Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 29 de junio de 2014 Num: 1008

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La seriedad del
cronopio Cortázar

Vilma Fuentes

Chico Buarque entre
El arco y la lira

Jorge Luis Casar

La sociedad del futbol
Josetxo Zaldua

Futbol antídoto
Paula Mónaco Felipe
entrevista con Juan Villoro

Futbol: todos los
juegos el juego

Antonio Valle

El gol, nuevo paraíso
Honorio Robledo

Leer

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

¿Un paraíso por descubrir?

Jorge Alberto Gudiño Hernández


Dorada,
David Miklos,
Tusquets,
México, 2014.

Vivimos un período en el que, al parecer, resulta necesario etiquetar a la literatura. Ya no basta con que se escriban novelas, ahora deben tener un apellido particular y, de preferencia, una clasificación taxonómica completa. De esta forma los lectores, ávidos de encontrar algo que se ajuste a sus gustos, pueden soltar dos o tres criterios de búsqueda para llegar a la novela que satisfará sus deseos. Así, no es raro toparse de lleno con nuevos géneros o ver que, desde ciertas perspectivas, algunos han perdido o cambiado su significado.

Eso pasa con la literatura erótica. Encuentra a sus defensores en las estrategias editoriales (un mero pretexto para vender) y se enfrenta a una realidad cada vez más tangible: la literatura erótica, como se le concibió en un inicio, ha desaparecido. La causa principal es que escenas sexuales se encuentran por doquier, sea el género que sea el que aparece en la portada. Tal vez porque el sexo es relevante en la vida y, en consecuencia, en toda literatura que hable de lo humano.

Escribir escenas sexuales o literatura erótica no es sencillo. David Miklos (Texas, 1970) lo sabe bien. La principal complicación descansa en lo cotidiano: ¿cómo narrar algo tan conocido, tan contado? La segunda radica en lo innovador: ¿cómo inventar algo, en torno a lo sexual, que nunca se haya dicho?

Las respuestas, quizá, se encuentran fuera de las escenas propiamente sexuales, en la trama. No es lo mismo un folletín de periódico que busca excitar a partir de lugares comunes en los que no importa la historia que hacer justo lo opuesto. Miklos lo hace: en Dorada la historia es más importante que una posición sexual determinada o la duración de un encuentro.

Bajo ese entendido podremos encontrarnos con D., quien viaja a Dorada en pos de una dorada que lo ha invitado. Ahí se encontrará con una serie de realidades alternas en donde convergerán desde las fantasías más pueriles hasta el sexo más duro, mientras el protagonista camina en busca de su identidad. El recorrido no será sencillo, su propia percepción del mundo que lo rodea se halla modificada por la magia que habita en Dorada. Misma que, quizá, sea suficiente como para sacarlo de ahí.

Entonces llegará a Aguafuerte, un paraíso donde los hay: D. tendrá la encomienda de satisfacer a veintidós mujeres durante varias noches. A veces será una sola, en otras llegarán en grupo para extraer lo último de sus fuerzas. Pero los paraísos suelen terminar hastiando.

David Miklos es poseedor de un estilo límpido, definido. Sus frases cortas dan la impresión de brevedad pero esconden un secreto mayor: el lenguaje refigurado puede ser depositario de una gran profundidad aun cuando parezca sencillo. Si a ello se le suman algunas preocupaciones autorales (la búsqueda de la identidad, algunos viajes y ciertas obsesiones), Miklos se convierte en un autor al que es sencillo seguir. Y no porque su literatura lo sea sino porque genera cierto nivel de adicción del que es difícil desprenderse.


Cuatro veces bueno

Antonio Soria


Dos veces breve. Minificción de México y Colombia,
Bibiana Bernal y Felipe Orozco (selección),
Biblioteca Libanense de cultura,
Colombia, 2014.

Inevitable recordar completo el refrán de donde, acertadamente, los autores de esta deliciosa selección han extraído, por medio de un inteligente parafraseo, el título del volumen: “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Cabe ahondar, a manera de vuelta de tuerca: si algo que de suyo es bueno, lo es doblemente cuando además de bueno es breve, aquello que sea dos veces breve sería, por lógica, al menos cuatro veces bueno.

Las ciento cuarenta y cuatro páginas, como de agua, de las que se compone esta antología de doble nacionalidad lo certifican: Bernal y Orozco han hecho no sólo alarde de conocimiento en la materia sino de excelente gusto, como se desprende de los textos seleccionados y, por supuesto, de los autores convocados, que se nombran aquí completos y en el orden en el que los antologadores los han dispuesto en la edición: por México, maestros imprescindibles del género, Julio Torri, Augusto Monterroso, Max Aub, Juan José Arreola, Edmundo Valadés, Salvador Elizondo y Alfonso Reyes, seguidos por un conjunto de inobjetables, varios de ellos igualmente maestros consolidados de la minificción: háblase de los colaboradores de estas páginas Felipe Garrido y Guillermo Samperio, como lo es también Javier Perucho –además de meticuloso antologador y estudioso del género–, José de la Colina, el nunca suficientemente extrañado José Emilio Pacheco, Martha Cerda, Raúl Renán, René Avilés Fabila, Sergio Golwarz, el igualmente colaborador de estas páginas Rogelio Guedea y Dina Grijalva.

