ¡ah la mentira!…

Además de hablar de su literatura, Ana María asentó que le gustaban los niños porque dicen la verdad, no hay doblez ni malicia en ellos y exclamó: “¡Todos los niños del mundo son mis nietos! A mis sobrinos les cuento cuentos y ellos con los ojos abiertos… ¡Pasan un miedito más rico!”

También contó de sus trilogías entre las que destacan: Primera memoria, Los soldados lloran de noche y La trampa. Aunque decía que cada una de ellas era independiente, el telón de fondo siempre fue la Guerra Civil.

Nos aseguró a todos los comensales que no era una escritora de vocación; escribir era su única forma de ser, de estar, de caminar sobre la tierra.

Contó cómo a los 19 años se atrevió a llevar su primer libro a Planeta escrito a mano en una libreta escolar negra y al final exclamó, ante los aplausos encendidos de mi querida Charo, que nada mejor le había sucedido a España que Pedro Almodóvar, declaración de amor con la que todos coincidimos.

Fui muy feliz en el Escorial, a la sombra de un extraordinario amoroso de América Latina, el maestro Luis Sainz de Medrano, director de la tesis de Charo Alonso, entre otras. Todas las mañanas, desde una alcoba conventual diminuta y severa (pero con agua caliente) amanecía a los pinos en torno a la fortaleza en la que están sepultados los reyes de España. De regreso a Madrid, al lado de El Escorial, pasamos frente al Valle de los Caídos pero yo no quise ir porque allí está sepultado Franco y recordé que en México León Felipe, Juan Rejano, Miguel Prieto, Elvira Gascón, Roberto Fernández Balbuena, Pedro Garfias, Patricio Redondo, Francisco Pina, don Tomás Espresate, Ramón Ramírez, la actriz Magda Donato y mis amigos que jamás se cansaron de repetir durante años: Este año muere Franco y nunca se cumplía su deseo.

En 2009, el discurso de Ana María Matute para recibir el Cervantes giró en torno a Olvidado rey Gudú, un libro cuya escritura le ayudó a salir de una depresión. Dos años más tarde, en 1998, entró a la Real Academia Española, para ocupar la silla que dejó Carmen Conde.

Matute, contadora de historias falleció en la madrugada del 25 de junio de 2014. Ojalá y haya regresado a la frase que pronunciara en alguna que otra ocasión: Tal vez la infancia es más larga que la vida.