Por Colombia, autores bien conocidos y leídos en su tierra, que bien haríamos en leer acá en la nuestra, algunos de cuyos nombres podrán sonarle al acucioso: Luis Vidales, Luis Fayad, Harold Kremer, Umberto Senegal, Triunfo Arciniegas, Fernando Romero Loaiza, Guillermo Bustamante Zamudio, Nana Rodríguez, Pedro Arturo Estrada, Pablo Montoya Campuzano, Gonzalo Márquez Cristo, Javier Tafur González, J.J. Junieles, Carlos José Castillo Quintero, Andrés Elías Flores, Carlos Flaminio Rivera Castellanos, Carlos Orlando Pardo, Jaime Echeverri, Carlos Alberto Villegas, Víctor López Rache y, finalmente, Betuel Bonilla.

Treinta y nueve plumas en total, dieciocho de ellas mexicanas, prologadas brevemente –como corresponde a un libro de naturaleza e intención como las de éste– por Bernal y Orozco, que no pretenden, como lo aclaran de arranque, definir las especificidades del género ni, mucho menos, hacer una historiografía necesariamente incompleta. Inteligentemente, remiten al lector a un par de autores, uno mexicano y otra colombiana, que han realizado dichas tareas desde hace varios años: el primero de ellos es Lauro Zavala, la segunda es Nana Rodríguez.

Del contenido en sí conviene decir más bien poco aquí –aunque podría decirse mucho–, para no malograr, postergándola con prolegómenos, la degustación de el enorme banquete que siempre es la minificción. Remátense estas líneas informando que tres platillos por autor, para completar casi una centena, esperan a sus lectores.


De la belleza y su arqueología

Ricardo Guzmán Wolffer


La trama de los discursos y las artes. El Canon de Policleto de Argos,
Alicia Montemayor García,
Conaculta,
México, 2013.

Difundido por muchos como el fundador de la verdad sobre la composición de la belleza en la plástica griega y tomado por otros como uno más de los tratadistas de la belleza, Policleto de Argos dejó con su tratado, Canon, y sus obras, un legado para la historia universal. El mero recuerdo de tal fuente es disfrutable, más cuando nos compenetramos en la vida de este Policleto que, de pronto, resulta más enigmático de lo esperado. La disociación entre lo humano y lo divino; la explicación de la belleza y del arte a partir de una realidad a comprender y no de un ideal a asumir; el contacto directo de los productores del arte con los consumidores del mismo, a diferencia de la producción contemporánea, donde la crítica intermedia entre lo producido y lo difundido (más ahora, cuando la difusión es casi inmediata y su consumo se difumina entre millones de piezas más, ofertadas simultáneamente).

Acerca de eso y mucho más habla Montemayor en este texto para conocedores que, también, resulta de difusión científica. La escultura como punto de partida para establecer una postura estética y conceptual: rastreada la proporción en la representación a partir de los egipcios, los griegos dieron un salto cualitativo que perduraría hasta el Renacimiento. La armonía y su definición clásica (el todo con las partes y las partes entre sí), es rastreada y confrontada con la actualidad, donde la definición de arte comienza por ser sospechosa (ahora se justifica la clasificación). Desde su origen, los trabajos de Policleto llaman a la dicotomía de lo humano y lo eterno, de ahí la contraposición entre esas medidas corporales y su discutible colocación como punto de partida para toda belleza, no sólo en la producción de esculturas. Pero también se toma la opción de que Policleto estableciera reglas prudentes, destinadas sólo a una región. Lo notable del asunto, recalca la autora, es que las esculturas que conocemos de Policleto no son originales ni contamos con todo el Canon; si bien la vena filosófica de Montemayor amplía las consecuencias de ello, rastrea las citas y las referencias de esta manera que Policleto estableció para construir una escultura y que tendría eco en la pintura, la poesía y la retórica. Las fuentes textuales resultan claras y, más que citas directas, son una “invitación a su lectura”: autores como Cicerón, Aristóteles, Platón, Plutarco y muchos más dan testimonio de la importancia de ese Canon reconstruido por partes.

Es éste un estudio notable para retomar la manera de entender el arte y su producción en el tiempo, para establecer que las ramas de ese árbol inagotable se mezclan en el tiempo y el espacio sin un progreso y una decadencia; para recordar que la escultura y la imagen conllevan una multitud de lecturas, útiles según los escenarios. Es una llamada de fondo para reflexionar sobre la creación artística y cómo se asumen sus obras.



La ópera, una historia social,
Daniel Snowman,
Fondo de Cultura Económica/Siruela,
México, 2013.

Al menos dos libros previos cuenta en su haber el autor de esta historia de la ópera, de perspectiva social como anuncia el título: hace ya más de tres décadas, en 1981 para ser precisos, Snowman publicó El Cuarteto Amadeus: el hombre y la música, y tan recientemente como en 2007 dio a la imprenta ¡Aleluya! Una historia informal de la Filarmónica de Londres. Nacido en la capital inglesa a mediados de la década de los años treinta del siglo pasado, el también catedrático en Sussex fue alguna vez miembro del Coro Filarmónico de su ciudad de origen, y actualmente pertenece al Instituto de Investigación Histórica de la Universidad de Londres. Con estas amplias credenciales, que como apreciará el lector están materializadas en un conocimiento amplio y profuso de la materia ciertamente copiosa que aborda, Snowman acomete una empresa que se antoja, ni más ni menos, que como la composición de una ópera: tras una introducción más bien breve, en la cual no obstante deja claros la intención, los alcances y el tono general de lo que vendrá, presenta por capítulos/períodos históricos el desarrollo de la ópera, primero de 1600 a 1800, es decir los dos primeros siglos que vieron surgir, entre otras maravillas, la mozartiana Flauta mágica; después, de 1800 a 1860, analiza el período romántico y la revolución musical implicada en dicho movimiento; posteriormente revisa lo que, desde su perspectiva, significó un resurgimiento de la ópera, del citado 1860 hasta 1900; ya en el siglo pasado, entre 1900 y 1950 aborda el desarrollo operístico entre la guerra y la paz –he aquí, por supuesto y entre otros hitos, Wagner y la todavía vigente polemización del modo en el que su música fue utilizada–, y finalmente remata con la globalización de la ópera, desde 1945 y hasta la actualidad. Convenientemente, este grueso volumen –de casi setecientos folios– cuenta con un índice analítico, un cuerpo de notas bastante nutrido y esclarecedor, así como una bibliografía abundante. No podía ser de otro modo, tratándose como se trata de una obra de tales ambiciones, y lo que sigue sonará clásico hasta ser trillado, pero no deja de ser verdad: a este libro pueden acudir lo mismo especialistas –músicos que sean compositores, ejecutantes o ambas cosas, o bien musicólogos e historiadores– que público en general; basta con que se tengan deseos de revertir, primero para uno mismo y más adelante y si la suerte es mucha para otros, los perjuicios que desde siempre ha ocasionado un par de prejuicios socialmente bastante arraigados, a saber: uno, que la ópera es algo “difícil” o peor, “aburrida”, como quiere lo que, dicho sin miramientos, es simple pereza intelectual de muchos; y dos, que se trata de una manifestación cultural intrínsecamente elitista. Nada más alejado de la realidad, como lo sabe cualquiera que haya desaletargado su sensibilidad musical, y como se explica en el contenido de esta obra.



Pretexta o el cronista enmascarado,
Federico Campbell,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2014.

Prematuramente se despidió el recordado Federico, uno de los autores que más fuerza y presencia le dieron a ese norte mexicano ahora ya reconocido por ser cuna de escritores, dueños todos ellos, de voz notable, recursos estilísticos e idiomáticos, e inclusive una temática orientada en el sentido de la pertenencia cultural a una región: precisamente la norteña, colindante con Estados Unidos, e impregnada de una influencia cultural –en este caso sanísima– venida de allende el Bravo, sin que por supuesto eso signifique desnaturalización o asimilación, sino todo lo contrario: afirmación de una localía capaz de alcanzar la universalidad gracias a una muy atinada elección de temas, así como un hábil manejo de las historias. Para muestra esta reedición, corregida diríase que de último momento por el propio autor y ahora publicada de manera póstuma, de una de las novelas emblemáticas del tijuanense ido, en la que despepita los tejes y manejes por medio de los cuales la literatura y el poder pueden llegar a mezclarse, de modos bastante poco saludables para
la ética de unos y otros, es decir políticos e intelectuales, pero sobre todo para estos últimos, que no se supondrían, de entrada, capaces de asomarse –y como le sucede al protagonista de esta historia truculentísima, de quedarse a vivir en ellos– a los abismos del ejercicio del poder tal como éste se ejerce en México. Como verá el lector, bien sea que por primera vez tenga en las manos este título o el que pueda cotejar esta nueva edición con la original, lo que aquí se cuenta tiene la misma vigencia hoy que hace tres décadas y media, cuando vio la primera luz editorial.



Juan Rulfo en húngaro,

La única lengua europea en la que no había aparecido el Pedro Páramo de Juan Rulfo acaba de publicar en Budapest una hermosa edición de la gran novela. La editora, Andrea, y el Programa de Apoyo a la Traducción del gobierno mexicano llevaron a cabo esta tarea. El libro apareció con un epílogo de nuestro director, Hugo Gutiérrez Vega.